León, y la Iglesia “pequeña levadura” de unidad y amor

León, y la Iglesia “pequeña levadura” de unidad y amor

Las palabras de la homilía del Obispo de Roma que inicia su servicio a los hermanos.

Por: Andrea Tornielli.

“Fui elegido sin ningún mérito y, con temor y temblor, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una sola familia.” Así se presenta el Papa León XIV, obispo misionero, nieto de migrantes, 267º Obispo de Roma.

Las palabras sencillas y profundas de la homilía en la misa de inicio de su ministerio representan un programa que nos habla de una alteridad y de un estilo.

Una alteridad, porque en nuestro mundo tan marcado por las guerras, por el odio, la violencia y las divisiones, la palabra humilde del Sucesor de Pedro proclama el Evangelio del amor, de la unidad, de la compasión, de la fraternidad, de un Dios que nos quiere como una sola familia.

Una alteridad también porque busca dar testimonio de amor, de diálogo y de comprensión, para derrotar el odio y la guerra que comienzan en el corazón humano, ya sea que ese corazón empuñe armas contra su hermano o lo crucifique con la arrogancia de palabras que hieren como piedras.

Y un estilo, porque León ha recordado que el ministerio de Pedro es ser servus servorum Dei (siervo de los siervos de Dios). Su servicio es el del amor y la entrega de la vida por los hermanos: “La Iglesia de Roma preside en la caridad, y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo”.

Por lo tanto, no se trata nunca “de capturar a los demás mediante el dominio, la propaganda religiosa o los medios del poder”, como tantas veces somos tentados a hacer en cada época, recurriendo a lo colateral, las estructuras, el protagonismo, el marketing religioso, las estrategias diseñadas desde el escritorio. Se trata, en cambio, “siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús”.

Por eso Pedro “debe apacentar al rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un caudillo solitario o un jefe por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido encomendadas”. Al contrario, a él se le exige amar más. A él “se le pide servir la fe de los hermanos, caminando junto a ellos”.

En estas últimas palabras puede vislumbrarse la imagen del Buen Pastor que tantas veces propuso el Papa Francisco. Es la imagen del pastor que camina delante del rebaño para guiarlo; en medio del rebaño para acompañarlo, sin sentirse superior ni separado; y también detrás del rebaño, para que nadie se pierda y así poder recoger a los últimos, a los más cansados del camino.

El obispo misionero que hoy se sienta en la Cátedra de Pedro nos invita, por tanto, a anunciar el Evangelio del amor, “sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo”.

La Iglesia es un pueblo de pecadores perdonados, siempre necesitados de misericordia, que por eso mismo deberían estar “vacunados” contra cualquier complejo de superioridad, como seguidores de un Dios que eligió el camino de la debilidad y se rebajó hasta aceptar la muerte en la cruz para salvarnos.

“Estamos llamados a ofrecer a todos el amor de Dios”, dijo el Papa León, para ser, en la masa del mundo, “una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad” y así dirigir la mirada hacia lo lejos, para ir al encuentro de las preguntas, las inquietudes y los desafíos de hoy.

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