Cardenal Ruini: “Quienes ponen en duda la santidad de Karol Wojtyla no saben lo que dicen”

Cardenal Ruini: “Quienes ponen en duda la santidad de Karol Wojtyla no saben lo que dicen”

“Acusar a Juan Pablo II de superficialidad es falso y profundamente injusto: nada, en su modo de ser y actuar, era superficial”. Entrevista al ex presidente de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI). “El cardenal Dziwisz es un sacerdote de verdad, dedicado hasta el fondo a su ministerio. Siempre fue fiel a Juan Pablo II. El papa se fiaba mucho de él porque lo consideraba, con razón, una ayuda valiosa y siempre leal”.

 

 El Informe McCarrick, el gobierno de Juan Pablo II, sus colaboradores (empezando por Dziwisz). ¿Se ha canonizado demasiado pronto a Juan Pablo II? “No. Y he aquí la razón”.

El New York Times escribe que Juan Pablo II ha sido canonizado demasiado pronto; el National Catholic Reporter invita a suprimir su culto en Estados Unidos. En lugar de dirigir la mirada a Theodore McCarrick, el Informe a él dedicado y que contienen en 477 páginas todas las fechorías cometidas por el ex arzobispo de Washington, los observadores la han dirigido rápidamente hacia Karol Wojtyla, buscando su nombre en el imponente documento publicado hace unos días por el Vaticano. Juan Pablo II, ¿sabía o no sabía quién era en realidad McCarrick? Y si lo sabía, ¿por qué lo promovió a la sede de Washington nombrándole incluso cardenal?

El cardenal Camillo Ruini ha sido durante dos decenios estrecho colaborador del pontífice polaco, vicario de Roma y presidente de la CEI. Le preguntamos que comente todo lo que se está escribiendo y diciendo sobre Karol Wojtyla.

Empecemos por lo que escribe el New York Times: efectivamente, el proceso de beatificación y canonización de Juan Pablo II inició inmediatamente después de su fallecimiento en 2005, sin esperar los cinco años prescritos. ¿Por qué se procedió así?

Todos recordamos la noche de la muerte de Juan Pablo II, la enorme multitud congregada, la conmoción, el grito “santo subito” [“santo enseguida”]. Después, la gigantesca participación del pueblo que culminó con el funeral en el que asistieron también muchos jefes de Estado: fue un apogeo de la Iglesia católica, en el cual es difícil no ver la mano de Dios. El cardenal Tomko tomó la iniciativa de recoger las firmas de los cardenales que quería pedir al futuro papa la dispensa de esperar cinco años: firmaron más de ochenta. Tomko me entregó a mí, como cardenal vicario, la petición. Se la entregué a Benedicto XVI en la primera audiencia que tuve con él y estuvo de acuerdo inmediatamente. Por lo demás, el proceso de beatificación y, luego, el de canonización, se desarrollaron con total regularidad, respetando todas las normas. La rapidez con la que se llegó a la canonización depende, en gran medida, del hecho que, tanto para la beatificación como para la canonización, no se tuvo que esperar ni siquiera un día para tener a disposición los milagros exigidos por las normas. ¡Y qué milagros! Así, el 1 de mayo de 2011 Juan Pablo II fue proclamado beato por Benedicto XVI y el 27 de abril de 2014 santo, junto a Juan XXIII, por el papa Francisco. El culto a san Juan Pablo II está más vivo y difundido que nunca, como demuestran los peregrinos que van a rezar a su tumba.

¿Qué siente que tiene que decir cuando se pone en duda la “santidad” de Juan Pablo II?

Al haber estado durante casi viene años en estrecho contacto con Juan Pablo II, he madurado progresivamente la convicción de haber estado con un gran santo, además de un gran hombre. Desde el principio me asombró la intensidad de su oración: se sumía en ella rápida y totalmente, en cuando las circunstancias se lo permitían, y nada de lo que sucedía a su alrededor lo distraía. Me asombraba su extraordinaria capacidad de perdonar: me pasaba a menudo tener que indicarle oposiciones, también muy duras, a su pontificado, e incluso a su persona. La reacción del papa era, ante todo, comprender y, de alguna manera, justificar estas oposiciones; nunca era la de vengarse. Juan Pablo II era una persona totalmente desapegada de los bienes terrenales; alguna buena persona le proporcionaba lo que necesitaba a nivel personal. En cambio, se entregaba totalmente a ayudar a los pobres, empezando por los “pueblos del hambre”, como los del Sahel. Quienes cuestionan su santidad están cegados por los prejuicios y no saben lo que dicen. Lamento, sobre todo, cuando los que toman estas posiciones son católicos.

Sin embargo, leyendo el Informe McCarrick, se puede comprender a quienes evidencian una cierta superficialidad por parte de Wojtyla. Muchos sostienen que esta superficialidad era el modus operandi respecto al gobierno de la curia y los nombramientos episcopales. Por el Informe parece que era un papa que delegaba demasiado en sus colaboradores.

Juan Pablo II elegía con atención a sus más estrechos colaboradores y confiaba mucho en ellos; no era para nada un centralizador. En su opinión, centralizar era el modo más seguro para equivocarse y descuidar lo esencial. Al mismo tiempo, tenía un elevadísimo sentido de la responsabilidad y de su misión, comprendía plenamente la dimensión del gobierno. Cuando se trataba de decisiones importantes, como son ciertamente los nombramientos de los obispos, sobre todo de las grandes sedes, solía tomarse un tiempo antes de decidir, tiempo que dedicaba a la oración y la reflexión. No entro en la cuestión del nombramiento de McCarrick porque lo desconozco y no tomé parte en él, dado que excedía mis deberes, que concernían a la diócesis de Roma y la Iglesia italiana. Puedo, sin embargo, decir, que acusar a Juan Pablo II de superficialidad es falso y profundamente injusto: nada, en su modo de ser y actuar, era superficial.

Entre los colaboradores, en el centro de las polémicas, está el cardenal Stanislaw Dziwisz, que fue secretario particular de Juan Pablo II. No son pocos los que sostienen que él sería el responsable de muchas de las decisiones tomadas por Juan Pablo II, empezando precisamente por la decisión de enviar a McCarrick a Washington. ¿Qué influencia tenía mons. Dziwisz sobre el pontífice polaco?

El cardenal Dziwisz, entonces don Estanislao para todos nosotros, estrechos colaboradores del papa, es un sacerdote de verdad, dedicado hasta el fondo a su ministerio. Siempre fue fiel a Juan Pablo II. El papa se fiaba mucho de él porque lo consideraba, con razón, una ayuda valiosa y siempre leal. Recuerdo, sin embargo, un episodio que sucedió en enero de 2005, en el que el papa contradijo con mucha energía a don Estanislao. Lo cito para dejar claro que la influencia de don Estanislao, incluso en el último periodo del pontificado, no era tal como para subvertir los papeles: quien decidía era el papa. Y don Estanislao mismo no habría querido que no fuera así.

Pero ¿es creíble la tesis según la cual Juan Pablo II se habría sentido intimidado por la exuberancia y el poder de McCarrick?

Pensar que McCarrick, o personas incluso más importantes que él, pudieran intimidar a Juan Pablo II es absolutamente ridículo. La frase de inicio de su pontificado ha pasado a la posteridad: “No temáis” y personalmente Juan Pablo II no tenía miedo de nadie en la tierra. Pude constatar en muchas ocasiones que el valor, tanto físico como moral, era en él algo natural. No tener miedo y no hacerse intimidar caminaban codo con codo con una gran atención y un gran respeto hacia cada persona, incluidas las más humildes, y con mayor razón hacia los obispos: por esto, Juan Pablo II era muy prudente en aceptar las acusaciones contra las personas.

Usted (no es el único) siempre ha dicho que Juan Pablo II era un hombre capaz de estar recogido durante horas en oración. Pregunto: ¿es posible que no ponderase bien sus decisiones?

Esta pregunta me da la posibilidad de volver a un aspecto al que ya he aludido, profundizándolo. En sus decisiones, este papa se ponía ante Dios y las tomaba, no solo en conciencia, sino también ante Dios. Todo esto no significa que no pudiera equivocarse. Sin embargo, excluye que fuera una decisión poco responsable y superficial. He tenido la suerte de estar durante muchos años cerca de Juan Pablo II y me daba cuenta, cada vez más, que él vivía y actuaba manteniéndose unido al Señor.

¿Qué responde a quienes sostienen que hubiera sido preferible esperar algunos decenios antes de tomar en consideración la canonización de un pontíficeDespués de todo, durante siglos no ha habido ningún papa entre los santos…

Es verdad que a partir de Pío X gran parte de los pontífices han sido canonizados, mientras que antes, durante muchos siglos, esto sucedía raramente: uno de los motivos es que muchos papas distaban mucho de ser ejemplares. También es verdad que desde el principio y hasta el siglo VIII, casi todos los papas son santos, como se puede verificar en el Anuario pontificio. Entre los pontífices canonizados recientemente, el único que llegó a ser santo en solo nueve años ha sido Juan Pablo II, por los motivos mencionados antes. Para el resto se han necesitados decenios, como hoy desean algunas personas. Mi opinión personal es que los papas, en lo que atañe a la santidad, deben ser considerados, en la medida de lo posible, como cualquier otro miembro de la Iglesia, sin vías preferenciales y sin penalizaciones.

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