Así recuerdan al Papa Francisco sus vecinos y comerciantes de Buenos Aires y Roma

Así recuerdan al Papa Francisco sus vecinos y comerciantes de Buenos Aires y Roma

En Buenos Aires y en Roma, vecinos, comerciantes y antiguos conocidos comparten historias que revelan la humanidad y cercanía de Jorge Mario Bergoglio, quien, antes de ser el Papa Francisco, era conocido simplemente como “el padre Jorge”.

Por Diego López Marina.

En el barrio de Flores, donde nació y vivió gran parte de su vida, aún se conserva la memoria de su paso como sacerdote por la Basílica de San José. A sólo dos cuadras de allí, en la tienda familiar Muglia Shoes, recuerdan cuando compró unos mocasines recién ordenado.

“Sé que el padre venía acá porque mi papá me ha hablado, me ha dicho: ‘El padre de la iglesia San José viene a comprarnos’. Pero yo era muy chiquito. Son recuerdos que me van quedando… y lo que me cuentan los vecinos”, contó Juan José Muglia, actual dueño de la zapatería, a EWTN Noticias.

En la esquina, el kiosco de diarios de Antonio Plastina fue por años un punto de tertulia dominical con el entonces Cardenal Bergoglio: “Hablábamos como hablamos los argentinos: de política, de fútbol… mezclábamos todo. Pero más de fútbol, porque era muy futbolero. Le encantaba”.

Unas cuadras más allá, en la casa donde creció, los vecinos colocaron flores tras su partida el 21 de abril de 2025, Lunes de Pascua.

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Alicia Gigante, de 90 años, compartió uno de sus últimos encuentros con Francisco, en el que resaltó su conocido sentido del humor: “Siempre me bendecía. Le decía: ‘Mon, mis ojos, casi no veo’. Y él se acercaba, me hablaba bajito al oído y me decía: ‘Para lo que hay que ver’”.

Del otro lado del océano, en Roma, también quedaron huellas imborrables del estilo cercano y afable del fallecido Santo Padre. El sastre Ranieri Mancinelli, especializado en vestimentas religiosas, recuerda con claridad su primer encuentro:

“Lo conocí más de una vez. Lo que me marcó fue su sonrisa. No me impresionó por ser el Papa, sino porque era un hombre muy amable, muy sencillo. Me pedía cosas prácticas, que no fueran caras”, relató.

Su gusto por los helados lo llevaba con frecuencia a la heladería del argentino Sebastián Padrón, a pocos metros de la Casa Santa Marta: “Fue nuestro cliente habitual durante más de siete años. Mi familia siempre estuvo muy unida a él. El recuerdo es maravilloso… por eso duele tanto”, sostuvo.

En una óptica del centro histórico, Luke Espiecia recuerda con exactitud la actitud del Papa cuando fue a cambiar sus gafas: “Se presentó solo, como Francesco. Le ofrecimos unas nuevas, pero dijo: ‘No quiero gastar dinero sin motivo. Pongamos los cristales nuevos en estas’. Y antes de irse, se dio vuelta y nos dijo: ‘Pero recuerden, quiero pagar los cristales’”.

Estas escenas simples resuenan con especial fuerza tras el fallecimiento del Papa Francisco, el último Lunes de Pascua. El día anterior, en un acto que quedará en la memoria del mundo, se despidió públicamente ante unas 50 mil personas reunidas en la Plaza de San Pedro, donde impartió su última bendición Urbi et Orbi.

Quienes lo conocieron en su vida cotidiana coinciden en algo esencial: nunca dejó de ser Jorge. Cercano, sencillo, humano.  

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