Mons. García Cuerva: 'A los que me conocen, no dejen que me traicione'

Mons. García Cuerva: 'A los que me conocen, no dejen que me traicione'

Fue el pedido que hizo el arzobispo de Buenos Aires al término de la misa de inicio de su ministerio pastoral, en la que agradeció a los que siempre estuvieron cerca suyo y lo alentaron en la vida.

Al término de la misa de inicio de su ministerio pastoral en la arquidiócesis de Buenos Aires, monseñor Jorge García Cuerva dio gracias a Dios por haberlo vuelto a pescar “con el anzuelo de su infinita misericordia” y también a tantas personas -entre ellos al Papa Francisco, a sus padres (que llevaron al altar las ofrendas del pan y el vino) y a la comunidad diocesana de Río Gallegos- que siempre estuvieron cerca y lo alentaron en la vida.

“Gracias a cada uno de los que están hoy aquí, y otros que me acompañan de lejos; con muchos tenemos historias compartidas, historias lloradas y celebradas. Amigos de la vida, hermanos del corazón. Los que me bancaron siempre, y me recordaron, en esos días álgidos que: ‘tus viejos, tus hermanos, tu familia, los amigos de la vida y las comunidades en las que viviste tu sacerdocio y tu episcopado a lo largo de 25 años sabemos bien quién sos. Eso es lo importante’”, subrayó.

Por eso, monseñor García Cuerva les pidió a quienes lo conocen, a quienes conocen a “Jorge hijo, hermano, amigo, vecino, párroco, obispo, no dejen que me traicione; que como dice Francisco, no me comporte como un príncipe de la Iglesia, porque lo estaría traicionando a Dios que me llamó, a la Iglesia que me confía esta misión, y a los más pobres, a esos rostros concretos que necesitan un padre y hermano, y que me enseñaron que Cristo vive entre nosotros”.

Texto de los agradecimientos

El agradecimiento del paralitico a Jesús debe haber sido muy grande y profundo. Había experimentado el perdón, la sanación, la liberación. Y, ese agradecimiento también debe haberse extendido a los cuatro hombres que cargaron su camilla, que levantaron el techo y que facilitaron el encuentro con Jesús. 

Hoy, consciente de ser perdonado y amado por Jesús, quiero darle gracias a Dios. Recuerdo el día en que el señor Nuncio me dio la noticia de este nombramiento; inmediatamente se me hizo presente la escena del evangelio de la pesca milagrosa, e hice mías las palabras de Pedro, Aléjate de mí Señor que soy un pecador. (Lc 5, 8). Gracias a Dios que vuelve a pescarme con el anzuelo de su infinita misericordia. 

Gracias al Santo Padre, por su cariño paternal y por su confianza. Gracias por sus consejos; en los días más difíciles me decía: Dios es más grande; no pierdas la paz, y no pierdas el buen humor. 

Gracias Francisco por animarnos a soñar en grande, por proponernos ser una Iglesia en salida, que primerea, que se involucra y que acompaña. Gracias a todos los que en distintos momentos de la vida cargaron mi camilla, y no me dejaron tirado ni me juzgaron por mis parálisis del corazón. 

A mi familia, a mis padres, a mis hermanos, a mis abuelos, por trasmitirme la fe. Y aquí les comparto una anécdota familiar: hoy sería el cumpleaños de mi abuela paterna, siempre venía a las celebraciones de esta catedral y soñaba con vivir bien cerca de plaza de mayo. Cumplió un poco su sueño en el nieto. 

A las comunidades donde fui seminarista; a las comunidades parroquiales con las que compartí la fe y la vida a lo largo de 20 años de ministerio sacerdotal: la parroquia Nuestra Señora de la Cava, y la parroquia Santa Clara. 

Gracias a la diócesis de Lomas de Zamora donde fui obispo auxiliar: guardo los mejores recuerdos, y experiencias de caminar junto al pueblo de Dios en el conurbano profundo. 

El sábado pasado en la despedida de Río Gallegos, recordaba que en aquélla ciudad del sur donde nací, me bautizaron y aprendí a caminar. Luego vine con mi familia a Buenos Aires; pero las sorpresas de Dios me llevaron nuevamente a aquella ciudad del sur, para que 50 años después diera también allí los primeros pasos como obispo diocesano. Gracias a la diócesis del fin del mundo, allí muchas veces las paredes de las capillas son el viento, el piso, la escarcha, y el cielo infinito patagónico, es el techo. No dejamos que el frío y el viento nos apague la pasión, el entusiasmo, las ganas de anunciar a Jesús y de celebrar la fe y la vida. Gracias querida diócesis de Río Gallegos porque soñamos juntos ser una Iglesia hospital de campaña que recibe a todos, especialmente a los heridos de la vida. Gracias porque en los tiempos de pandemia, más allá de las restricciones, fuimos una Iglesia viva en la caridad y en el compromiso. 

Gracias a la arquidiócesis de Buenos Aires que me recibe, al cardenal Mario Poli, por su servicio a lo largo de estos años, por su cercanía y delicadeza para darme la bienvenida. 

Gracias a los obispos auxiliares, por hacerme sentir prontamente parte de un equipo; gracias a mis hermanos sacerdotes, que desde el primer día me fueron mandando mensajes de saludo, y varios me invitaron ya a sus parroquias. Gracias por su pastoreo en las distintas comunidades y realidades de la diócesis. Como dice Francisco, el sacerdote es el primer prójimo del obispo. Nos iremos conociendo y acompañando mutuamente. Gracias a las religiosas y religiosos por hacer presente al Señor desde el propio carisma; aquí llega un hermano con ganas también de aprender de ustedes. Gracias a tantos laicos y laicas, testigos del Evangelio en la vida cotidiana; laicos que, con creatividad y audacia, anuncian con fe que Dios está vivo en la ciudad porque hoy es vital que la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo.

Gracias a mis hermanos obispos; su presencia y cercanía hacen que el peso de esta misión sea más llevadero. 

Gracias a cada uno de los que están hoy aquí, y otros que me acompañan de lejos; con muchos tenemos historias compartidas, historias lloradas y celebradas. Amigos de la vida, hermanos del corazón. Los que me bancaron siempre, y me recordaron, en esos días álgidos que: “Tus viejos, tus hermanos, tu familia, los amigos de la vida y las comunidades en las que viviste tu sacerdocio y tu episcopado a lo largo de 25 años sabemos bien quién sos. Eso es lo importante”.

Por eso les pido a quienes me conocen, quienes conocen a Jorge hijo, hermano, amigo, vecino, párroco, obispo, no dejen que me traicione; que como dice Francisco, no me comporte como un príncipe de la Iglesia, porque lo estaría traicionando a Dios que me llamó, a la Iglesia que me confía esta misión, y a los más pobres, a esos rostros concretos que necesitan un padre y hermano, y que me enseñaron que Cristo vive entre nosotros.

Gracias a las autoridades nacionales, provinciales y municipales, por su presencia y acompañamiento; creo firmemente en el trabajo articulado, en el diálogo y en la búsqueda de consensos; cuenten conmigo para lograr una presencia inteligente del Estado en favor de los sectores más vulnerables y excluidos. 

Me encomiendo una vez más a Nuestra Señora de Pompeya, devoción bien porteña, y hago míos los versos del tango Medallita de los pobres que Carlos Gardel cantaba con su voz única: Virgencita de Pompeya, nacida en el barrio turbio, como una flor del suburbio que embelleció al arrabal. Virgencita de Pompeya, que no conocés el Centro. Pero que estás tan adentro en el alma nacional... ¡Te llevo siempre conmigo en mi vida de compadre, porque sos como una madre que me defiende del mal!... 

Que Dios los bendiga mucho a todos, gracias de corazón.

Comentá la nota