Francisco: "El Jubileo nos obliga a no olvidar el espíritu del Vaticano II, el del samaritano"

"Hay que anteponer la misericordia al juicio de Dios, que será siempre a la luz de su misericordia"

Por José Manuel Vidal

Se respira el clima de las grandes ocasiones. Francisco inaugura en Roma el Año de la misericordia y abre la puerta santa, tras el prólogo de Bangui. Y, en la homilía, explica que, para Dios, lo primero es la misericordia, incluso antes que el juicio. Por eso, invita a la Iglesia a recuperar el "espíritu del samaritano del Vaticano II", para salir, de nuevo, a proclamar la alegría del amor al mundo.

El Papa concelebra rodeado de todos sus cardenales curiales, decenas de obispos y de sacerdotes en la Plaza de San Pedro. Al lado del altar, un icono de estilo oriental de la Virgen María, madre de la misericordia. En el otro lado, una peana con elEvangeliario del Año de la misericordia, abierto por la página de la Anunciación.

En el frontal de la Basílica que da a la plaza,el icono del año de la Misericordia, obra del artista jesuita padre Rupnik.

Entre los invitados, el prior de Taizé, el presidente de Italia, Matarella, o el primer ministro, Mateo Renzi.

Primera lectura del libro del Génesis en español: "La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí"

Segunda lectura de la carta del apóstol Pablo a los Efesios, leída en inglés: "Nos eligió en Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en el amor"

Lectura del pasaje del Evangelio de Lucas, cantado en italiano, del anuncio del ángel: "En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret...La Virgen se llamaba María..."

El Papa besa el Evangeliario, con el icono del Año jubilar, obra también del padre Rupnik y, a continuación el Evangelio queda expuesto en el altar.

Algunas frases de la homilía del Papa 

"En breve tendré la alegría de abrir la puerta de la misericordia...como hice en Bangui..." 

"Alégrate, llena de gracia" 

"La Virgen es llamada, ante todo, a alegrarse por lo que el Señor hizo en ella" 

"La plenitud de la gracia es capaz de transformar el corazón y hacerlo capaz de cambiar la historia de la humanidad" 

"la fiesta de la Inmaculada expresa la grandeza del amor de Dios" 

"El amor de Dios previene, anticipa y salva" 

"Un amor que salva" 

"Tenemos siempre la tentación de la desobediencia" 

"El pecado sólo se puede comprender a la luz del amor que perdona" 

"Este Año extraordinario es también un don de gracia" 

"Entrar por la puerta santa dignifica descubrir la profundidad de la misericordia del Padre, que acoge a todos y va al encuentro de todos personalmente. Es Él el que nos busca, el que viene a nuestro encuentro" 

"Los pecados son perdonados por su misericordia" 

"Hay que anteponer la misericordia al juicio y, en cualquier caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia"

"Cruzar la puerta santa nos debe hacer partícipes de este misterio de amor y de ternura" 

"Vivamos la alegría de la gracia, que todo lo transforma" 

"Cruzando la puerta santa queremos recordar la otra puerta que hace 50 años los padres del Concilio abrieron hacia el mundo" 

"Recordarla no sólo por los documentos producidos" 

"El Concilio fue un encuentro entre la Iglesia y los hombres y mujeres de nuestro tiempo" 

"Un encuentro sellado por la fuerza del Espíritu, que impulsaba a la Iglesia a salir" 

"Donde hay una persona, la Iglesia tiene que buscarla, para llevarle la alegría del Evangelio" 

"Retomamos ese impulso con la misma fuerza y la misma alegría" 

"El Jubileo nos obliga a no olvidar el espíritu del Vaticano II, el del samaritano" 

"Hacer nuestra la misericordia del buen samaritano"

Texto íntegro de la homilía del Santo Padre Francisco:

Dentro de poco tendré la alegría de abrir la Puerta Santa de la Misericordia. Cumplimos este gesto como he hecho en Bangui, tan sencillo como fuertemente simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en primer plano el primado de la gracia. En efecto, lo que se repite más veces en estas lecturas evoca aquella expresión que el ángel Gabriel dirigió a una joven muchacha, sorprendida y turbada, indicando el misterio que la envolvería: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28).

La Virgen María es llamada en primer lugar a regocijarse por todo lo que el Señor ha hecho en ella. La gracia de Dios la ha envuelto, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. Cuando Gabriel entra en su casa, hasta el misterio más profundo, que va más más allá de la capacidad de la razón, se convierte para ella un motivo de alegría, motivo de fe, motivo de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia puede transformar el corazón, y lo hace capaz de realizar un acto tan grande que puede cambiar la historia de la humanidad.

La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios. Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El inicio de la historia del pecado en el Jardín del Edén se resuelve en el proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis llevan a la experiencia cotidiana que descubrimos en nuestra existencia personal. Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra vida independientemente de la voluntad de Dios. Es esta la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios.

 

Y, sin embargo, la historia del pecado solamente se puede comprender a la luz del amor que perdona. El pecado sólo se comprende bajo esta luz. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen Inmaculada es ante nosotros testigo privilegiada de esta promesa y de su cumplimiento.

Este Año Extraordinario es también un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. ¡Es Él quien nos busca! ¡Él quien sale a nuestro encuentro! Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. Cuánta ofensa se le hace a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia (cf. san Agustín, De praedestinatione sanctorum 12, 24) Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor, de ternura. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.

Hoy, aquí en Roma y en todas las diócesis del mundo, cruzando la Puerta Santa queremos también recordar otra puerta que, hace cincuenta años, los Padres del Concilio abrieron hacia el mundo. Esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo...; donde hay una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio y llevar la Misericordia y el perdón de Dios. Un impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo.

El jubileo nos provoca esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del concilio. Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano.

La apertura de la puerta santa

Tras la misa, la apertura de la Puerta Santa del jubileo extraordinario de la misericordia.

El Papa, en procesión, se dirige a la puerta, revestido con una sencilla capa pluvial. Antes de situarse ante la puerta santa y hacer una oración, se detiene para abrazar al Papa emérito, Benedicto XVI, que quiso acompañarle en este momento solemne.

"Cristo es la puerta a través de la cual vamos a ti, belleza que no conoce ocaso...", reza el Papa. Y añade: Esta es la puerta del Señor, ábranme la puerta de la justicia"

El Papa empuja la puerta, cruza el umbral y se queda rezando de pie durante unos momentos. Tras él, el Papa Benedicto, acompañado de su secretario, monseñor Ganenswein.

Tras saludar de nuevo al Papa emérito, Francisco se dirige al altar de la basílica. El templo está vacío, mientras cruzan la puerta santa los cardenales, obispos, sacerdotes y fieles. De pié, ante el altar de la confesión, el Papa espera estoicamente la larga procesión de entrada en el templo de los clérigos. Algunso obispos y curas besan el umbral de la puerta santa, antes de cruzarlo.

Ante el altar, vuelve a hacer una oración litúrgica: "Concédenos hacer viva experiencia de tu termura paterna y dar testimonio, con palabras y obras, de Cristo"

Y, a continuación, la bendición papal, con la que concluye la eucaristía. Después, el Papa se dirige ante la imagen de la Virgen, mientras suena el Regina coeli.

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