En el ciclo “Pensar la fe en el cambio de época”, el sacerdote betharramita Gerardo Ramos hizo un repaso de la teología actual en Argentina. “La argentina es una teología en camino, hacia adelante y hacia arriba, sinodal del pueblo fiel de Dios que peregrina en nuestra patria. Desde que inició la pandemia contacté, en el marco de una teología del cambio de época, a diferentes representantes del mundo académico, cultural y pastoral para hablar de esto. Con ellos realicé una serie de 90 videos en diálogos creyentes a partir de una experiencia, texto, canción, intuición, actividad, circunstancia, inquietud o trayecto académico significativo que el o la interlocutora haya querido comunicar”, detalló.
“En la carta con motivo del centenario de la Facultad de Teología de la UCA el papa Francisco nos dice que enseñar y estudiar teología significa vivir en una frontera, ésa en la que el Evangelio encuentra las necesidades de las personas a las que se anuncia, de manera comprensible y significativa. La teología que desarrollan ha de estar basada en la Revelación, en la Tradición, pero también debe acompañar los procesos culturales y sociales, especialmente las transiciones difíciles. No se conformen con una teología de despacho. También los buenos teólogos, como los buenos pastores, huelen a pueblo y a calle y, con su reflexión, derraman ungüento y vino en las heridas de los hombres. Que la teología sea expresión de una Iglesia que es hospital de campaña, que refleje la centralidad de la misericordia. El estudiante de teología no es un teólogo de museo y tampoco un balconero de la historia, sino “una persona capaz de construir en torno a sí la humanidad, de transmitir la divina verdad cristiana en una dimensión verdaderamente humana, y no un intelectual sin talento, un eticista sin bondad o un burócrata de lo sagrado”, dijo el padre Ramos.
“Concibo el quehacer teológico como un desarrollo iconográfico, un crisol de experiencia humana y cronotópica, social, cultural y espiritual, madurada en el ir pensando sapiencial y teologalmente, y plasmado en los originales y luego paradigmáticos iconos que expresan la fe de todo un pueblo con tono propio, el trabajo artístico del teólogo se va componiendo, a modo de mosaico, con piedras prolijamente seleccionadas de una vasta geografía. Piedras y colores que pueden ser lugares y personas, textos e imágenes, música, cine o comunidades, y que el lúdico quehacer del teólogo deberá intuir y organizar siguiendo las mociones del Espíritu en prolongados tiempos de escucha y silencio”, añadió.
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