Luego de tres semanas de intenso debate interno, los obispos sinodales votaron -con apenas un voto sobre la mayoría especial de dos tercios de los presentes- una reforma que deja en manos de cada sacerdote la admisión de los separados a los sacramentos de la iglesia.
Ni sí, ni no, se evaluará caso por caso. El tema de los sacramentos a los divorciados que se vuelven a casar, el punto más debatido en el sínodo sobre la familia, se resolvió por un voto. La asamblea de los 265 padres sinodales (270 en total) aprobó,con 178 votos a favor sobre un mínimo de 177 requeridos para la mayoría calificada,la decisión de confiar al "discernimiento" de los sacerdotes la admisión a los sacramentos a los divorciados.
Si bien no habrá ningún cambio en la doctrina, el de ayer fue un paso histórico hacia una Iglesia Católica más inclusiva, ya que derribó la prohibición absoluta de la comunión a los divorciados.La gran desilusión de la jornada fue para quienes esperaban, además, una apertura de la cúpula eclesiástica hacia los homosexuales. El tema fue prácticamente ignorado en el texto final de la asamblea.
Ayer por la tarde, los padres sinodales votaron, párrafo por párrafo, un documento de 94 apartados, que, por la mañana, había sido aprobado por unanimidad por la comisión de 10 prelados encargados de analizar las 248 enmiendas introducidas por la asamblea y de redactar el texto final con las conclusiones.
Después de tres semanas de reuniones, la asamblea ordinaria del sínodo indicó la vía del "discernimiento" para resolver la intrincada cuestión de la readmisión a los sacramentos para las divorciados que se vuelven a casa. Es decir, la Iglesia no dice "sí" o "no" a la comunión a priori, sino que se esforzará por analizar caso por caso para encontrar una solución óptima para cada situación.
En este sentido, en el discurso conclusivo del evento, el Papa Francisco aseguró: "Sin caer nunca en el peligro del relativismo o en la demonización de los otros, tratamos de abrazar plenamente y corajudamente la bondad y la misericordia de Dios que supera nuestros cálculos humanos y que no desea otra cosa que todos los hombres sean salvados."
Jorge Mario Bergoglio subrayó que "el primer deber de la Iglesia no es el de distribuir condenas o anatemas, sino el de proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor".
Para el historiador de la Iglesia Católica Massimo Faggioli, el punto 85 del documento que cita como "criterio general" el pasaje de la encíclica Familiaris Consortio escrita por Juan Pablo II en 1981, puede leerse como una "apertura sustancial" respecto al pasado. Sin embargo, para el también profesor de Historia del Cristianismo de la Universidad St. Thomas de Minnesota (Estados Unidos), "el silencio sobre los homosexuales es una falta grave, fruto de la elección (democrática) de algunos miembros del sínodo en puestos clave para la conducción del debate: en los mejores casos, ninguna voluntad de afrontar la cuestión, en los casos peores, con discursos en aula que hubieran tenido relevancia penal en muchas democracias occidentales".
En el documento, el párrafo sobre los homosexuales se limita a reforzar el catequismo existente y la definición de familia fundada sobre un hombre y una mujer, bajo el imperativo de respetar, sin embargo, a todas las personas. Este pasaje fue votado por 221 padres sinodales pero patrocinado, en su mayoría, por los prelados de África y de países en vía de desarrollo.
Anticipando las conclusiones, el cardenal austríaco Christhop Schonborn había asegurado que algunos "se desilusionarán" porque en el texto "no encontrarán mucho sobre homosexualidad". La cuestión, explicó el prelado de Viena, se afrontó "sólo bajo el aspecto de la familia", de cómo comportarse "si tenemos la experiencia de un hermano, hermana, tío o persona homosexual, cómo administrar esta situación como un cristiano".
Por lo tanto, la doctrina sobre la homosexualidad sigue bajo la definición del catequismo según la cual "los actos de homosexualidad son intrínsecamente desordenados" y contrarios a la naturaleza. El texto final confirma la política de "tolerancia cero" ante los casos de pedofilia. Hablando acerca de la violencia dentro de la familia, en la relación final se subraya la necesidad de una "estrecha colaboración con la justicia".
Celebrando la conclusión de tres semanas trabajosas y un algo accidentadas,Francisco aplaudió la "vivacidad de la Iglesia que no tiene miedo de sacudir las consciencias anestesiadas o de ensuciarse las manos discutiendo francamente y animadamente sobre la familia".
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