Una de las bendiciones más inmensas del islam es la certeza de que Al-lah siempre perdona. No importa el tamaño del pecado ni cuán lejos hayamos ido. Si el corazón se arrepiente sinceramente, la puerta del perdón está abierta. Esta esperanza es un refugio para el alma que se extravía.
El Corán está lleno de versos que hablan del perdón divino. “Al-lah ama a los que se arrepienten” (2:222). “Mi misericordia lo abarca todo” (7:156). No hay pecado mayor que la misericordia de Al-lah, excepto creer que no te puede perdonar. El mayor obstáculo no es el error, sino la desesperanza.
El Profeta (PB) enseñó que quien se arrepiente es como quien nunca pecó. Y que si no pecáramos, Al-lah crearía otro pueblo que sí lo hiciera, solo para que Él pudiera perdonarlos. Esta afirmación no normaliza el pecado, sino que destaca la infinita generosidad de nuestro Creador.
El perdón divino también nos enseña a ser compasivos con otros. Si Al-lah, que es perfecto, perdona, ¿quiénes somos nosotros para guardar rencor eternamente? La práctica del perdón sana corazones, une familias y aligera el alma. A veces, perdonar a otro es también perdonarse a uno mismo.
Recordar el perdón de Al-lah no debe llevarnos a la negligencia, sino a la gratitud. Saber que siempre podemos volver a Él nos da esperanza, pero también responsabilidad. Porque si Al-lah borra el pasado, nosotros tenemos el deber de escribir un futuro mejor.
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