Parolin en Moscú, mediador entre Putin y los Estados Unidos de Trump

Parolin en Moscú, mediador entre Putin y los Estados Unidos de Trump

El análisis de Stefano Caprio (del Pontificio Instituto Oriental) sobre la «Ostpolitik 2.0»: el futuro del Medio Oriente, la cuestión ucraniana, el contraste ruso al dominio unilateral estadounidense

Por IACOPO SCARAMUZZI

 

El cardenal Pietro Parolin, que del el 20 al 24 de agosto próximos visitará Rusia, «se puede proponer como mediador que acerca dos mundos que no deben ser considerados como contrapuestos». Está convencido de ello Stefano Caprio, que fue misionero en Rusia y ahora es profesor de Historia y Cultura rusa en el Pontificio Instituto Oriental de Roma. En esta entrevista analiza los posibles escenarios políticos y eclesiológicos de la visita del Secretario de Estado vaticano a Moscú, en donde debería reunirse tanto con el Patriarca ortodoxo Kirill como con el Presidente Vladimir Putin, en un frente en el que, además de retomar la «Ostpolitik» del cardenal Agostino Casaroli (del cual es heredero), el principal colaborador del Papa Francisco debería afrontar una inédita cuestión de «Westpolitik», con Donald Trump en la Casa Blanca. 

 

¿Qué espera de esta visita? 

 

La Iglesia católica en este momento no tiene intereses directos en Rusia. Ya están bastante superados los discursos que se hacían hace años sobre la posibilidad de una visita del Papa a Rusia o sobre la situación de los católicos en Rusia: estos últimos son una presencia tranquila, pero reducida, mientras una visita del Papa no es particularmente actual o interesante. Cuestiones más arduas son, si acaso, Ucrania, sobre la que el Vaticano tiene una postura bastante intermedia, más de mediador entre rusos y greco-católicos que haciendo un frente con estos últimos, y el Medio Oriente, sobre el cual hay una sintonía entre la política de Putin y la del Vaticano. Más en general, se puede decir que el Vaticano se propone como mediador entre Rusia y el resto del mundo. 

 

Analicemos los dos primeros temas, principalmente el Medio Oriente. En su opinión, ¿hay una total convergencia entre Moscú y Roma en relación con Siria y con el Medio Oriente? La Santa Sede parece estar más atenta que el Kremlin, por ejemplo, en no convertir la defensa de los cristianos de la región en una bandera ideológica. 

 

No hay una total convergencia, pero hay una convergencia de fondo. Los cristianos perseguidos en el Medio Oriente son principalmente ortodoxos y la Santa Sede comprende que debe ponerse en línea con la Iglesia ortodoxa. Trata de evitar los tonos exagerados con el mundo islámico que la ortodoxia tiene menos temores para adoptar, incluso porque Rusia se propone como modelo al decir: el islam lo hemos integrado aquí y esto es lo que queremos hacer en el Medio Oriente. No olvidemos que Siria era casi la 16a república de la Unión Soviética, y todavía en la actualidad muchos licenciados sirios obtuvieron la licenciatura en Moscú. Hay un interés directo de Rusia en Siria, así como en Tierra Santa. La Santa Sede se muestra de parte de los ortodoxos, tratando de relajar los tonos. 

 

¿Ucrania es un obstáculo en las relaciones entre la Santa Sede y Rusia? ¿Cómo evolucionará esta situación en el futuro, tanto en relación con el conflicto con Rusia como con el caso de los llamados uniatas? 

 

Sobre la cuestión política, como decía antes, la Santa Sede tiene una línea de mediación entre los intereses en campo. Creo que la propuesta vaticana es la de sostener el estatus particular de la Ucrania oriental y, eventualmente, redefinir la situación de Crimea, un pasaje que, además, llevaría al final de las sanciones contra Rusia. En cuanto al tema de los cristianos, el panorama es muy articulado. Además de los greco-católicos, por ejemplo, hay una fuerte minoría de latinos católicos polacos, que son anti-rusos, pero sobre todo están en contra de los greco-católicos y quisieran separar las partes occidentales de Ucrania, mientras los greco-católicos querrían retomar incluso Crimea… Se podría crear una situación en la que los greco-católicos, los ortodoxos bajo la jurisdicción de Kiev y una parte de los ortodoxos fieles a Moscú constituyeran juntos una Iglesia ucraniana independiente, en comunión tanto con el Papa como con Moscú y Constantinopla: este era el ideal de los uniatas. Claro, este tema no encuentra una solución desde hace mucho tiempo. Hay que retomar la cuestión y volver a encontrar una manera para que los uniatas vuelvan a hablar con los ortodoxos. El Vaticano podría intentar facilitar este diálogo, asumiendo un papel menos ingenuo del que tuvo en el pasado. No hay que perder de vista, de cualquier manera, que casi la mitad de la ortodoxia rusa, en términos de parroquias y diócesis, se encuentra en Ucrania, por lo que si el Patriarca ruso Kirill perdiera la ortodoxia ucraniana perdería también el liderazgo que tiene en el mundo ortodoxo. 

 

¿Por qué, a partir de la carta que el Papa le escribió en calidad de presidente del G20, a la que siguió una vigilia de oración con el objetivo de frenar a un ya titubeante Barack Obama que se disponía a bombardear la Siria de Assad, el Papa tiene una relación constructiva, cuando no cordial, con Putin, hombre político del que lo separan varios aspectos tanto personales como políticos? 

 

Porque la política de Putin acaba siendo bastante compatible con ciertos intereses de la política vaticana. Antes que nada la posición de Rusia en el escenario internacional, desde hace ya muchos años, es de crítica a la globalización comprendida como dominio unilateral estadounidense y occidental sobre el mundo. Rusia siempre se ha opuesto a ello y el Vaticano, antes aún del Papa Francisco pero mucho más con él, tiene esta posición, como es, por ejemplo, evidente en el Medio Oriente. La Iglesia católica, además, tiene un gran interés por la Iglesia ortodoxa rusa, principal interlocutor en el mundo cristiano, verdadero representante del mundo oriental y ortodoxo. Y la política de Putin está estrictamente relacionada con la exaltación del papel de la ortodoxia, un hecho que el Vaticano no puede no ver sin interés. 

 

Una pregunta de fondo: ¿por qué a la Santa Sede, a este Papa en particular, le interesa Rusia? 

 

El interés de la Iglesia católica por Rusia es plurisecular, no es ninguna novedad, estaba presente también con los Papas del pasado. La situación en los últimos 25, 30 años se ha desarrollado de manera compleja. Después de la «Ostpolitik» de la segunda mitad del siglo XX, primero hubo un gran interés por parte del Papa Juan Pablo II, polaco, pero que fue visto por parte de Moscú como una interferencia. A principios de los años 2000, es decir desde que comenzó el gobierno de Vladimir Putin, las relaciones se enfriaron, la Iglesia ortodoxa puso un veto a cualquier iniciativa de la Iglesia católica en Rusia. Un hielo que comenzó a derretirse con el cambio de política que promovió principalmente el nuncio Antonio Mennini, representante de la Santa Sede en Rusia de 2002 a 2008, quien retomó la línea de la «Ostpolitik»: ceder ideológicamente cuanto fuera posible, promover una eclesiología más horizontal, tanto para acercar a Moscú y Roma, como por una visión política global que pretende, sin el predominio de una u otra parte, un mundo cristiano que defiende en conjunto sus intereses. Esta tendencia se acentuó más porque el Patriarca Kirill sacó adelante una línea que se puede definir como de reacción rusa a la degradación moral del Occidente globalizado, y trató de involucrar al Vaticano en esta lucha por los valores éticos, tradicionales, por ejemplo en relación con el tema de la familia. Esto fue mucho más evidente con Benedicto XVI, quien estaba en gran sintonía con la ortodoxia rusa sobre estos temas, aunque, desde un punto de vista político fuera menos propenso a una «Ostpolitik» activa. Ahora, con el Papa Francisco, por una parte la consonancia es menor: el Patriarcado ruso ve con algunas sospechas el aperturismo de Bergoglio. Pero por otra parte el Papa argentino promueve más activamente la «Ostpolitik», cuenta con una concepción eclesiológica que despoja del primatismo y que promueve relaciones horizontales con las demás Iglesias cristianas, y está en sintonía con una visión anti-globalista de los equilibrios mundiales. 

 

El cardenal Parolin es heredero precisamente de la «Ostpolitik» de su predecesor Agostino Casaroli, pero en este momento parece que la Santa Sede tiene más bien un problema de «Westpolitik» con Donald Trump… 

 

Claro, la de la Santa Sede en la actualidad es una «Ostpolitik» con respecto a la que tenía Casaroli; se trata de una «Ostpolitik 2.0». Los intereses en juego son diferentes, ahora, tal vez, por parte de la Santa Sede existe la intención de situarse de parte de Rusia no porque se trate de un adversario, sino, al contrario, porque puede ser un aliado en contra del «común adversario» Trump. Pero habrá que ver qué sucede. Habrá que ver hasta qué punto Trump es adversario o aliado de Putin, porque el Presiente de Estados Unidos adopta sanciones contra Rusia por una parte, pero por otra deja ver que desea llegar a ciertos acuerdos. Hay un juego entre las partes. También el Vaticano critica a Trump, esto es evidente, pero también aquí hay otro juego, porque Trump resuelve un poco la relación con los católicos conservadores y le saca algunas de las castañas del fuego a la Santa Sede. En resumen, hay una convivencia de todos en este triángulo de «Ostpolitik» que es también de «Westpolitik». Y el cardenal Parolin, en este sentido, podría proponerse como mediador que acerca dos mundos que no deben ser considerados contrapuestos. 

 

Para concluir, ¿qué le parecen las relaciones del Papa con el Patriarca ortodoxo Kirill? El encuentro en Cuba fue histórico, las relaciones «fraternas», sin embargo la sensibilidad reformadora de Jorge Mario Bergoglio parece distante de la del Patriarca ruso, en relación con temas como la modernidad o la religión y la política. 

 

En Cuba el Vaticano, para alcanzar el objetivo del encuentro, evidentemente cedió en la declaración final. Hay afirmaciones sobre los valores tradicionales y sobre la familia poco comunes en Bergoglio, pero evidentemente un poco pretendidos por Kirill; en relación con Ucrania no se dice nada en defensa de los greco-católicos en cuanto víctimas de Rusia, sino más bien se habla sobre la necesidad de que las partes en conflicto cesen las hostilidades, una postura favorable a la visión rusa. En cambio, hay poco sobre las tesis en las que insiste el Papa argentino: un poco de argumentos eclesiológicos que no interesan a Kirill (si acaso al Patriarca de Constantinopla Bartolomé), algunas referencias a la solidaridad para los refugiados. Al día siguiente del encuentro, el Primer ministro ruso, Medvedev, participó en una conferencia internacional sobre Siria y, por lo menos, la coincidencia temporal se prestaba para justificar la postura que sostenía Moscú, es decir la intervención rusa en Siria. Y sí, es cierto que el encuentro se llevó a cabo en un territorio neutral, en Cuba, en la América Latina del Papa Bergoglio, pero también es cierto que el contexto, la presencia de Raúl Castro, el aeropuerto tan soviético… Parecía que estaban más en Rusia que en el Occidente. Ese encuentro es un ejemplo perfecto de la «Ostpolitik» que tan bien maneja Parolin. 

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