Cree que tanto la Iglesia como el gobierno fallaron a los más pobres y vulnerables del país
El papa Francisco cerró su visita de cinco días a México con un mensaje de amor y compasión para el pueblo y los migrantes que atraviesan el país camino de Estados Unidos. Para los líderes políticos y religiosos de México, el viaje fue más bien una lección en amor duro.
El pontífice utilizó su estancia para criticar a la clase dirigente mexicana por no proteger a la gente de las bandas criminales y la corrupción rampante, y reprendió a los obispos para que se acercaran más a su grey y aliviaran su sufrimiento. También visitó a algunos de los más pobres del país y sus zonas más violentas para llamar la atención sobre la dura realidad de sus habitantes.
El miércoles, último día de la gira, se produjo el momento más simbólico y audaz desde el punto de vista político, cuando cientos de miles de personas se reunieron en un recinto ferial de Ciudad Juárez mientras unos 30.000 espectadores seguían la retransmisión en directo en un estadio de fútbol en El Paso, Texas, al otro lado del río Bravo (conocido como río Grande en Estados Unidos).
Francisco también intentó enviar un mensaje al otro lado de la frontera, donde la campaña electoral adopta cada vez un tono más duro sobre la inmigración en Estados Unidos.
El pontífice pidió a los gobiernos que abrieran su corazón a la "tragedia humana" de la migración forzosa. "¡No más muerte! ¡No más explotación!", imploró.
Francisco no pidió abiertamente que Estados Unidos abra su frontera, pero pidió que se reconozca que los que huyen de la extorsión y los asesinatos de pandillas en sus países son víctimas.
"No podemos negar la crisis humanitaria que en los últimos años ha significado la migración de miles de personas, ya sea por tren, por carretera e incluso a pie, atravesando cientos de kilómetros por montañas, desiertos, caminos inhóspitos", afirmó."Son hermanos y hermanas que salen expulsados por la pobreza y la violencia, el narcotráfico y el crimen organizado".
"Es un mensaje dirigido a todos, desde las autoridades hasta nosotros mismos como personas, y los americanos igual. Para que reciban a los inmigrantes y los vean como son, personas igual que ellos", comentó Natalia Herrera Miranda, vecina de Juárez.
Antes de la misa, Francisco hizo una parada en la frontera para ofrecer una plegaria silenciosa en memoria de los migrantes que murieron intentando llegar a Estados Unidos. También bendijo a varios cientos de migrantes sentados al otro lado de la cerca.
Angelica Ortiz, una de las invitadas a estar en el lado estadounidense, dijo haberse marchado de Ciudad Juárez porque los narcotraficantes habían amenazado la vida de su hijo, y ahora vive en El Paso tras obtener asilo.
"Estoy abrumada por la emoción, mucha emoción. Me desmoronaría si hablo más", dijo tras el acto.
Ése fue el momento más emotivo del viaje, pero Francisco empezó a dar que hablar antes incluso de aterrizar en México.
En su vuelo desde el Vaticano, el papa hizo primero una parada en La Habana para un encuentro y un abrazo históricos con el patriarca Kirill de la Iglesia ortodoxa rusa, el primer encuentro de esta clase entre los líderes de las dos comunidades desde el cisma que dividió a la cristiandad hace un milenio.
Una vez en México, Francisco pareció ir un paso más lejos de las críticas amables que suele hacer el pontífice en sus viajes al extranjero, y llamó al orden a los poderosos de México una y otra vez.
En su primer día completo en el país, Francisco dijo en un discurso en el Palacio Nacional ante el presidente, Enrique Peña Nieto, y otros miembros del gobierno que los cargos públicos deben ser honestos y no verse seducidos por el privilegio y la corrupción.
Después hizo una directa intervención ante sus propios obispos, en la que les pidió que fueran auténticos pastores, no clérigos centrados en su carrera que ofrecen críticas inofensivas como "el balbucear de huérfanos como al sepulcro".
El papa dijo que la Iglesia no necesita "príncipes", sino una comunidad de "testigos de Dios".
Después se desplazó a Ecatepec, un duro suburbio de México, donde condenó a los traficantes de drogas como "traficantes de muerte" e instó a los mexicanos a resistir la tentación del dinero. Dos días más tarde repitió un mensaje similar en el estado de Michoacán, marcado por la violencia, donde dijo a los jóvenes que Jesús "nunca nos invitaría a ser sicarios".
En el empobrecido estado de Chiapas, en el sur de México, Francisco denunció los siglos de explotación y exclusión sufridos por los indígenas mexicanos. También oró ante la tumba de un clérigo que convirtió en su misión la protección de los indígenas, a menudo chocando con la jerarquía de la Iglesia en el proceso.
Los analistas señalaron que las acciones, palabras y elección de actividades del papa indican que cree que tanto la Iglesia como el gobierno en México han fallado a los más pobres y vulnerables del país.
"El papa de verdad cree que el diablo anda suelto en México, sembrando muerte, miseria y resignación, y que cree que el estado, la Iglesia y los narcotraficantes son cómplices", dijo Andrew Chesnut, presidente de estudios católicos en la Universidad Virginia Commonwealth. "Cree que México, con la segunda población católica más grande del mundo, pasa por una grave crisis moral y política, y que la Iglesia debe convertirse en un agente activo para construir un México más justo".
De la "cariñoterapia" al "jalón" de orejas
Desde su receta de "cariñoterapia" hasta su condena a la explotación, pasando por sus advertencias sobre la corrupción y su exhorto a los jóvenes a no ser "mercenarios de ambiciones ajenas", el papa Francisco ha dejado huella en México con frases dirigidas a los más diversos sectores de la sociedad.
"No se permitan permanecer caídos, nunca", dijo el papa Francisco a los jóvenes en una de sus jornadas de su viaje a México; una frase que sintetiza el mensaje que transmitió al país, donde, con una fuerte dosis de esperanza, cargó contra la "resignación" ante la "cultura del descarte".
El pontífice no acudirá "como una interferencia en la vida política", "no viene con las soluciones hechas", advertía el nuncio apostólico, Christophe Pierre, semanas antes de la visita, para calmar el anhelo de respuestas de un país ensombrecido por importantes problemas sociales.
Aún así, Francisco, quien regresó esta noche al Vaticano tras seis días en México,señaló sin rodeos las heridas abiertas del país, las marcas de la pobreza, el narcotráfico, la violencia y la migración, sin tibiezas pero abriendo una ventana al cambio con la promesa de la "misericordia".
Lo hizo desde su primera jornada de trabajo, celebrada el pasado sábado, cuando le dijo a las autoridades mexicanas que "la búsqueda de los privilegios conduce a la corrupción, el narcotráfico y la violencia" y advirtió a los obispos que no minusvalorasen "el desafío" que representa el narcotráfico, una "metástasis que devora".
En el país de los 27.000 desaparecidos, en el que la impunidad en los crímenes alcanza cifras alarmantes y la corrupción de las instituciones se asemeja a un mal endémico, el papa pronunció unos marcados discursos inconformistas.
"Frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la resignación. Una resignación que nos paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino", alertó frente a religiosos en Morelia (Michoacán).
Se refirió en sus intervenciones a los "excluidos", las víctimas de la "cultura del descarte", llamando a proceder a la inclusión en vez de esconderse en los "silencios y omisiones".
La pobreza es el "caldo de cultivo" para caer en "el círculo de narcotráfico y violencia", recordó en Ciudad Juárez, donde también añadió que "no se puede dejar solo y abandonado el presente y el futuro de México".
Simbólicos fueron los gestos que ofreció el pontífice a lo largo de estos días, como la visita a un hospital infantil de la capital, su encuentro con presos de Ciudad Juárez o su acercamiento, en la misma ciudad, a la frontera entre México y Estados Unidos.
Destacó la colorida jornada que vivió en el sureño estado de Chiapas, donde pidió "perdón" a las comunidades indígenas y visitó la tumba de Samuel Ruiz, quien durante cuatro décadas fue obispo de Cristóbal de las Casas y defensor de estos pueblos.
Allí, en el estado donde se concentra cerca del 75 % de las comunidades indígenas del país, "tatic" (padre) Francisco, como le llamaron en lengua tzotzil, subrayó cómo los pueblos originarios "han sido mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban".
El papa tuvo tiempo en su viaje para abogar por la "debilitada" y "cuestionada" institución de la familia en el encuentro de Tuxtla Gutiérrez (Chiapas), donde dijo que prefería a las familias de "rostro arrugado", frente a una "sociedad enferma por el encierro y la comodidad del miedo a amar".
También para acercarse a los niños y jóvenes mexicanos, a quien les alentó diciendo que son "la riqueza" del país y les animó a vivir "sin el carro (coche), sin la plata, pero con la frente alta".
"Jesús nunca nos invitaría a ser sicarios, sino que nos llama discípulos", dijo Jorge Mario Bergoglio a los entusiastas jóvenes de Michoacán, a quienes invitó a ofrecer la mano a todos aquellos amigos que hayan "caído", eso sí, "con dignidad".
En el segundo país con mayor número de católicos y en el que aún se respira la devoción por Juan Pablo II una década después de su muerte, el primer papa latinoamericano hizo ver en numerosas ocasiones que comparte con el pueblo mexicano la pasión por la Virgen Morena.
Frente a las 35.000 personas que acudieron a su misa en la Basílica de Guadalupe, se sentó en una silla vuelta al público, para guardar unos momentos de silencio con ellos contemplando la imagen de la Virgen. Más tarde, en la intimidad, se encerró en el "camarín" del templo para rezar a la "Morenita".
Al día siguiente, en la misa multitudinaria que se desarrolló en el municipio de Ecatepec(Estado de México), el papa despertó el entusiasmo de las 300.000 personas allí congregadas cuando exclamó "esta tierra tiene sabor guadalupano", en una jornada en la que volvió a cargar contra los comportamientos que hacen "una sociedad de pocos y para unos pocos".
Allí, Francisco pidió crear "una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte".
En Ciudad Juárez el papa subió al avión que le llevará de regreso al Vaticano, tras una misa en la que, haciendo un guiño al escritor Octavio Paz, dedicó unas últimas palabras de fuerza a los mexicanos.
"La noche nos puede parecer enorme y muy oscura, pero en estos días he podido constatar que en este pueblo existen muchas luces que anuncian esperanza", defendió el pontífice, añadiendo que los niños que ha podido ver por las calles estos días son "profetas del mañana, signo de un nuevo amanecer". "Siempre", aseveró Francisco, "hay posibilidad de cambio". (RD/Agencias)
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