Un papa que escucha, que aprende y que duda de sí mismo

Un papa que escucha, que aprende y que duda de sí mismo

Una de las novelas favoritas del papa Francisco es Los novios, de Alessandro Manzoni. Cuenta la historia de dos enamorados cuyo anhelo de casarse es boicoteado por un cura pusilánime de moral dudosa y un aristócrata angurriento.

Por David Brooks

La atribulada pareja encuentra un fraile bueno y sencillo que les da refugio. Luego cunde la peste, que les recuerda a todos que son mortales y que también desencadena un ajuste de cuentas moral.

Mientras los médicos atienden a los enfermos en hospitales para el cuerpo, la gente buena de la Iglesia atiende en hospitales para el alma. Un cardenal reprende al cura cobarde: "Debiste amar, hijo mío: amar y rezar. Y entonces habrías visto que las fuerzas de la iniquidad tienen el poder de amenazar y de herir, pero no el poder de ordenar". Hacia el final, hay conmovedoras escenas de confesión, arrepentimiento, reconciliación y casorio.

Si hago mención de la novela que Francisco ya ha leído cuatro veces es porque desde los medios tendemos a sobrepolitizar su visita a Estados Unidos.

Y como nos sentimos cómodos con nuestras disputas ideológicas, estaremos más que atentos a cualquier indicio que se le escape sobre su posición frente al aborto, el matrimonio gay, el calentamiento global y el divorcio.

Pero esta visita es también un hecho espiritual y cultural. Millones de estadounidenses harán profesión pública de su fe. Francisco dará instrucciones doctrinarias a los católicos. Pero el gran regalo es el hombre mismo: sus maneras, el modo en que se lleva a sí mismo.

El papa Francisco es un modelo específicamente en dos cuestiones centrales: ¿Cómo escuchar y aprender en profundidad? ¿Cómo sostener ciertos estándares morales sin dejar de ser amoroso y compasivo con quienes uno traba amistad?

A lo largo de su vida, el núcleo del mensaje de Francisco ha sido antiideológico. Como señala Austin Ivereigh en su biografía El gran reformador, Francisco ha criticado sistemáticamente los sistemas intelectuales abstractos que hablan de generalidades, instrumentalizan a los pobres e ignoran la rica naturaleza idiosincrática de cada alma en su situación particular.

Francisco escribió que muchas de nuestras discusiones políticas son tan abstractas que no se huele en ellas el sudor de la vida real, y que "se aferran a un discurso gastado y aburrido, de historieta".

El gran regalo de Francisco, por el contrario, es el del aprendizaje a través de la intimidad, no meramente para estudiar la pobreza, sino para vivir entre los pobres y experimentar personalmente la pobreza desde adentro.

"Veo la Iglesia como un hospital de campaña después de una batalla", le dijo Francisco a su entrevistador, el padre Antonio Spadaro. "Lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad (...) Curar heridas, curar heridas... Y hay que comenzar por lo más elemental."

Esa cercanía nos enseña los detalles granulares, pero también despierta un sentido del respeto. "Veo la santidad en el pueblo de Dios paciente: una mujer que cría a sus hijos, un hombre que trabaja para llevar a casa el pan, los enfermos, los sacerdotes ancianos tantas veces heridos pero siempre con su sonrisa."

Elitismo moral

Practicamos un elitismo moral e intelectual, queremos subir de estatus y somos expertos en conocimientos desespiritualizados. Francisco recalca que cada quien aporta una clase de conocimiento diferente.

En sus propias palabras: "Sucede como con María: Si se quiere saber quién es, se pregunta a los teólogos; si se quiere saber cómo se la ama, hay que preguntar al pueblo".

En estos días, algunos creyentes sienten la necesidad de aislarse de la corrupción y la decadencia de la cultura moderna.

Pero el papa Francisco argumenta que hay que hundirse en la diversidad de culturas vivas del mundo para ver a Dios en toda su gloria, y que hay que tener fe para ver a las personas en toda su profundidad.

Al Papa le gusta citar a Dostoievski con una frase de Los hermanos Karamazov: "Quien no cree en Dios, tampoco cree en el pueblo de Dios. (?) Sólo el pueblo, con su futuro poder espiritual, convertirá a nuestros ateos, que se han expatriado ellos mismos de su propia tierra".

El abordaje integral de Francisco es íntimo, personal y atento a la situación específica. Si uno es demasiado riguroso y se limita a aplicar reglas abstractas, se está lavando las manos de su responsabilidad hacia una persona. Pero si uno es demasiado laxo y no hace más que congraciarse con todos, está ignorando la verdad sobre el pecado y sobre la necesidad de enmendarlo.

Sólo sumergiéndose en la especificidad de esa persona, de esa alma insondable, es posible dar con el equilibrio justo entre rigor y compasión.

Sólo con intimidad y con amor podremos articular la autoridad emanada de las enseñanzas de la Iglesia con la sabiduría democrática que emana del sentido común de cada individuo.

Francisco es extraordinario a la hora de aprender, de escuchar y de dudar de sí mismo.

Lo mejor de lo que ocurrirá durante su visita a Estados Unidos será verlo relacionarse con la gente, ver cómo escucha en profundidad y cómo aprende de los otros, comprobar que los ve en la inmensidad de sus pecados, pero con compasión infinita y entregado amor.

Traducción de Jaime Arrambide

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