“A nosotros nos corresponde dar un testimonio creíble ante miles de hermanos en la era de la globalización”

“A nosotros nos corresponde dar un testimonio creíble ante miles de hermanos en la era de la globalización”

En la Homilía del cardenal Ouellet ante las nuevas autoridades del CELAM

La celebración eucarística del tercer día de la XXXV Asamblea General Ordinaria del CELAM fue presidida por el cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos y Presidente de la CAL.

En su homilía, referida al texto de los Hechos de los Apóstoles 1, 15-17. 20-26 y al Evangelio de Juan 15, 9-17, el cardenal Ouellet se centró en la figura inspiradora del apóstol San Matías, cuya fiesta litúrgica se celebró, justamente, el 14 de mayo: “Todos nosotros, como san Matías, fuimos agregados al grupo inicial de los doce en base a la elección libre del Señor. «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes»”.    

Inspirado por la palabra del Señor: “Yo los elegí del mundo, para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero”, el cardenal desarrolló tres preguntas referidas a la “misión divina de Cristo” que compete al grupo de sus elegidos: ¿quiénes somos?, ¿para qué fuimos elegidos?, y ¿cómo debemos cumplir nuestra misión apostólica? “Se trata de que seamos padres y pastores, y no meros funcionarios”, señaló el purpurado, y agregó: “nuestra misión es predicar a los fieles el amor de un modo creíble, ¡que no sea desmentido por nuestro propio antitestimonio!”.

Sigue la homilía completa del cardenal Marc Ouellet.

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ASAMBLEA PLENARIA DEL CELAM

Celebración eucarística

San Matías, Apóstol

14 de mayo de 2015

Hechos de los Apóstoles: 1, 15-17. 20-26; Juan 15, 9-17

“Dice el Señor : Yo los elegí del mundo, para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero”.

Muy queridos hermanos,

En el contexto de esta asamblea plenaria del Celam, la palabra de Dios resuena para nosotros de un modo muy singular. En efecto, esta palabra que acompaña la fiesta del Apóstol Matías alcanza a tocar lo más hondo de nuestra identidad. Ella nos recuerda quiénes somos, porqué y para qué fuimos elegidos, y cómo debemos cumplir nuestra misión.

Tenemos en común con San Matías el hecho de haber sido elegidos después del primer grupo de los doce. A él le tocó sustituir a Judas, el traidor, a nosotros nos corresponde dar un testimonio creíble ante miles de hermanos en la era de la globalización. Todos nosotros, como san Matías, fuimos agregados al grupo inicial de los doce en base a la elección libre del Señor. « No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes ».  

El hecho de haber sido elegidos por el Señor, y no por proyecto o una ambición personal, es lo que nos da paz y alegría. ¡Qué tal si la misión divina que tenemos fuese fruto de ambiciones y combinaciones humanas! Esta misión apostólica es parte de la misión divina de Cristo, no es nuestra, es suya, y no puede ser llevada a cabo sino con el poder de su gracia. Por lo tanto, nuestra paz y alegría, provienen de su elección y de su gracia, que Él confirma llamándonos sus amigos, por puro amor gratuito. Por eso, al escuchar la Palabra y recordar nuestra vocación personal, una inmensa gratitud embarga nuestro corazón. ¿Quiénes somos nosotros?Somos amigos del Señor porque Él nos ama gratuitamente con un amor preferencial, constituyéndonos en sus estrechos colaboradores en la viña del Padre. 

Ahí encaja la segunda pregunta: ¿Para qué fuimos elegidos? El porqué es el amor gratuito, el para qué es más complejo. La Palabra de hoy nos ofrece dos respuestas que, a primera vista, no parecen coincidir. En primer lugar, los Hechos de los Apóstoles dicen a propósito de la elección de Matías: “para ser constituido junto con nosotros testigo de su resurrección”. En segundo lugar, el evangelio de Juan dice a propósito de la misión de los apóstoles: “para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero”. La primera respuesta subraya la responsabilidad fundamental de ser testigo de la resurrección. De hecho es el fundamento de la fe de la Iglesia. Desde los albores del cristianismo se puso mucho cuidado para que la predicación de la Iglesia se apoyara en el testimonio de aquellos que fueron testigos oculares de la vida del Señor, de su pasión, muerte, resurrección y ascensión. Este cuidado era necesario para evitar que el misterio de Cristo fuese amalgamado con alguna gnosis emergente.  

Cabe recalcar hoy día, como en todas las épocas, que la fe cristiana no es una doctrina sublime, un ideal moral elevado, una utopía del Reino que diera sentido a la existencia humana y a su último destino. La fe cristiana es un encuentro vivo con una persona viva, una alianza que brota del testimonio histórico y escatológico de una Persona divina venida en carne humana a vivir con nosotros, morir, resucitar de entre los muertos y luego permanecer caminando con los hombres de un modo nuevo, misterioso, pero concreto como antes. Al resucitar y subir al cielo, Cristo no ha abandonado la historia, al contrario se hizo aún más presente en ella de un nuevo modo, siempre concreto, el modo sacramental, que no es puramente espiritual desencarnado, siempre tiene que ver con el cuerpo de Cristo, que es su cuerpo resucitado, su cuerpo eucarístico, su cuerpo eclesial, constituido fundamentalmente por el bautismo. 

¿Para qué somos elegidos? Para ser nosotros también testigos de la resurrección pero no testigos oculares de las apariciones, solamente testigos de las maravillas sacramentales del Verbo encarnado, ¡que no son poca cosa! Pues, ¿quién de nosotros puede negar que el encuentro diario con Cristo resucitado en la Eucaristía es el fundamento y la fuente de nuestra misión apostólica, de nuestra espiritualidad y de nuestro testimonio personal? El fruto abundante deseado por el Señor brota de la intimidad con Él en este sacramento que contiene todo el tesoro de la Iglesia, come dice la Presbyterorum Ordinis 5. ¡No nos dejemos robar la corporeidad del Señor!   

Entre Matías y nosotros hay esa diferencia entre el testigo ocular que narra los hechos, y los testigos siguientes, que recogen los frutos del anuncio eficaz de la resurrección. Entre el uno y los otros la continuidad viene garantizada por el Espíritu Santo que acompaña toda la aventura de la encarnación del Verbo de Dios y su desenlace en la resurrección. Es el Espíritu Santo que suscita y alimenta la fe de la Iglesia, transformándola en comunidad de testigos escogidos y enviados para evangelizar el mundo. Dar mucho fruto debe ser cada vez más entendido como testimonio alegre de amor misionero, signo concreto de la resurrección del Señor.

Llegamos así a la última pregunta: ¿Como debemos cumplir nuestra misión apostólica? El mandato del Señor no puede ser más claro y oportuno: amar. Amarnos los unos a los otros, albergando así entre nosotros nada menos, mas bien a nadie menos que la Santísima Trinidad. Seamos entonces los primeros en amar, y demos prioridad a los ultimos; “primerear” en este campo, como dice Francisco. Lo que debemos hacer, concretamente, está expresado de manera sencilla y profunda en unas palabras del papa Francisco en laEvangelii Gaudium, cuando nos dice que el Obispo “a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados”. Es decir, se trata de que seamos padres y pastores, y no meros funcionarios.

Nuestra misión es predicar a los fieles el amor de un modo creíble, ¡que no sea desmentido por nuestro propio anti testimonio! ¿No se concentra en esto, principalmente, la tan mentada “conversión pastoral”, es decir, la conversión de los pastores, nuestra conversión? Y ella pasa necesariamente por la vivencia concreta del amor y del espíritu cristianos de comunión.

¡Hoy en día el reto es grande! El testimonio personal y planetario del Papa Francisco nos pone preguntas concretas sobre los frutos alegres o amargos de nuestra fraternidad episcopal, de nuestra unidad en el ámbito de las conferencias nacionales, de nuestro entusiasmo para la misión continental que nos compromete a seguir el nuevo impulso, para una conversión misionera de la Iglesia universal. 

No olvidemos la hora histórica que nos corresponde vivir en solidaridad con el primer Papa latinoamericano. El continente de la esperanza no puede dejar de oír el grito de la humanidad que anhela la globalización de la solidaridad. Que Nuestra Señora de Guadalupe, nuestra Madre, que cuida la unidad del Continente americano, nos obtenga las gracias de fe, esperanza y caridad que concreticen nuestro testimonio apostólico del Señor resucitado. Que nuestro testimonio sea de total apertura al Espíritu Santo que quiere mover pastores y fieles hacia una revolución del amor, la única respuesta válida a la crisis del mundo actual. ¡“Yo los elegí del mundo, para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero” Amén!

Marc Card. Ouellet

Santo Domingo,

Republica Dominicana

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