León XIV

León XIV

por Elisabetta Piqué

Su perfil misionero y sus dotes para la administración lo llevaron a convertirse en el primer pontífice estadounidense

La Iglesia Católica no solo rompió un tabú el 13 de marzo de 2013, cuando eligió al primer pontífice latinoamericano de su historia bimilenaria. Volvió a transgredir el 8 de mayo de 2025, cuando 133 cardenales electores de 70 países, en menos de 24 horas de cónclave, decidieron cruzar nuevamente el Atlántico y eligieron a Robert Francis Prevost, León XIV, el primer papa estadounidense. Rompieron así el tabú que consideraba imposible la elección de un papa nacido en una de las grandes superpotencias del planeta, Estados Unidos. Y lo hicieron por un motivo muy claro: el entonces desconocido cardenal Prevost, prefecto del Dicasterio para los Obispos (el organismo que ayuda al papa a elegir a los obispos, entre otras funciones), no era un “gringo”. Era “el menos americano de los americanos”, porque había pasado la mitad de su vida sacerdotal como misionero y luego como obispo en Perú, convirtiéndose así en el primer papa de las dos Américas. No fue solo su doble ciudadanía —estadounidense y peruana— aquello que lo catapultó al trono de Pedro. También pesaron otros factores decisivos: su perfil de misionero, su experiencia global como prior de los agustinos durante dos mandatos —etapa en la que viajó por todo el mundo— y su capacidad de gestión. Además, se destacó como un buen administrador, alguien muy reservado, discreto, sobrio, con mucho tacto, sereno y hábil para resolver conflictos. “Es alguien que escucha mucho, reflexiona y luego decide”, confió a LA NACION un cardenal. Nacido el 14 de septiembre de 1955 en Chicago, en el seno de una familia de inmigrantes de clase media y muy devota, es el menor de tres hermanos varones. Su biografía cuenta que ya de chico “Rob” o “Bob” jugaba a ser cura. Usaba como altar la tabla de planchar de su madre, Mildred, que era docente.

“Usaba como altar la tabla de planchar de su madre, Mildred, que era docente”

Después de estudiar primero en el Seminario Menor de los Padres Agustinos, el joven Prevost se licenció en Matemáticas en la Universidad de Villanova, en Pennsylvania. En septiembre de 1977 ingresó al noviciado de la Orden de San Agustín y, tras obtener la licenciatura en Teología, viajó a Roma para estudiar Derecho Canónico, donde fue ordenado sacerdote en 1982. Dos años más tarde, en 1984, y ya con su licenciatura como canonista, fue enviado a la misión agustiniana de Chulucanas, en Piura, Perú. Como puede leerse en la biografía León XIV: Ciudadano del mundo, misionero del siglo XXI, de Elise Anne Allen, esos años fueron fundamentales para el futuro papa. Allí conoció una geografía y una pobreza nunca antes vistas por él, y también dramas como los efectos del fenómeno de El Niño vinculados al cambio climático, la violencia terrorista de Sendero Luminoso, la injusticia social y la corrupción. Después de más de una década en Perú, donde desempeñó diversos roles, y tras un breve período en Estados Unidos como prior provincial en Chicago, Prevost fue elegido en 2001 prior general de la Orden de San Agustín, cargo que ejerció durante dos mandatos. En esa función recorrió el mundo: ningún papa en la historia había viajado a tantos países —más de 50, incluidos China y la India— antes de ser electo. Incluso estuvo en la Argentina, donde conoció al entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. De esa época, existe una foto de 2006 de los dos futuros papas concelebrando juntos la misa en la Iglesia de San Agustín, en Buenos Aires.

Curiosamente, Prevost estaba en Buenos Aires cuando fue electo Francisco el 13 de marzo de 2013. Había viajado para acompañar en su ordenación episcopal a otro agustino argentino, Alberto Bochatey. Entonces, pensó que nunca iba a llegar a ser obispo porque había tenido algunos entredichos con Bergoglio, según él mismo admitió años más tarde al recibir una distinción en Perú. Pero ocurrió todo lo contrario: consciente de sus cualidades, en noviembre de 2014 el papa Francisco lo nombró primero administrador apostólico —y luego obispo— de la diócesis peruana de Chiclayo. En el país andino, marcado por un episcopado con fuerte influencia del Opus Dei y del grupo ultraconservador Sodalicio de Vida Cristina —disuelto por Francisco a principios de 2025 con su ayuda—, Prevost hizo la diferencia. Tanto es así que en marzo de 2018 fue elegido vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal Peruana. Para apagar otro incendio, Francisco, en abril de 2020, también lo designó administrador apostólico de la diócesis peruana de Callao. En enero de 2023, lo llamó a Roma para convertirse en prefecto del Dicasterio para los Obispos, uno de los “ministerios” más importantes de la curia romana, y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, promoviéndolo a arzobispo. Francisco había dicho que quería a un misionero en ese cargo. En el consistorio de septiembre del mismo año lo nombró cardenal. Amén de reunirse con él todos los sábados y convertirse en una de las personas más estimadas por Francisco, Prevost participó en las dos sesiones del Sínodo de Sinodalidad, su última gran apuesta para una Iglesia más participativa. El 6 de febrero de 2025, Francisco —quien murió el 21 de abril— lo promovió al orden de los cardenales obispos, el rango más alto y, para muchos, una señal tácita. Tras ser electo su sucesor el 8 de mayo de 2025, León XIV, quien eligió este nombre por León XIII, el papa de la doctrina social de la Iglesia, confirmó su intención de seguir adelante con la línea de Francisco, que incluía la reforma de la curia y el proceso sinodal, denostado por los sectores más conservadores, que lo acusaron de crear confusión. En verdad, como superior de los agustinos y como obispo en Perú, Prevost había puesto en práctica la sinodalidad mucho antes de que se convirtiera en política oficial de la Iglesia. De pocas palabras y gran escuchador, es alguien que, tras prestar atención a todos, toma decisiones; reservado, casi tímido, León XIV tiene un estilo muy distinto al de su predecesor. No es volcánico, extrovertido y espontáneo como el papa del fin del mundo, sino un matemático y canonista: metódico, sobrio, de otro carácter. Sin embargo —y aunque incomode a los sectores conservadores que celebraron su retorno a la muceta roja y a ciertas formalidades protocolares—, sigue su huella. De lo contrario, no habría firmado la exhortación apostólica Dilexi te (“Te he amado”) sobre el amor a los pobres, documento que Francisco había preparado en los últimos meses de su vida y que él completó. Tampoco habría afirmado que “tierra, techo y trabajo son derechos sagrados”, ni denunciado a quienes tratan como basura a los migrantes o las enormes desigualdades sociales, cuando recibió semanas atrás a los movimientos populares.

Después de su elección como pontífice, León XIV confirmó su intención de seguir adelante con la línea de Francisco, que fue la reforma de la curia y el proceso sinodal

En un mundo más polarizado que nunca, León XIV quiere aplacar las aguas turbulentas internas de la Iglesia. En un gesto de distensión con los tradicionalistas, descontentos por las restricciones impuestas por Francisco a la misa tridentina, a fin de octubre le permitió al cardenal Raymond Burke que celebrara ese rito en uno de los altares de la Basílica de San Pedro, en pleno año jubilar. Deportista, juega al tenis y monta a caballo cuando se toma un respiro en la residencia de Castelgandolfo, que volvió a utilizar —al igual que el Palacio Apostólico—. Le gusta manejar —de chico incluso pensó en convertirse en camionero—, disfruta de la música y sabe cocinar comida peruana, que es una de sus favoritas. Políglota —habla inglés, español, italiano y francés—, el hecho de que su lengua materna sea el inglés le facilita los encuentros con líderes mundiales. Menos comunicativo y mediático que su predecesor —como le ocurrió a Benedicto XVI tras Juan Pablo II—, es sobrio y metódico: no improvisa nunca, y hasta el día en que se presentó al mundo en el balcón central de la Basílica de San Pedro llevaba preparado un texto. Algunos lo han tildado en estos primeros meses de papa “invisible”. No generó controversias, se movió con gradualidad y prudencia, y el único nombramiento relevante que hizo fue el de su sucesor en el Dicasterio para los Obispos: Filippo Iannone, un carmelita napolitano muy similar a él, equilibrado y reservado. Además, devolvió protagonismo a la Secretaría de Estado, debilitada durante el pontificado anterior. León XIV dejó en claro desde el principio que él no quiere ser el gran protagonista, que sus objetivos son la paz y la unidad y que prefiere tener menos visibilidad a la hora de las definiciones políticas. Eso no significa que no sea un estratega hábil: de manera gradual —y casi matemática— está aprendiendo a ser papa y marcando su propio rumbo. No hay que olvidar que León XIV fue electo en medio del Jubileo de la Esperanza, con muchísimas citas y eventos ya programados por Francisco y, por lo tanto, con una agenda imposible, de la que se va a liberar el 6 de enero. Ese día cerrará el Año Santo —al día siguiente convocó ya a un consistorio de cardenales el 7 y 8 de enero— y a partir de ahí, su pontificado, hasta ahora sin sobresaltos ni grandes cambios, comenzará a tomar forma.

 

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