En muchas sociedades árabes, el juicio social actúa como una fuerza invisible que regula comportamientos, decisiones y aspiraciones. Las apariencias, el qué dirán y la presión familiar limitan la libertad individual, especialmente de las mujeres. Vivir en comunidad tiene ventajas, pero cuando se convierte en vigilancia constante, puede ser asfixiante.
Desde cómo vistes, con quién te casas o qué estudias, todo está bajo el escrutinio del entorno. El miedo a la crítica y al rechazo social condiciona la vida de muchos jóvenes. Se prefiere ocultar errores o deseos antes que enfrentarse al “shouma” (vergüenza pública). Esto genera una cultura de hipocresía y represión emocional.
Las redes sociales han amplificado este juicio social, haciendo que la vida privada se exponga y se evalúe constantemente. En lugar de promover la empatía, se ha intensificado el señalamiento y la presión. La religión, muchas veces, es utilizada como herramienta para justificar esta vigilancia social.
El islam enseña a no juzgar al prójimo, a cubrir sus defectos y a respetar su intimidad. Sin embargo, estos valores quedan a menudo enterrados bajo la tradición cultural del control colectivo. Se habla de honor, pero se olvida la compasión. Se impone moralidad sin tener en cuenta la diversidad de experiencias.
Liberarse del juicio social es difícil, pero necesario para el desarrollo personal y espiritual. Tal vez sea hora de revisar qué parte del control viene de la fe, y cuál del miedo a la comunidad.
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