Francisco celebra la Misa en recinto ferial de Ciudad Juárez, después de haber rezado en silencio contemplando a pocos metros la valla que marca la frontera con los Estados Unidos: «Son hermanos y hermanas que salen expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el crimen organizado. Frente a tantos vacíos legales, se tiende una red que atrapa y destruye siempre a los más pobres. Esclavizados, secuestrados, extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del negocio del tránsito humano»
Por ANDREA TORNIELLI - ENVIADO A CIUDAD JUÁREZ
Primero se detuvo a rezar en silencio por los migrantes, contemplando la valla metálica que marca la frontera entre México y Estados Unidos, desde una plataforma con una gran Cruz negra, ante la que depuso un ramo de flores blancas; al pie de la Cruz había dos pares de zapatos blancos de migrantes. Desde allí, envió su bendición hacia todas las personas «del otro lado» del Río Bravo, en la ciudad de El Paso (la cara texana de Ciudad Juárez); muchas de ellas se reunieron en la frontera para escuchar sus palabras de aliento. Después, celebró la Misa en el área para ferias, con el altar a menos de 80 metros del confín, acompañado por 230 mil personas. Durante la procesión, llevaba el báculo de madera que le regalaron los reclusos del Cereso N.3 de la ciudad. También siguieron la celebración otras 50 mil personas en el estadio de la Universidad de El Paso, mejor conocido como «Sun Bowl». El viaje a México de Papa Francisco concluye en uno de los lugares más simbólicos de la migración en el mundo, frente a esa barrera que muchos sueñan atravesar, buscando un futuro mejor para sí mismos y para la propia familia.
Recordando la narración bíblica de Jonás, que ayudó al pueblo a cobrar conciencia sobre su pecado y después de su llamado encontró a hombres y mujeres capaces de arrepentirse y de llorar, el Papa dijo en la homilía: «Llorar por la injusticia, llorar por la degradación, llorar por la opresión. Son las lágrimas las que pueden darle paso a la transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón, son las lágrimas las que pueden purificar la mirada y ayudar a ver el círculo de pecado en el que muchas veces se está sumergido. Son las lágrimas las que logran sensibilizar la mirada y la actitud endurecida y especialmente adormecida ante el sufrimiento ajeno. Son las lágrimas las que pueden generar una ruptura capaz de abrirnos a la conversión».
«Que esta palabra —añadió— suene con fuerza hoy entre nosotros, esta palabra es la voz que grita en el desierto y nos invita a la conversión. En este Año de la misericordia, y en este lugar, quiero con ustedes implorar la misericordia divina, quiero pedir con ustedes el don de las lágrimas, el don de la conversión».
Aquí en Ciudad Juárez, como en otras zonas fronterizas, recordó Francisco, «se concentran miles de migrantes de Centroamérica y otros países, sin olvidar tantos mexicanos que también buscan pasar ‘al otro lado’. Un paso, un camino cargado de terribles injusticias: esclavizados, secuestrados, extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del negocio del tránsito humano».
Una situación que no puede ser ignorada, no podemos hacer finta de que no la vemos: «No podemos negar la crisis humanitaria que en los últimos años ha significado la migración de miles de personas, ya sea por tren, por carretera e incluso a pie, atravesando cientos de kilómetros por montañas, desiertos, caminos inhóspitos. Esta tragedia humana que representa la migración forzada hoy en día es un fenómeno global».
Una crisis que normalmente medimos en cifras, pero que nosotros «queremos medirla por nombres, por historias, por familias. Son hermanos y hermanas que salen expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el crimen organizado. Frente a tantos vacíos legales, se tiende una red que atrapa y destruye siempre a los más pobres. No sólo sufren la pobreza sino que encima sufren estas formas de violencia».
Y esta injusticia «se radicaliza en los jóvenes», explicó el Papa. Los jóvenes, «como ‘carne de cañón’, son perseguidos y amenazados cuando tratan de salir de la espiral de violencia y del infierno de las drogas. ¡Y qué decir de tantas mujeres a quienes se les ha arrebatado injustamente la vida!», añadió refiriéndose a los feminicidios.
«Pidámosle a nuestro Dios —dijo el Pontífice— el don de la conversión, el don de las lágrimas, pidámosle tener el corazón abierto, como los ninivitas, a su llamado en el rostro sufriente de tantos hombres y mujeres. ¡No más muerte ni explotación! Siempre hay tiempo de cambiar, siempre hay una salida y una oportunidad, siempre hay tiempo de implorar la misericordia del Padre».
Y el Papa concluyó invitando a apreciar y reconocer signos positivos: «apostemos por la conversión; hay signos que se vuelven luz en el camino y anuncio de salvación. Sé del trabajo de tantas organizaciones de la sociedad civil a favor de los derechos de los migrantes. Sé también del trabajo comprometido de tantas hermanas religiosas, de religiosos y sacerdotes, de laicos que se la juegan en el acompañamiento y en la defensa de la vida. Asisten en primera línea arriesgando muchas veces la suya propia. Con sus vidas son profetas de la misericordia, son el corazón comprensivo y los pies acompañantes de la Iglesia que abre sus brazos y sostiene».
Al concluir la homilía, Papa Francisco se dirigió a todas las personas, migrantes y no, que estaban siguiendo la Celebración «desde el otro lado» con estas palabras: «Deseo aprovechar este momento para saludar desde aquí a nuestros queridos hermanos y hermanas que nos acompañan simultáneamente al otro lado de la frontera, en especial a aquellos sue se han congregado en el estadio de la Universidad de El Paso, conocido como el Sun Bowl, bajo la guía de su Obispo, S.E. Mons. Mark Seitz. Gracias a la ayuda de la tecnología, podemos orar, cantar y celebrar juntos ese amor misericordioso que el Señor nos da, y el que ninguna frontera podrá impedirnos de compartir. Gracias, hermanos y hermanas de El Paso, por hacernos sentir una sola familia y una misma comunidad cristiana».
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