Más de 11 mil kilómetros son los que separan al Vaticano de la Ciudad de Buenos Aires. Doce años fueron los que pasaron desde que Jorge Bergoglio dejó Argentina para instalarse en Roma y convertirse en Francisco. Sin embargo, ni el tiempo ni la distancia cambiaron la esencia del "Papa que nunca dejó de ser porteño": el contacto permanente con su hermana María Elena; un "Cuervo" internacional; la añoranza por los viajes en subte; y el recuerdo siempre presente de su Flores natal.
“Dentro de mi alma me considero un hombre de ciudad”, se lo escuchó decir alguna vez a Francisco, quien supo ser un estadista y líder mundial, sin perder la sencillez característica de su historia personal. Porteño, el mayor de cinco hermanos - todos nacidos todos en el barrio de Flores en Buenos Aires -, fanático de los viajes en subte y el contacto con la gente, pateando la calle.
De hecho, en los primeros días de su pontificado, una de las imágenes que se viralizó y causó sensación en el mundo entero, fue la de Bergoglio viajando en un subte de la Línea A, ya siendo cardenal. "Me encantaba viajar en el transporte público, es uno de los hábitos que más extraño", aseguró por aquel entonces Francisco, recordando sus tiempos en Buenos Aires, ante la sorpresa de la prensa internacional por su sencillez y fachada de hombre común.
"Es una manera de estar entre la gente, de sentir su calidez y sus preocupaciones. Durante la secundaria tomaba el tren todos los días de Flores a Floresta, dos barrios de Buenos Aires", agregó el sumo pontífice, quien siempre tuvo presente la importancia de la cercanía con la gente, y que incluso rompió algunos protocolos y enloqueció a la seguridad en pos de llegar a los feligreses.
Si bien su nueva condición lo obligó a muchas restricciones, el Papa Francisco pudo mantener su esencia de "hombre común" al eligir vivir en la residencia Santa Marta, una especie de hotel religioso que recibe a obispos y sacerdotes que viajan a Roma por motivos eclesiásticos, en lugar de habitar un palacio vaticano. Allí trasladó incluso muchas de sus audiencias, sobre todo cuando se encontraba con la gente más cercana por motivos personales o pastorales.
Santa Marta fue su casa. Hasta allí le alcanzaron los zapatos “gomicuer” que pidió a sus amigos que le llevaran desde Buenos Aires tras descartar el calzado rojo que usaba su antecesor Benedicto XVI. También desde allí, o desde cualquier lugar del mundo donde estuviera de visita, cada domingo por la noche Francisco cumplía en llamar por teléfono a Buenos Aires a su hermana María Elena, la menor y única sobreviviente del clan Bergoglio.
La complicidad y cercanía de los hermanos se mantuvo intacta, desde que Jorge se convirtió en Francisco, pero seguiría siendo Jorge. Una prueba de ello se resume en una breve anécdota: días después de su asunción, apenas pudo tomar el teléfono, superando la diferencia horaria y las nuevas ocupaciones, llamó a Buenos Aires para hablar con María Elena: "Soy yo, Jorge”, dijo el nuevo Papa desde el Vaticano, para desatar la emoción de su hermana orgullosa.
Pocos meses después de su nueva vida de Pontífice, María Elena tuvo severos problemas de salud. Estuvo internada un largo tiempo. Esa fragilidad impidió que en estos años ella pudiera viajar a Roma a reencontrarse con su hermano. Sin embargo, Francisco estuvo muy pendiente de su estado. Incluso, en algunos diarios se llegó a decir que viajó de incógnito al país para visitar y abrazar a su hermana. A esta altura el rumor mutó en leyenda, pero tiene un elemento que le da verosimilitud. El amor fraternal indestructible entre Jorge y María Elena.
Ciertamente, la vide Bergoglio cambió al convertirse en Francisco, pero hubo una cosa que nada ni nadie pudo cambiar: su pasión por San Lorenzo. Aún en el Vaticano siguió reconociéndose como "Cuervo", una bandera que heredó de su familia y que alzó con orgullo en el mundo entero. Su padre, un apasionado del baloncesto, jugaba en el equipo del club de Boedo, y las tardes de domingo eran una cita familiar en el Gasómetro de Avenida La Plata, el estadio de San Lorenzo, según contó el propio Francisco.
Durante su pontificado, ha demostrado su amor por el "Ciclón" en varias ocasiones. Recibió camisetas del club en el Vaticano y bromeó sobre su influencia en el rendimiento del equipo. También recordó con nostalgia al equipo campeón de 1946. En 2014, tras la conquista de la Copa Libertadores, una delegación de San Lorenzo viajó al Vaticano para entregarle una réplica del trofeo. Emocionado, el Papa declaró: “Ser de San Lorenzo es parte de mi identidad cultural”.
En 2024, la dirigencia de San Lorenzo visitó al Papa en su residencia de Santa Marta. Le pidieron su bendición para que el nuevo estadio, que se construirá en Boedo, lleve su nombre. Francisco, con la sinceridad que lo caracterizaba, reconoció que la idea "no lo entusiasmaba demasiado", pero aceptó la propuesta. Quizás, entendiendo que el futuro estadio ‘Papa Francisco’ simbolizará el lazo inquebrantable entre el Sumo Pontífice y el club de sus amores.
El Papa también se reconocía como amante de la música, pero especialmente del tango. Otro rasgo bien argento y porteño. “La melancolía ha sido una compañera de vida, aunque de manera no constante (…) ha formado parte de mi alma y es un sentimiento que me ha acompañado y que he aprendido a reconocer”, contó Francisco.
El último ítem de esta lista - y no por ello menos importante-, que expone cómo el Papa nunca renegó de sus orígenes y por el contrario, los reivindicó cada vez que pudo, aún siendo uno de los líderes más influyentes del mundo, es el recuerdo siempre presente de su Flores natal. Barrio donde Jorge Bergoglio nació (1936), cursó la escuela primaria (de 1943 a 1948), encontró su vocación de sacerdote (1953) y celebró la última misa antes de ser ungido Papa (2013).
Fue precisamente en la Basílica de San José de Flores, a unas seis cuadras de su casa natal, donde, a los 17 años, tuvo una revelación y descubrió su vocación religiosa. Según lo contó varias veces, el 21 de septiembre de 1953, antes de ir a celebrar el Día de la primavera con sus amigos, Bergoglio decidió pasar por el templo para rezar y confesarse. Y percibió que en ese momento recibió "el llamado divino" que lo comprometió para siempre con el servicio a la iglesia.
Entonces no fue de pícnic y se fue a su casa a meditar. Cuatro años más tarde, el joven feligrés de San José de Flores ingresó en el Seminario Arquidiocesano para iniciar su carrera pastoral. Bergoglio pasó del seminario del clero secular al de los jesuitas, fue ordenado sacerdote en 1969 y luego el resto de la historia ya es conocida. Pero, siempre mantuvo vigente ese gran cariño hacia la iglesia de Flores.
Hoy en la vivienda de la calle Varela 268, de Flores, esa que lo vio nacer y crecer, luce una placa, colocada por orden de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, que señala con orgullo: "Aquí nació el Papa Francisco".
Ese mismo orgulloso con el muchos lo llamaron "el Papa de Flores", el que nunca dejó de ser porteño. Quienes han estado más cerca de Bergoglio reconocen que al Papa le pesó no visitar el suelo donde nació y que, sin duda, amó.
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