Cuando el Papa Francisco se mudó de la residencia papal a una casa sacerdotal luego de ascender al trono de San Pedro el año pasado, dijo que esto no se debía tanto a que el lujo era una afrenta a su determinación de lograr que la Iglesia Católica vuelva a ser una defensora de los pobres.
Según sus palabras, la residencia papal era como un "embudo invertido", que mantenían a las personas a las que considera la verdadera Iglesia distante de sus instituciones.
Ese comentario del pontífice de 78 años fue un signo temprano de su determinación de hacer que la Iglesia sea más abierta, inclusiva y responsable. Y esa ambición quedó una vez más de manifiesto esta semana cuando repudió la burocracia de miembros del Vaticano en un saludo navideño en términos duros, y enumeró las "15 enfermedades" que debilitan su misión: desde el narcisismo a la hipocresía e incluso un "Alzheimer espiritual".
El Papa Francisco está dando a la institución de dos milenios el sacudón más grande desde el Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII en 1962-65. El Concilio Vaticano II procuró una alineación más sencilla entre la Iglesia y sus feligreses modernos, pero sus llamas de reforma parpadearon y se extinguieron. Siguieron décadas de intolerancia papal, durante las que Juan Pablo II y Benedicto XVI implementaron un dogma estrecho y defensivo. Pero Francisco sostiene que la Iglesia ahora debe encontrar un "nuevo equilibrio" o se derrumbará como "un castillo de naipes". En particular, no puede "solamente insistir en asuntos vinculados con el aborto, el matrimonio gay y el uso de métodos anticonceptivos".
Su intento por correr el debate de la moralidad sexual podría considerarse una táctica astuta luego de la avalancha de pruebas de sacerdotes que abusaron sexualmente de niños a su cargo... un escándalo que el Vaticano tardó demasiado en enfrentar. Sin embargo, millones de católicos se han alejado de la Iglesia no sólo por eso, sino porque su obsesión con la moral personal está muy alejada de la vida que llevan. Una de las primeras acciones de Francisco fue reemplazar al cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de la Santa Sede, quien dijo que los medios de comunicación fueron los responsables de la impresión de que la Iglesia estaba obsesionada con el sexo. Pietro Parolin, su reemplazo, observó rápidamente que los sacerdotes célibes son una tradición clerical, no una doctrina.
Francisco no ha tratado de cambiar la doctrina; ningún Papa lo haría. Pero ha tratado de relajar antiguas anatemas -haciendo comentarios conciliatorios sobre los homosexuales y ateos, por ejemplo- para reordenar las prioridades de la Iglesia, y descentralizar su gobernanza, un sello distintivo de los jesuitas.
Realizó ajustes en el banco del Vaticano -sospechado de lavado de dinero- y controla cada vez más los nombramientos. Las conclusiones del reciente Sínodo sobre la familia fueron ampliamente vistas como una victoria para los conservadores, que intentaron dilatar cambios en asuntos como el divorcio y el matrimonio en segundas nupcias. Sin embargo, removió a su líder, el cardenal estadounidense Raymond Burke, de dos puestos de influencia.
Comentá la nota