Encuentros al margen

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El Papa Francisco conversa con las hijas de la paraguaya Esther Ballestrino, desaparecida y muerta en Argentina: “la persona que me enseñó a pensar”

por Luis Badilla

En la Nunciatura de Asunción el Papa Francisco recibió a Mabel y Ana María Careaga Ballestrino, hijas de Esther Ballestrino, la paraguaya que fue la jefa de Jorge Mario Bergoglio en su primer trabajo (tenía 17 años y era el año 1953) y  él siempre recordó como “la persona que me enseñó a pensar”. En 1977 Esther fue secuestrada en Argentina por funcionarios de la Policía política de la dictadura y después desapareció para siempre. Nunca más volvió. Cuando el Santo Padre supo que las hijas de Esther estaban en la Nunciatura, salió al jardín para encontrarse con ellas y estrecharlas en un cálido abrazo.

Esther Ballestrino de Careaga, a la que llamaban “Teresa” (20 de enero de 1918 – 17 o 18 dicembre 1977) era una de las fundadoras de las “Madres de Plaza de Mayo” que buscaban presos políticos desaparecidos. En el libro “El jesuita”, Jorge Mario Bergoglio cuenta: “Le agradezco tanto a mi padre que me haya mandado a trabajar. El trabajo fue una de las cosas que mejor me hizo en la vida y, particularmente, en el laboratorio aprendí lo bueno y lo malo de toda tarea humana”, subraya. Con tono nostálgico, agrega: “Allí tuve una jefa extraordinaria, Esther Balestrino de Careaga, una paraguaya simpatizante del comunismo que años después, durante la última dictadura, sufrió el secuestro de una hija y un yerno, y luego fue raptada junto con las desaparecidas monjas francesas: Alice Domon y Léonie Duquet, y asesinada. Actualmente, está enterrada en la iglesia de Santa Cruz. La quería mucho. Recuerdo que cuando le entregaba un análisis, me decía: ‘Ché… ¡qué rápido que lo hiciste!’. Y, enseguida, me preguntaba: ‘¿Pero este dosaje lo hiciste o no?’ Entonces, yo le respondía que para qué lo iba a hacer si, después de todos los dosajes de más arriba, ése debía dar más o menos así. ‘No, hay que hacer las cosas bien’, me reprendía. En definitiva, me enseñaba la seriedad del trabajo. Realmente, le debo mucho a esa gran mujer.”

Ana María y Mabel le regalaron al Papa una vieja fotografía del adolescente Jorge Mario junto con algunos compañeros del laboratorio donde trabajaba bajo la dirección de Esther. “No lo puedo creer, ¡aquí está la madre de ustedes y aquí estoy yo!”, exclamó el Papa Francisco al ver la foto. Después el Santo Padre, según el relato de las hermanas, señaló con nombre y apellido a cada una de las personas que se encontraban en la foto.

En 1977 secuestraron primero al yerno de Esther, Carlos, y después a su hija, Ana María. Mientras Ana María fue liberada cuatro meses después, su madre, que los buscaba desesperadamente, nunca más volvió con sus seres queridos. Sus restos, sepultados clandestinamente, fueron identificados recién en 2005. En el encuentro con el Papa no estuvo presente la tercera hija, que también se llama Esther y vive en Suecia.

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[i] Guerra sporca (1976 – 1983).

[ii] Religiosa francese. Charquemont, 1937 – Santa Terecita, 17 o 18 dicembre 1977.

[iii] Religiosa francese. Longemaison, 9 aprile 1916 – dicembre 1977.

[iv] “Le agradezco tanto a mi padre que me haya mandado a trabajar. El trabajo fue una de las cosas que mejor me hizo en la vida y, particularmente, en el laboratorio aprendí lo bueno y lo malo de toda tarea humana”, subraya. Con tono nostálgico, agrega: “Allí tuve una jefa extraordinaria, Esther Balestrino de Careaga, una paraguaya simpatizante del comunismo que años después, durante la última dictadura, sufrió el secuestro de una hija y un yerno, y luego fue raptada junto con las desaparecidas monjas francesas: Alice Domon y Léonie Duquet, y asesinada. Actualmente, está enterrada en la iglesia de Santa Cruz. La quería mucho. Recuerdo que cuando le entregaba un análisis, me decía: ‘Ché… ¡qué rápido que lo hiciste!’. Y, enseguida, me preguntaba: ‘¿Pero este dosaje lo hiciste o no?’ Entonces, yo le respondía que para qué lo iba a hacer si, después de todos los dosajes de más arriba, ése debía dar más o menos así. ‘No, hay que hacer las cosas bien’, me reprendía. En definitiva, me enseñaba la seriedad del trabajo. Realmente, le debo mucho a esa gran mujer.”

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