De la imagen de la Virgen de Guadalupe, tan misteriosa y significativa, describiéndola, el Papa pasó a hablar del Pueblo de Dios, por el cordón umbilical de la religiosidad popular.
Y entre la imagen de María madre que se hizo presente en el Tepeyac y el Pueblo de Dios con su piedad, en ese movimiento “pendular”, Francisco se refirió a un regazo, que sería el regazo de la fe del Pueblo en el Hijo de Dios y de María de Guadalupe. Y ahí invitó a los obispos mejicanos a inclinarse, en ese seno materno, para adorar y servir.
Por eso digo que la síntesis del 13 y 14 de febrero de Francisco en México, bien podría ser la imagen de una “ecografía”.
La Madre de Dios con Juan Diego, le da el signo de las rosas de castilla en invierno al obispo incrédulo Zumárraga. Pero al mismo tiempo, como caricia tierna de fe, la Virgen les regala a sus hijos del Pueblo de Dios su propia imagen impresa en la tilma pobre del indio. No es un regalo para el obispo, es un don para sus hijos pobres, para el Pueblo. Porque es el Pueblo de Dios el que proclama, confiesa, venera, la maternidad divina de María. Es el Pueblo de Dios el que se inclina y cobija en su regazo de Madre, en comunión y adoración del “fruto bendito de su vientre”.
Y después de hablar a los obispos, de este regazo de fe que se conforma con la Madre de Dios y su Pueblo, Francisco llegó como un peregrino más, a contemplar él mismo y a rezarle a la Madre de Guadalupe en su santuario repleto de Pueblo de Dios, adentro y afuera. Y el domingo 14 volvió a sumergirse, a inclinarse, como lo había pedido a los obispos, en este regazo de la fe que es el santo Pueblo fiel de Dios que venera a la Virgen y adora a su Hijo, presente en la multitud de fieles de la misa celebrada en Ecatepec, periferia singular de la ciudad de Méjico.
Sí, una esperanza, una alegría grande, se gesta en el regazo que forma la Madre de Dios y el Pueblo de Dios, con este inclinarse de Papa Francisco en peregrinación misionera.
Siguiendo a Francisco en salida misionera, desde México, jesuita Guillermo Ortiz
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