La diplomacia de Francisco. Cuba 5

La diplomacia de Francisco. Cuba 5

La novedad de los pequeños pasos

por Nello Scavo

El cambio llegó el 17 de diciembre de 2014. Con un histórico discurso por televisión, el presidente de Estados Unidos Barak Obama anunció el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba y la reducción de las sanciones diplomáticas, y concluyó diciendo en español una frase destinada a hacer historia: “Todos somos americanos”. Ese mismo día, a pocos kilómetros de la costa de Florida, palabras de distensión muy semejantes se escuchaban en las pantallas cubanas: Raúl Castro en este caso, anunció a sus compatriotas la clamorosa noticia. El 17 de diciembre de 2014 no es una fecha casual ni mucho menos una coincidencia. Ese día cumplía setenta y ocho años Jorge Mario Bergoglio, el verdadero artífice de una obra maestra diplomática que pasará a los anales de las relaciones internacionales

¿Pero cómo se llegó a ese resultado histórico? Tal como en otras circunstancias, la Santa Sede se ofreció para alojar las conversaciones reservadas entre Estados Unidos y Cuba. Al principio los estadounidenses vacilaban. Conocían el pensamiento del Papa argentino y estimaban que no sería un árbitro imparcial, sino parte en causa. Por el contrario el cardenal Pietro Parolin, que USA considera un buen amigo desde hace mucho tiempo, es partidario de la “diplomacia no asertiva”. Apreciado también por su valentía para opinar sin ese “egotismo” que Estados Unidos le reprochaba al ex Secretario de Estado Tarcicio Bertone, el número dos del gobierno vaticano podía hacer de contrapeso a las eventuales intemperancias de Francisco. Algo parecido ya se había visto con Juan Pablo II, cuyas reacciones eran compensadas después por la “diplomacia de la paciencia” del cardenal Agostino Casaroli.

Pero los que deciden son siempre los líderes. Francisco lo sabía y, tal como había hecho en otras oportunidades, eligió hablar a cara descubierta. El momento decisivo fue la audiencia que concedió a Barack Obama en el Vaticano el 27 de marzo de 2014 y no resulta difícil recostruir cómo pudo ser diálogo entre ambos.

Después de los saludos convencionales y de una serie de reflexiones compartidas sobre temas de actualidad, Bergoglio mira a Obama a los ojos y en voz baja, como hace habitualmente para subrayar un asunto crucial, confirma lo que el presidente estadounidense sabe pero nunca se lo había dicho un Papa: “Toda América Latina afirma de manera unánime que el embargo contra Cuba es un problema”. Cuando escucha esas palabras, Barak Obama comprende que el pontífice no habla solo en nombre propio, sino que en cierta medida se está presentando como el portavoz de todo el continente. Estados Unidos no puede ignorarlo. Sobre todo porque “el diálogo sincero puede ofrecer oportunidades históricas para la paz y la estabilidad”: ese es uno de los temas que se tocan en la conversación y que ambos comparten.

Con consumada habilidad Francisco alterna tonos y argumentos, como si en un momento estuviera hablando con el hombre más poderoso del mundo y un instante después se dirigiera al Premio Nobel de la Paz. La reacción del presidente es un gran alivio para el Papa. «Totally obsolete»: fue la respuesta de Obama refiriéndose al embargo. Una medida que se impuso “cuando yo ni siquiera había nacido”, agrega, como confirmando que no tiene ningún interés en reivindicar una situación heredada del pasado. Esta vez no hay necesidad de interpretar nada. La posición es clarísima. Bajo precisas condiciones Obama está dispuesto a cambiar las cosas. La Santa Sede se encargará de hacer llegar el mensaje a Cuba.

Al día siguiente del anuncio conjunto USA-Cuba, en los salones vaticanos estaba previsto un encuentro del Pontífice con trece nuevos embajadores ante la Santa Sede. Solo los que conocían los entretelones de la mediación de la diplomacia pontificia podían comprender plenamente el significado de las palabras que dijo el Papa: “Hoy estamos todos contentos porque hemos visto cómo dos pueblos, que se habían alejado desde hace tantos años, ayer dieron un paso de acercamiento. Esta negociación fue llevada adelante por embajadores, por la diplomacia. Es un trabajo noble el de ustedes, muy noble”. Un trabajo “de pequeños pasos pero que termina siempre por hacer la paz, por acercar los corazones de los pueblos, por sembrar fraternidad”. La referencia sobria, como es su estilo, a los “pequeños pasos”, pero que no logra ocultar el alcance del resultado que convirtió a Bergoglio en un líder internacional de primerísimo plano y le devolvió a la Santa Sede y a la Iglesia Católica, gracias a la reestructuración que llevó a cabo el cardenal Parolin, un rol fundamental incluso en aquellas cuestiones aparentemente insolubles.

En un primer momento la única admisión de parte del Vaticano llegó a través de un comunicado. “En el curso de los últimos meses, el Santo Padre Francisco ha escrito al Presidente de la República de Cuba, el Excelentísimo Señor Raúl Castro, y al Presidente de los Estados Unidos, el Excelentísimo Señor Barack H. Obama, invitándoles a resolver cuestiones humanitarias de común interés, como la situación de algunos detenidos, para dar inicio a una nueva fase de las relaciones entre las dos Partes. La Santa Sede, acogiendo en el Vaticano, el pasado mes de octubre, a las Delegaciones de los dos Países, ha querido ofrecer sus buenos oficios para favorecer un diálogo constructivo sobre temas delicados, del que han surgido soluciones satisfactorias para ambas Partes. La Santa Sede continuará apoyando las iniciativas que las dos Naciones emprendan para acrecentar sus relaciones bilaterales y favorecer el bienestar de sus respectivos ciudadanos”. ¿Pero qué puede ocurrir y de qué manera pueden cambiar las relaciones de fuerza en el plano internacional después del “milagro cubano-americano?

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