La paz del buen samaritano

La paz del buen samaritano

Con rumbo a las Naciones Unidas. ¿Qué les dirá el Papa a los grandes del mundo que irán a escucharlo?

por Luis Badilla

El 25 de septiembre por la mañana el Papa Francisco, cuarto Pontífice en la historia, hablará ante la Asamblea general de la ONU, reunida desde el 15 de septiembre en su 70º período de sesiones. Asistirán para escucharlo decenas de Jefes de Estado y de Gobierno, entre ellos el presidente de Cuba Raúl Castro y quizá el mismo presidente Barak Obama. Obviamente esta alocución, la quinta después de los otros Papas (una de Pablo VI, dos de Juan Pablo II y una de Benedicto XVI) atrae considerablemente la atención del mundo político y de la diplomacia, lo mismo que de los medios. El interés deriva muchas veces hacia el campo de las hipótesis: ¿qué dirá el Papa?, ¿cuáles serán los temas principales? ¿qué situaciones actuales y acuciantes afrontará? Naturalmente habrá que esperar el discurso para responder estas preguntas.

Entre tanto, desde el periodismo solo podemos imaginar como plausibles algunos de estos argumentos. Empezaremos por decir que muy probablemente el Papa Francisco hará referencia a las intervenciones de sus antecesores, sobre todo porque esta visita a la ONU coincide con dos aniversarios significativos: se cumplen 50 años de la primera intervención de un Papa, Pablo VI (quien habló ante la Asamblea el 4 de octubre de 1965) y 20 años del segundo discurso de Juan Pablo II (5 de octubre de 1995). Se puede decir que en los discursos pontificios ante la ONU de estos 50 años hay una “síntesis” de la historia de la humanidad desde 1965 hasta hoy. En estas reflexiones, exhortaciones y advertencias de los Papas podemos reconocer todos los desafíos, problemas y crisis que en cincuenta años muchas veces le quitaron el sueño a millones de seres humanos. Es probable que el Papa recuerde, para ponerlo de relieve, el rol indispensable e insustituible de la ONU a pesar de sus defectos e insuficiencias, como una manera de decir “¡cuidado!, es el único eje mundial que tenemos y no podemos prescindir de él”. El mundo sin la ONU sería mucho más complicado y tal vez en muchos casos ingobernable.

Se puede suponer que el centro del discurso será la paz, especialmente “las condiciones” para la paz. Y aquí debemos recordar las palabras clave que el Papa ya ha usado en sus dos Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz (2014 y 2015): “Fraternidad, fundamento y camino para la paz” y “No esclavos, sino hermanos”. A lo que se debe sumar el tema elegido para la Jornada de 2016: “Vence la indiferencia y conquista la paz”.

La globalización de la indiferencia y la cultura del descarte. Las intervenciones de Francisco siempre son muy pragmáticas, señalan lo que hay que hacer, y en cierto sentido ofrecen una visión “samaritana” de la paz, como opus solidaritatis, vale decir, fundada en acciones concretas de proximidad y cercanía, de amor gratuito capaz de derribar los muros del egoísmo. En esta óptica se deben leer los dos Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz. Sin la dimensión de la fraternidad, afirma Francisco, “es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera”. El Papa subraya que la paz debería contagiar al mundo entero, un mundo interconectado y aparentemente consciente del destino común de todos los hombres. Sin embargo, afirman los documentos, continúan los graves ataques contra la vida y la libertad religiosa, se afirma una “globalización de la indiferencia” que nos “habitúa” al sufrimiento del otro. Las nuevas ideologías, sigue diciendo Francisco, se caracterizan por “un difuso individualismo, egocentrismo y consumismo materialista” y generan una “mentalidad del descarte” según la cual los pobres, los marginados y los últimos quedan completamente privados de su dignidad porque se los considera inútiles. La Iglesia tiene la misión de mostrar a todos el camino de la conversión, para pasar de una “globalización de la indiferencia” a una “globalización de la solidaridad y de la fraternidad”.

Caín y Abel, Cam y Noé. “El asesinato de Abel por parte de Caín deja constancia trágicamente del rechazo radical de la vocación a ser hermanos”. El relato bíblico, lo mismo que el de Cam maldecido por su padre Noé, sugiere Francisco, enseñan que existe un pecado de alejamiento de Dios, de la figura del padre y del hermano. “Da testimonio de ello –agrega- el egoísmo cotidiano, que está en el fondo de tantas guerras e injusticias: muchos hombres y mujeres mueren a manos de hermanos y hermanas que no saben reconocerse como tales, es decir, como seres hechos para la reciprocidad, para la comunión y para el don”. Si el pecado es el obstáculo que está “agazapado” a la puerta de cada uno de nosotros, la cruz de Cristo, sigue diciendo, es “el “lugar” definitivo donde se funda la fraternidad, que los hombres no son capaces de generar por sí mismos”. El Pontífice reafirma un concepto que ya hicieron propio Juan Pablo II y Benedicto XVI. El reconocimiento de la soberanía de Dios en el mundo, y no su rechazo, es lo que nos hace reconocernos unos a otros como hermanos. “El hombre reconciliado ve en Dios al Padre de todos y, en consecuencia, siente el llamado a vivir una fraternidad abierta a todos”. La Buena Noticia de Jesucristo tiene la capacidad de redimir las relalciones entre los hombres, incluso la relación entre un esclavo y su dueño, poniendo en evidencia lo que ambos tienen en común: la paternidad de Dios y el vínculo de fraternidad en Cristo.

Solidaridad, justicia y caridad universal. Francisco invita a mirar las relaciones entre las Naciones como las de una gran familia, en la cual el que tiene más está llamado a donar al que tiene menos. Los más favorecidos , afirma en base a la Populorum Progressio de Pablo VI, tienen tres deberes: el deber de solidaridad, que exige que las Naciones ricas ayuden a las menos desarrolladas; el deber de la justicia social, que requiere la recomposición de las relaciones defectuosas entre pueblos fuertes y pueblos débiles; el deber de caridad universal, que implica la promoción de un mundo más humano para todos, sin que el progreso de unos obstaculice el desarrollo de los otros. La paz, afirma, es un bien indivisible: “O es de todos o no es de nadie”. El Santo Padre habla también sobre el problema de la pobreza “relativa”, es decir, de una excesiva desigualdad entre personas o grupos, que requiere lo que él llama “políticas de fraternidad”:  acceso a los «capitales», a los servicios, a los recursos educativos, sanitarios y tecnológicos. Invita también a elegir estilos de vida sobrios y esenciales, no centrados en el mito de la posesión. Opciones personales que deberían conducirnos a una revisión de los mismos sistemas de desarrollo económico.

Armas, guerras y corrupción. La proliferación de armamentos es un serio obstáculo para la paz, afirma el Papa y sigue diciendo que “los acuerdos internacionales, aunque son necesarios y altamente deseables, no son suficientes por sí solos para proteger a la humanidad del riesgo de los conflictos armados”. “Por eso, hago mío el llamamiento de mis Predecesores a la no proliferación de las armas y al desarme de parte de todos, comenzando por el desarme nuclear y químico”. El egoísmo, explica a continuación, genera diversas formas de corrupción y muchos dramas desgarradores: drogas, especulación financiera y explotación laboral.

Esclavitud. A pesar de la abolición de la esclavitud y de los numerosos acuerdos internacionales, este fenómeno, recuerda el Papa Bergoglio, afecta todavía a millones de personas, niños, hombres y mujeres de todas las edades que “son privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud”. En el documento de 2015 repasa todas las formas de esclavitud que hoy existen: trabajadores y trabajadoras, incluso menores, explotados y sin protección; niños y personas obligados a prostituirse, migrantes despojados de su dignidad. “No puedo dejar de pensar –sigue diciendo Francisco- en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional. “Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes –explica-, éstos ya no se ven como seres con la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos”.

Agricultura y cuidado de la creación. Es necesario “evitar que se amplíe la brecha entre quien más tiene y quien se tiene que conformar con las migajas”. El cuidado de la creación y la lucha contra el hambre de los pueblos es otro de los puntos clave del magisterio de Francisco, que invita a las sociedades a reflexionar sobre la jerarquía de las prioridades a las que se destinan la producción agrícola. Francisco recuerda un principio cardinal de la Doctrina Social de la Iglesia, el destino universal de los bienes, su uso responsable y compartido.

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