Samuel Ruiz fue marginado y denostado por sus propios hermanos obispos
Por José Manuel Vidal
El Papa se mueve en México de periferia en periferia. De los pobres de Ecatepec a los indígenas de Chiapas, que, además de cargar con la miseria, arrastran el peso del ostracismo histórico y cultural, al que les ha sometido la cultura dominante. También la eclesiástica.
Pero a Francisco no le duelen prendas para reconocerlo y entonar un sentido 'mea culpa'. Aunque para ello tenga que rehabilitar amonseñor Samuel Ruiz (1924-2011), el obispo de los indios, el 'Tatic' (padre), al que sus pares le hicieron la vida imposible, por apostar clara y abiertamente por la defensa de los indígenas y de su cultura.
Eso sí, después de haberse 'convertido', como su 'maestro' el obispo mártir de San Salvador, monseñor Romero. De hecho,Samuel Ruiz llegó de obispo a Chiapas en 1960, a los 34 años, presumiendo de conservador. Pero la realidad de extrema pobreza y discriminación en las que encontró sumido a su pueblo, así como los aires renovadores del Vaticano II, le hicieron cambiar de óptica. Y, desde entonces, se colocó en la órbita y al servicio de los más pobres: sus indios.
Con sudor y pasión, comenzó por aprender los idiomas de los indios. Desde el toztzil al tzeltal, pasando por el chol y el tojolabal. Y a visitar sus chozas, de trocha en trocha, con su chubasquero y sus botas de agua llenas de barro. Las mismas, con las que, al regresar, entraba en la catedral.
El obispo Ruiz fue descubriendo (y más rigiendo la diócesis de su predecesor, Bartolomé de las Casas) que su misión pastoral consistía en inculturarse y en encarnarse de verdad en una diócesis mayoritariamente indígena. Y lo hizo con alma, corazón y vida.
Pero no sólo se dedicó a la beneficencia, sino a la educación de los indios, con escuelas y colegios. De esta forma, puso en marcha la teología india, la rama indigenista de la teología de la liberación. Y, además, incorporó a los indios a su proyecto pastoral. Y consagró 341 diáconos casados y envió a más de 15.000 catequistas.
Su modelo cuajó en San Cristóbal, pero comenzó a levantar las suspicacias del conservador episcopado mexicano, escorado a la derecha desde los tiempos de Juan Pablo II, y de la propia Roma. Para descalificarlo, lo tacharon de todo. Y, por supuesto, de "comunista". Le mandaron un arzobispo-coadjutor con derecho a sucesión, el dominico Raúl Vera. Pero a los pocos meses se convirtió al indigenismo de Ruiz y el Nuncio Prigione lo mandó a la otra punta del país, a la diócesis de Saltillo, que todavía dirige.
Las tornas han cambiado tanto en Roma con la llegada de la primavera que Francisco pidió que monseñor Vera (el otrora obispo rebelde y discípulo de Ruiz) le acompañe durante todo su periplo mexicano. De su mano, Vera regresa a Chiapas, para asistir a la rehabilitación solemne (con visita a su tumba incluida) del obispo al que los indios bautizaron como 'Tatic' (papá).
Francisco recupera al prelado icono del indigenismo y continúa así la reivindicación del ala progresista de la Iglesia católica latinoamericana, denostada durante tanto tiempo en el seno de la propia Iglesia, y martirizada por los sectores más conservadores y ricos de la sociedad y de la política mexicanas.
Ante la tumba de Samuel Ruiz, el Papa no inaugura una etapa de revancha de la progresía sobre la derecha católica. No se mueve en esos parámetros. Francisco viene a sumar y le gusta el poliedro de muchas caras. Lo que sí va a simbolizar es la recuperación del ala izquierda del catolicismo latinoamericano, para que, de verdad, la Iglesia sea de todos y para todos.
Y para conservar la 'casa común', como escribió en su 'Laudato si'. En Chiapas, el Papa pisó territorio de lucha por la Madre Tierra, pero también, contra la impunidad, la corrupción, el narcotráfico o el tráfico de emigrantes. Y la gente que lo sabe le decía: "Francisco, amigo, los indios están contigo".
Y, en la homilía de la misa al aire libre, Francisco repite el grito de dolor del papá Tatic de que, aquí, la pobreza y la exclusión social de los indígenas es cotidiana y terrible en el Estado más pobre de México, pero también el más rico en recursos naturales, diversidad cultural y biodiversidad natural. Y denuncia la exclusión de los indios y les pide perdón. Y, más aún, les dice que el mundo necesita su cultura de comunión con la madre tierra.
Algo de todo eso ya le sonaba de haberlo entrevisto hace 47 años. Porque es la segunda vez que Bergoglio visite Chiapas. La primera fue en 1969, recién ordenado sacerdote, a los 33 años. En esa ocasión viajó por caminos de tierra a la misión jesuita de Bachajón, en la selva Lacandona, y se entrevistó con el entonces obispo de San Cristóbal, Samuel Ruiz. Ahora, por obra y gracia de Francisco, el prelado de los indios regresa como el Cid, para ganar, después de muerto, su batalla de una Iglesia también indígena.
Comentá la nota