El video-mensaje de Francisco al Centro Astalli de los jesuitas y para los prófugos que reciben asistencia allí, en ocasión del 35 aniversario de su fundación: «¡Demasiadas veces no los hemos acogido! Tratados como un peso, un problema, un costo, ustedes son, por el contrario, un don. Cada uno de ustedes, refugiados que tocan a nuestras puertas, tiene el rostro de Dios, es carne de Cristo».
Por ANDREA TORNIELLI - CIUDAD DEL VATICANO
«¡Demasiadas veces no los hemos recibido! Perdonen la cerrazón y la indiferencia de nuestras sociedades». Son las palabras que Papa Francisco dirigió en un video-mensaje a los refugiados que reciben asistencia en el Centro Astalli de los jesuitas, en Roma, en ocasión del 35 aniversario de la fundación de la estructura que nació de la «visión profética» del padre Arrupe. El video-mensaje fue dado a conocer esta mañana en ocasión de la presentación del Informe Anual del Centro Astalli.
Recordando los 35 años del Servicio de los Jesuitas para los refugiados en Italia, el Papa Afirma que se trata de una «actividad que antes que nada ha sido un caminar juntos, como un único pueblo. ¡Y esto es bello y justo! Hay que seguir con valentía: ‘Era extranjero y me acogieron’. Era extranjero… Cada uno de ustedes, refugiados que tocan a nuestras puertas, tiene el rostro de Dios, es carne de Cristo».
«Su experiencia de dolor y de esperanza —continuó Francisco— nos recuerda que todos somos extranjeros y peregrinos en esta Tierra, acogidos por alguien con generosidad y sin ningún mérito. Quienes, como ustedes, han huido de la propia tierra debido a la opresión, a la guerra, a una naturaleza desfigurada por la contaminación o la desertificación, o a la injusta distribución de los recursos del planeta, es un hermano con el que hay que compartir el pan, la casa, la vida».
«Demasiadas veces no los hemos recibido —dijo el Papa. Perdonen la cerrazón y la indiferencia de nuestras sociedades que temen el cambio de vida y de mentalidad que su presencia exige. Tratados como un peso, un problema, un costo, ustedes son, por el contrario, un don. Son el testimonio de cómo nuestro Dios clemente y misericordioso sabe transformas el mal y la injusticia de quienes sufren en un bien para todos. Porque cada uno de ustedes puede ser un puente que une a pueblos alejados, que hace posible el encuentro entre culturas y religiones diferentes, una vía para volver a descubrir nuestra humanidad común».
«‘Era extranjero y me acogieron’ —concluyó Francisco. Sí, el Centro Astalli es ejemplo concreto y cotidiano de esta acogida que nace de la visión profética del padre Pedro Arrupe. Fue su canto del cisne, en un centro de refugiados en Asia. Gracias a todos ustedes, hombres y mujeres, laicos y religiosos, agentes y voluntarios, porque demuestran en los hechos que, si se camina en compañía, el camino da menos miedo. Los animo a seguir. Treinta y cinco años son solo el comienzo de un recorrido que se vuelve cada vez más necesario, única vía para una convivencia reconciliada. Siempre sean testimonio de la belleza del encuentro. Ayuden a nuestra sociedad a escuchar la voz de los refugiados. Sigan caminando con valentía a su lado, acompáñenlos y también déjense guiar por ellos: los refugiados conocen las vías que llevan a la paz, porque conocen el olor acre de la guerra».
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