Política de cartapesta

Política de cartapesta

Las transformaciones en curso en América Latina y las constantes históricas. El Papa hablará en México con un ojo puesto en todo el continente

por Luis Badilla

La situación actual de América Latina, sintetizada en las tres regiones de México que el el Papa Francisco tendrá delante entre el 12 y el 17 de febrero, está fuertemente condicionada, en negativo, por dos características muy importantes: una legalidad volátil y aleatoria (prêt-à-porter) y una política mediocre, asfíctica e indolente. No hay una sola nación de América Latina, desde el Río Grande hasta el Canal de Beagle, que se pueda considera exenta de esta realidad y por eso, como demuestran diversos estudios de opinión recientes, el grado de popularidad y confianza de la que gozan la legalidad y la política es uno de los más bajos.

Los pueblos latinoamericanos –aunque alguien poco informado pueda considerarlo una afirmación extremista- nutren poca confianza en el desempeño de los magistrados, que en el ejercicio de su función, más allá de la mayor o menor perfección de las leyes, aplican los preceptos legales con criterio clasista y por ende discriminatorio: el ladrón de pollos termina siempre en la cárcel mientras el que desvalija las arcas del estado nunca recibe castigo. Las fuerzas del orden, por su parte, son a menudo eficaces para arrestar al pequeño desesperado que vende coca al menudeo, pero no lo son con los grandes traficantes.

Y no hay que olvidar otro factor de peso, que en el caso de América Latina es imprescindible para tener un panorama completo: la corrupción, que junto con la plaga de la desigualdad social colabora para desestabilizar aún más el sistema político, porque generalmente los partidos son los que más se benefician.

A esta crisis de confianza se suma otra, incluso más grave, referida a la política y los políticos, que se perciben más deseosos de atraer votos y clientela que de actuar como representantes de la población para construir el bien común. No hay un solo país de la región que no viva hoy la misma experiencia: grandes ilusiones y esperanzas durante las campañas electorales e igualmente grandes desilusiones y desorientación después. La democracia latinoamericana, cuando terminaron el militarismo y las dictaduras, siguió siendo algo formal, de fachada, y raramente constituye un instrumento de participación activa de las grandes masas populares. No es casual que todos, realmente todos los gobiernos de la región atraviesen graves crisis de confianza originada por un creciente alejamiento de las nuevas generaciones de la política. A eso se suma, en los últimos dos años y a nivel subcontinental, la pérdida de cohesión entre los gobiernos del área, que ha hecho entrar en crisis diversas instituciones de agregación, colaboración y cooperación regional. La crisis del ALBA (Alianza Bolivariana para América Latina y el Caribe), por ejemplo,  es verdaderamente preocupante. La victoria de Macri en Argentina, la casi crónica crisis política de Brasil y la más grave aún de Venezuela, ha eliminado por el momento la posibilidad de cualquier tipo de negociación entre sub-bloques regionales. El horizonte resulta más incierto todavía por las controversias entre Chile y Bolivia, Colombia y Venezuela, y los países de América Central entre sí. Y todo ello en el escenario de la crisis económico-financiera en los grandes centros de poder (Europa, EEUU, Japón y China), cuyas ondas largas llegan hasta estas latitudes haciendo bajar los niveles de crecimiento, disminuyendo las exportaciones, aumentando la desocupación y demás consecuencias. En 2014 la economía latinoamericana creció solamente el 1,1%. Esta cifra, proporcionada por la Comisión Económica para América Latina (Cepal), es la más baja desde 2005 y corresponde apenas a un tercio de las previsiones. Una de las principales razones es la caída de los precios de las materias primas, muy relacionada con la desaceleración de China, potencia que había generado grandes expectativas y no pocos esperaban y consideraban que ocuparía el lugar de Estados Unidos.

El momento coyuntural de la región no se presta al entusiasmo. A gobiernos desorientados y sorprendidos, con bases políticas y partidarias igualmente desorientadas, corresponde una opinión pública sin puntos cardinales, presa de una fuerte desilusión sobre la eficacia de la democracia ya conocida en el pasado y precursora de riesgos e insidias gravísimos. Por último,  es imposible dejar fuera de este panorama dos cuestiones que serán determinantes para la región: cómo evoluciona la situación de México, país estratégico para el subcontinente, y quién –y con qué programa- triunfará en las presidenciales estadounidenses de noviembre. Por otra parte en la campaña electoral, hasta el momento, América Latina ha estado completamente ausente en las propuestas de los diferentes candidatos.

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