La paradoja cuántica del antisemitismo

La paradoja cuántica del antisemitismo

¿Es mejor callar o confrontar frente a los discursos de odio?

Por Hernán Elman.

En foros especializados, organizaciones comunitarias judías y ámbitos académicos dedicados al estudio del antisemitismo, persiste un debate que divide a los expertos: ¿cómo hay que responder antes las expresiones públicas antisemitas? Las respuestas se dividen en tres posiciones, aparentemente irreconciliables. La primera corriente sostiene que toda expresión antisemita debe confrontarse y denunciarse públicamente, porque el silencio equivale a complicidad. La segunda argumenta que denunciar amplifica el mensaje de odio y le da atención mediática indeseada, por lo que prefiere ignorar estas expresiones. Una tercera posición propone elegir las batallas estratégicamente, considerando factores como la influencia del emisor y la virulencia del discurso.

Lo notable es que cada grupo puede mostrar casos donde su estrategia resultó efectiva y donde las otras fracasaron. Más revelador aún: las mismas estrategias que funcionan en un contexto pueden fracasar en otro similar. Esta inconsistencia sugiere que enfrentamos algo más complejo que un simple problema de comunicación estratégica.

Este debate representa una versión contemporánea de un dilema que ha acompañado la experiencia judía desde los primeros siglos de la diáspora: cuándo confrontar directamente el antisemitismo y cuándo mantenerse en silencio.

Un dilema que ha acompañado la experiencia judía: cuándo confrontar el antisemitismo y cuándo mantenerse en silencio.

El antisemitismo contemporáneo presenta características únicas que complican aún más esta decisión. Normalizado en redes sociales y camuflado en discursos políticos mainstream, los tropos antisemitas clásicos circulan ahora envueltos en el lenguaje de derechos humanos y la justicia social. Esta sofisticación retórica hace que las estrategias tradicionales de denuncia resulten a veces inadecuadas o contraproducentes.

Esta situación revela lo que podríamos llamar una paradoja cuántica. En física cuántica, el acto de observar una partícula determina su estado. De manera análoga, en el antisemitismo contemporáneo, el acto de denunciar —o no denunciar— determina las consecuencias del discurso de odio. No podemos conocer el resultado sin intervenir, pero nuestra intervención misma crea ese resultado.

Al igual que el famoso gato de Schrödinger, que existe simultáneamente vivo y muerto hasta ser observado, el discurso antisemita no confrontado existe en un estado de superposición social: es simultáneamente normalizado y marginalizado hasta el momento de nuestra intervención pública.

Esta analogía con la física cuántica no es meramente retórica. En ambos casos, el acto de observación colapsa la superposición hacia un estado definido, pero el observador no puede predecir con certeza el resultado. La diferencia crucial radica en que, a diferencia del gato de Schrödinger, acá el observador está “entrelazado” con el sistema: nuestra posición social, credibilidad y método de intervención determinan el resultado tanto como el contenido del discurso mismo.

Todo discurso antisemita puede colapsar hacia cuatro estados principales tras nuestra intervención.

El Estado N (normalización): El discurso se integra al espectro de lo socialmente aceptable, perdiendo su carácter transgresivo. El antisemitismo se vuelve parte del sentido común social.

El Estado A (amplificación): El discurso gana mayor alcance, resonancia y poder de convocatoria, llegando a audiencias que de otro modo no habría alcanzado.

El Estado M (marginalización): El discurso es efectivamente deslegitimado. Sus portadores pierden credibilidad social y su influencia se reduce.

El Estado L (latencia): El discurso antisemita permanece sin amplificación significativa, manteniéndose en su alcance original limitado, sin ganar legitimidad social pero tampoco siendo efectivamente marginalizado. En este estado, el discurso existe pero no evoluciona hacia ninguna dirección particular.

El problema fundamental es que no podemos conocer hacia qué estado irá el sistema hasta después de nuestra intervención, cuando ya es demasiado tarde para cambiar de estrategia.

A diferencia de la física cuántica, donde el observador puede mantenerse al margen, denunciar el antisemitismo implica costos inmediatos y significativos. Quienes confrontan el odio enfrentan cancelación profesional, especialmente en ámbitos donde la reputación es crucial, como la academia, el periodismo o el arte. Los antisemitas rara vez reconocen su intención: contraatacan con campañas de desprestigio, amenazas o acoso coordinado.

Emplean maniobras discursivas que acusan al denunciante de victimizarse o instrumentalizar el Holocausto. Recurren al negacionismo semántico –esa maniobra que señala que “los árabes también son semitas”, como si estuviéramos discutiendo etimología en lugar de odio racial— para desviar la atención. O se disfrazan de “crítica legítima al genocidio israelí”, fórmula que pretende blindarse éticamente bajo una causa aparentemente justa mientras acusa al denunciante de genocida. Estos costos convierten la denuncia en una decisión riesgosa y concreta, lejos de ser un acto abstracto.

Según el modelo de reactancia psicológica, confrontar el antisemitismo puede generar resistencia en quienes albergan prejuicios latentes.

La psicología ofrece una perspectiva adicional sobre estos riesgos, iluminando el debate sobre si la denuncia crea nuevos antisemitas, como algunas personas sugieren, o simplemente visibiliza a los existentes. Según el modelo de reactancia psicológica, confrontar el antisemitismo puede generar resistencia en quienes albergan prejuicios latentes: al sentirse aleccionados, refuerzan sus actitudes, materializando creencias difusas en una postura más definida. En esos casos, la denuncia no los “crea”, sino que puede empujarlos a cristalizar y expresar algo que ya existía. Para antisemitas ya activos, la denuncia los hace visibles, amplificando su mensaje. Sin embargo, para audiencias neutrales, puede sensibilizar y reforzar normas sociales contra el odio. Este doble efecto sugiere que la denuncia no sólo lleva el discurso hacia normalización, amplificación, marginalización o latencia, sino que también modula actitudes preexistentes.

La proliferación contemporánea de discursos antisemitas a través de medios tradicionales, redes sociales y otras expresiones sociales y políticas alcanza niveles desconocidos desde la Segunda Guerra Mundial, saturando la capacidad de respuesta individual y transformando la pregunta en un dilema práctico: si no podemos denunciar todo, ¿qué priorizamos? Como una estrategia militar que busca saturar las defensas del enemigo, esa multiplicación en muchos casos no es casual sino una táctica de saturación, erosionando la atención social y creando fatiga en quienes podrían responder.

Los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023 desencadenaron una oleada global de antisemitismo, desde protestas en campus universitarios y fake news en los principales medios del mundo, hasta picos de discursos de odio en redes sociales, a menudo camuflados como críticas a Israel. En contraposición, esta crisis catalizó un movimiento asociativista sin precedentes, para monitorear tropos antisemitas y hacer posible respuestas coordinadas. Estas iniciativas combinan denuncia pública, la gestión política y la educación para sortear la paradoja: confrontan discursos de alto impacto mientras ignoran expresiones marginales para evitar amplificación. El asociativismo reduce los riesgos personales de la denuncia al distribuir la carga entre instituciones y comunidades, demostrando que la acción colectiva puede empujar el discurso antisemita hacia la marginalización.

El algoritmo de la paradoja

Si bien no podemos predecir con certeza el colapso cuántico del discurso de odio, sí podemos identificar las variables que influyen en su probabilidad. Esta observación nos permite desarrollar una herramienta conceptual para evaluar cuándo el riesgo de silencio supera el riesgo de amplificación.

Para enfrentar esta paradoja, propongo un “algoritmo de la paradoja”, una herramienta práctica que guía la decisión de intervenir ante el discurso antisemita. Cada expresión se evalúa mediante cuatro dimensiones, cada una de las cuales se califica con un puntaje en un rango de 1 a 5: intensidad (desde prejuicios sutiles hasta odio explícito), alcance (según la audiencia potencial y su viralidad, como un tuit con 100 seguidores frente a uno con un millón), credibilidad del emisor (según su influencia social o institucional), y contexto (según tensiones sociales, eventos recientes o el clima político). Estas dimensiones se multiplican para generar un Índice de Riesgo del Discurso (IRD), con un rango mínimo de 1 y máximo de 625, que captura su interacción dinámica. Es decir, IRD = Intensidad × Alcance × Credibilidad × Contexto.

La decisión de intervenir (o no) no se limita al discurso antisemita. La situación del denunciante –su credibilidad, recursos y vulnerabilidad, puntuada de 1 a 5– determina un Índice de Capacidad de Respuesta (ICR), que refleja la viabilidad de una confrontación efectiva, y que interactúa con el IRD. Multiplicando ambos índices, se obtiene el Puntaje de Riesgo Estratégico (PRE), un valor de 1 a 3.125 que sintetiza el riesgo del discurso y la capacidad de respuesta del denunciante, para un caso concreto: PRE = IRD × ICR.

Además, los casos no suceden en el vacío: cada situación antisemita ocurre dentro de un contexto que determina su significado real.

Además, los casos no suceden en el vacío: cada situación antisemita ocurre dentro de un contexto que determina su significado real. Para orientar la acción, es necesario ponderar el PRE con su contexto. Para ello es necesario construir una Matriz de Riesgo Comparativo (MRC) que recopile los PRE de incidentes recientes —tuits, campañas en redes, declaraciones públicas— durante un período definido (típicamente un mes) y los organice por percentiles. El patrón general de los PRE del período puede cotejarse con precedentes históricos para identificar el clima social real del momento, y así determinar los casos que se encuentran por encima del umbral crítico y requieren intervención.

Esta contextualización permite establecer umbrales de acción dinámicos. Tomando valores ilustrativos de PRE, durante períodos de crisis como el actual, se priorizarían casos en el percentil 75 o superior (con un PRE posiblemente mayor a 1.000) dado su alto riesgo de amplificación masiva. En períodos de tensión, la atención se centraría en casos entre los percentiles 50 y 75 (PRE 500-1.000). Durante la calma, los casos bajo el percentil 50 (PRE menor a 500) requerirían respuestas indirectas como educación pública.

Un ejemplo clarifica su uso: un tuit antisemita con intensidad alta (4), gran alcance (5), emisor creíble (4) y contexto tenso (4) produce un IRD de 320. Si el denunciante tiene una capacidad robusta (ICR=4), el PRE alcanza 1.280, ubicándose en el percentil 75 o superior en crisis, lo que justifica una denuncia. En cambio, un comentario marginal con un IRD de 36 (Intensidad=2, Alcance=3, Credibilidad=2, Contexto=3) e ICR de 4 genera un PRE de 144, en el percentil 10, sugiriendo evitar la confrontación.

Cabe destacar que el trabajo asociativo fortalece significativamente el ICR: una organización comunitaria tiene mayor credibilidad, recursos y capacidad de respuesta que un individuo aislado. Esto eleva el PRE de casos estratégicos, permitiendo abordar situaciones que serían demasiado riesgosas para denunciantes individuales.

Este marco, inspirado en el principio de incertidumbre de Heisenberg —que impide conocer simultáneamente el estado actual del discurso y el efecto de nuestra intervención—, no elimina la incertidumbre de la paradoja, sino que ofrece una guía estructurada para decisiones informadas, adaptadas a cada contexto. Este algoritmo no pretende ser una fórmula matemática exacta, sino una matriz o marco conceptual que nos ayude a navegar la paradoja con mayor precisión. Nos recuerda que la decisión de denunciar o callar no puede ser instintiva o ideológica, sino estratégica e informada.

Ssimetría temporal de los riesgos

Sin embargo, existe una asimetría crucial en esta paradoja que no puede ignorarse: los riesgos no son simétricos en el tiempo. Denunciar el antisemitismo conlleva riesgos conocidos e inmediatos: amplificación potencial, polarización, reactancia. Estos riesgos son visibles, medibles y relativamente predecibles.

Callar ante el antisemitismo, en cambio, conlleva riesgos históricos y diferidos, pero potencialmente catastróficos. El silencio es complicidad pasiva en lo que los historiadores llaman la “escalera de la persecución”: cada peldaño de prejuicio normaliza el siguiente.

El Holocausto no comenzó en un campo de exterminio. Comenzó con un prejuicio, una burla, un ataque aislado, una teoría pseudocientífica, un boicot económico, un aislamiento social progresivo. Cada acto de silencio fue una piedra en el camino hacia la deshumanización total. La historia nos enseña que el costo del silencio es acumulativo y a menudo invisible hasta que es demasiado tarde.

¿Respondemos sólo cuando el antisemitismo proviene de figuras influyentes? ¿Sólo cuando alcanza cierto umbral de virulencia?

Reconocer que no podemos responder a todo antisemitismo nos obliga a desarrollar criterios de selección, pero estos criterios mismos se convierten en declaraciones políticas. ¿Respondemos sólo cuando el antisemitismo proviene de figuras influyentes? ¿Sólo cuando alcanza cierto umbral de virulencia? ¿Sólo cuando afecta directamente a nuestras comunidades?

Cada criterio de selección tiene implicaciones morales y estratégicas. Responder sólo al antisemitismo “importante” puede sugerir que el antisemitismo “menor” es aceptable. Responder sólo al antisemitismo explícito puede permitir que el antisemitismo codificado se normalice. Responder sólo cuando nos sentimos seguros de ganar puede sugerir que el antisemitismo es aceptable cuando es poderoso.

La paradoja se profundiza: la necesidad de elegir qué antisemitismo confrontar puede convertirse, inadvertidamente, en una forma de jerarquizar la importancia de diferentes expresiones de odio.

Vivir en la paradoja

La Paradoja del Discurso Superpuesto no tiene solución definitiva porque refleja tensiones fundamentales de la vida democrática: entre libertad de expresión y protección de grupos vulnerables, entre educación pública y amplificación no deseada, entre acción inmediata y consecuencias de largo plazo.

Quizás la lección más importante es que vivir en sociedad significa navegar constantemente estas tensiones sin respuestas perfectas, pero con principios claros y estrategias flexibles. Reconocer la paradoja nos hace más inteligentes para manejarla, aunque no la resuelva completamente.

Lo que no podemos permitirnos es la ilusión de neutralidad. En el contexto del antisemitismo, el silencio no es neutral: es una elección con consecuencias históricas. La paradoja nos obliga a actuar con incertidumbre, pero la historia nos obliga a actuar.

El desafío no es resolver la paradoja, sino desarrollar la sabiduría práctica para navegar sus dilemas caso por caso, manteniendo siempre presente la lección fundamental: los prejuicios no confrontados no desaparecen, se normalizan. Y una vez normalizados, construyen las condiciones para tragedias que creíamos imposibles de repetir.

Comentá la nota