El Papa en el Templo valdense: un nuevo inicio como hermanos

El Papa en el Templo valdense: un nuevo inicio como hermanos

Francisco concluye la visita a Turín con una reconciliación histórica y la propuesta de caminar juntos

Por ANDREA TORNIELLI

Un nuevo comienzo. Después de 800 años de la excomunión, por primera vez un sucesor de Pedro entra a un templo valdense para hablar sobre las violencias del pasado y afirmar, con valentía: «Les pido perdón por las actitudes y comportamientos no cristianos, incluso no humanos que, en la historia, tuvimos contra ustedes. En nombre del Señor Jesucristo, ¡les pido perdón!». 

Un gesto histórico (entre los fieles valdenses había algunos con lágrimas en los ojos), que forma parte de esa «purificación de la memoria» a la que llamó Juan Pablo II para el Jubileo del año 2000 y que no siempre ha sido bien comprendida ni recibida dentro del mundo católico.

No se trata de reivindicar o reconstruir este o aquel episodio del pasado, de poner en la balanza los pros y los contras, de analizar detalladamente las responsabilidades de cada uno. Se trata, simplemente, de reconocer que la violencia, la discriminación, la persecución no son actitudes que quienes siguen el Evangelio pueden justificar. Y aunque sea necesario recurrir a la historia sin juzgar el pasado con las categorías de la actualidad, esto se podía comprender incluso hace ocho siglos. El encuentro en el templo valdense de Turín fue un diálogo verdadero. El pastor Paolo Ribet dijo que «el Evangelio no es una doctrina, sino una persona: Jesucristo», para recordar el centro del cristianismo en contra de las reducciones ideológicas tan apreciadas por los «doctores de la ley». El moderador de la Mesa Valdense italiana, Eugenio Bernardini, resaltó el valor de dos impulsos ecuménicos presentes en la “Evangelii gaudium” de Papa Francisco sobre la «diversidad reconciliada» entre confesiones cristianas y sobre la necesidad de aprender los unos de los otros. Bernardini también pidió al líder de la Iglesia católica que reconociera como «Iglesias» a las comunidades protestantes y esperó que se pueda afrontar el tema de la eucaristía. En el ámbito del terreno común de compromiso en contra del uso ideológico de la religión para justificar las guerras y la atención hacia los migrantes, denunció que «la “fortaleza Europa” los rechaza, arrojándolos al abismo de los sufrimientos, de las persecuciones y del dolor del que huyen».

Francisco no ocultó las diferencias, porque a la unidad no se llega olvidando lo que se es, la propia identidad ni la propia tradición. Pero, explicó, «si caminamos juntos, el Señor nos ayuda a vivir esa comunión que precede a cualquier contraste». Y reconociendo la reflexión del moderador, dijo que un ámbito en el que «podemos trabajar cada vez más unidos es el del servicio a la humanidad que sufre, a los pobres, a los enfermos, a los migrantes. Gracias por lo que usted dijo sobre los migrantes. De la obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros deriva la exigencia de ofrecer testimonio del rostro misericordioso de Dios, que cuida a todos y, en particular, a los que se encuentran en la necesidad». 

Los cristianos de hoy, en diferentes partes del mundo, son perseguidos, expulsados de sus casas. A veces pagan con la sangre su fe en Jesús. Los que los matan no se preguntan si son católicos, ortodoxos, evangélicos... Los matan en cuanto cristianos y este, como ha repetido en varias ocasiones Francisco, es el «ecumenismo de la sangre». El Evangelio y este testimonio del martirio, además del compromiso por los pobres, por los últimos y por los que sufren, son lo que une a los «hermanos en Cristo», que ayer en Turín se reunieron y volvieron a abrazar después de ocho siglos.

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