"Tú vas a ser Papa hoy en la tarde..."

El cardenal cubano Ortega habla sobre los acuerdos con Estados Unidos, la Iglesia y el día que conversó sobre América Latina con Bergoglio antes de la fumata blanca

Por Alver Metalli

Hay algo profundamente simbólico en el hecho de que el cardenal de La Habana, Jaime Ortega y Alamino, haya colocado la primera piedra de la iglesia que llevará el nombre de Juan Pablo II, en el barrio Antonio Guiteras, al este de la ciudad. No solo porque corona, también en sentido metafórico, una política paciente de pequeños pasos, de diálogo, de conciliación nacional perseguida obstinadamente, sino porque marca una dirección que deja en herencia a la Iglesia cubana en su conjunto. ”El diálogo es el nuevo nombre del amor”, repite el purpurado con Pablo VI, “es el único camino”, insiste citando un diálogo que mantuvo con Benedicto XVI. El cardenal Ortega despliega el sentido de estas dos frases durante la entrevista que mantuvo con Yarelis Rico Hernández hace dos meses, “durante una larga mañana de enero”, pero que fue publicada recién el 25 de marzo en Palabra Nueva, la revista de la arquidiócesis que encabezó durante 33 años. En el encuentro, el purpurado confirma una vez más sus convicciones más hondas: sobre la fe, sobre la vida, sobre las relaciones entre las personas y de éstas con la sociedad, los mismos principios que a las 10 de la mañana del sábado 14 de marzo le hacían colocar aquel bloque en el terreno donde se levantará la parroquia dedicada al Papa polaco.

Ortega repite allí el juicio ya conocido sobre el acuerdo del 17 de diciembre entre Obama y Raúl Castro: “Un acontecimiento histórico, uno de los más grandes en la historia de Cuba, como lo fue la visita del Papa Juan Pablo II, como lo fue la Revolución Cubana….”. Y pocas líneas después vuelve a proyectarse hacia adelante, como es su estilo. “Esperamos que pueda producirse un acuerdo a nivel de la Santa Sede con el Estado cubano sobre la Iglesia en Cuba, en el que se recoja todo lo alcanzado, se precise que eso se mantendrá para siempre y quede, además, un marco abierto para seguir adelante”. Ortega es el gran artífice de ese acuerdo entre Obama y Raúl Castro, porque fue la consecuencia de una paciente búsqueda de diálogo que desafió oposiciones y críticas, tanto en Cuba como en Miami e incluso en Roma, donde el purpurado no siempre tuvo todas las puertas abiertas como ahora, con el Papa argentino. Es anecdótica la observación que hizo al pasar en el curso de esta conversación: “A veces, algún sacerdote que viene del extranjero presenta una dureza que nuestro sacerdote cubano no tiene”.

El ciclo del cardenal Ortega ya está por terminar, pero su enfoque fundamental tiene bases sólidas y un Papa que lo comparte, y por lo tanto continuará después de él. Ya cumplió 78 años y puso su carta de renuncia en manos de Benedicto XVI hace tres años, cuando tenía 75, pero el sucesor Francisco todavía no aceptó que dé un paso al costado. «El Santo Padre me dijo, “tu carta está en mi gaveta, hay que esperar otro momento un poquito más propicio y después, ya veremos’». Por su diálogo con Palabra Nueva sabemos que cuando le acepten la renuncia y se convierta en emérito no tiene ninguna intención de retirarse del mundo. También sabemos que se irá a vivir “muy cerca del arzobispado”, en el Centro Cultural Padre Félix Varela, otra de sus creaciones; sabemos que piensa escribir sus memorias –“algunas personas me lo han recomendado”- y que quizás ya tiene un editor en mente; sabemos que viajará, empezando por América Latina: “¡Cuántas veces me han invitado a Chile!, es un país que nunca he visitado y me encantaría ver”.

Y hay dos episodios de los últimos años que tal vez el cardenal Ortega haya confiado a sus íntimos, pero eran desconocidos para el gran público y dicen mucho sobre su manera de ver las cosas. El primero: «El Papa Benedicto XVI en su última conversación conmigo, siete u ocho meses antes de su dimisión, me preguntó si la Iglesia en Cuba estaba por el diálogo. Me lo preguntó abruptamente, porque estábamos hablando de su viaje a Cuba. Le respondí que sí, y me preguntó si también los más jóvenes estaban por el diálogo. “Quizás los más jóvenes no vivieron las grandes dificultades que tuvo la Iglesia en el pasado y no se dan cuenta de cuánto ha cambiado la situación de hoy”, comentó el Santo Padre. Le dije: “Santidad, también hay otro factor, aquellos que vivieron una época muy difícil, de escuelas en el campo, de mucho adoctrinamiento de tipo ideológico que los llegaba a fatigar, a cansar, se han vuelto, quizás, como distantes internamente, como visceralmente ajenos”. Y me respondió el Papa: “pero el diálogo es el único camino”. Yo le dije que sí, que todos, como cristianos, comprendemos que ése es el único camino. Y me dice: “La Iglesia no está en el mundo para cambiar gobiernos, sino para transformar con el Evangelio el corazón de los hombres, y esos hombres cambiarán el mundo según la disposición de la Providencia”».

Sobre el otro episodio había rumores pero sin confirmación, algo así como los astrónomos deducen la existencia de un cuerpo celeste que no alcanzan a ver, por el equilibrio de distintas atracciones. «El día que el Papa Francisco fue elegido, yo viajaba en el mismo microbús que él viniendo de la Capilla Sixtina para la casa de Santa Marta. Llovía, hacía frío, veníamos sentados uno al lado del otro y le dije: “Jorge yo quisiera hablar contigo un poco”; y me preguntó: “¿Cuándo?”. Le dije: “Ahora mismo, nos quedan cuarenta minutos antes del almuerzo”. Me preguntó si mi habitación era grande, le respondí que sí, era la que me había tocado en la rifa, a él le había tocado una chiquita y en el quinto piso. Me indicó: “Yo bajo a tu habitación”. “Yo quiero hablar contigo sobre América Latina –precisé–, porque tú vas a ser Papa hoy en la tarde”. “Bueno, si no se vira la tortilla”, acotó». El diálogo entre los dos cardenales continuó sobre América Latina, cuenta Ortega en la entrevista, quien a raíz de ello recuerda la época en que fue vicepresidente del CELAM y redactaba documentos sobre las desigualdades y sobre la dependencia del continente de Estados Unidos. Hasta llegar a nuestros días. «Todavía la diferencia entre ricos y pobres sigue siendo grande, pero no existe esa dependencia de Estados Unidos, a nadie se le ocurriría hoy hablar de eso en un documento. “Toda la América Latina está unida, Cuba es la que preside la CELAC”, le dije. “Esos cambios hubiéramos querido hacerlos con nuestra gente que estudió Doctrina Social de la Iglesia en nuestra universidades, pero no fue así, fueron hechos por Hugo Chávez, Evo Morales, los Kirchner, Lula da Silva, Rafael Correa, Daniel Ortega, todos con una inspiración que viene desde atrás, de la Revolución Cubana de Fidel Castro”. “Y ante esos cambios –le dije–, me parece ver la Iglesia como expectante. ¿Y qué espera la Iglesia?, que pasen estos gobiernos y vengan otros que le den un lugar de privilegio y la favorezcan, y en ocasiones esta expectativa se vuelve crítica”. Y el cardenal Bergoglio, pues todavía no era Papa, me respondió: “No, no, la Iglesia no puede estar nunca a la expectativa, y menos una expectativa crítica. La Iglesia no puede ser nunca una simple espectadora, estos procesos la Iglesia los tiene que acompañar en diálogo”. Le conté entonces mi última conversación con Benedicto XVI, y al llegar al final de mi historia y decirle la frase que cerró aquel encuentro, él se emocionó: “¡Ay, que frase! Esto lo pondría yo en una pancarta, a la entrada de todas las ciudades del mundo”».

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