El Papa y los homosexuales: distinguir pecado y pecador es la tradición cristiana

El Papa y los homosexuales: distinguir pecado y pecador es la tradición cristiana

La respuesta de Francisco, que contó cómo siempre ha estado cerca de las personas homosexuales desorienta a los «relativistas» y a los «rigoristas», pero arroja una luz interesante sobre la vida de la Iglesia.

ANDREA TORNIELLI - CIUDAD DEL VATICANO

Las duras palabras sobre el «adoctrinamiento» de la teoría de género que pronunció Papa Francisco el sábado pasado, primero de octubre, en Tiflis, dieron la vuelta al mundo. En esa ocasión estaba respondiendo al testimonio de una joven madre de familia, y no había en ellas particulares novedades, salvo la imagen de la «guerra mundial» en contra del matrimonio. En varias ocasiones el Pontífice argentino se ha expresado en contra de las «colonizaciones ideológicas» refiriéndose explícitamente a la teoría de género. Los que siguen de lejos ciertas afirmaciones papales se quedaron sorprendidos, en su momento, por aquel «¿quién soy yo para juzgar?», pero les ha costado asimilar las afirmaciones de Bergoglio, como si se estuvieran despertando de un sueño, según el cual el pecado ya no existiría.

Durante el vuelo de regreso de Bakú a Roma, al dialogar con los periodistas que lo acompañaron en su viaje a Azerbaiyán, el Papa respondió a una pregunta sobre la teoría de género y sobre la actitud del pastor frente a las personas que sufren por su identidad sexual. Francisco, sin cambiar ni una coma a sus críticas hacia la teoría de género, dijo que había acompañado y «acercado al Señor» a personas con tendencias homosexuales, a personas que practican la homosexualidad e incluso a transexuales. Dijo que lo había hecho cuando era cura, cuando era obispo e incluso como Papa. Y sus palabras sorprendieron la sensibilidad de muchos. Una actitud de acogida, de apertura, puesto que Jesús «seguramente no diría: “¡Vete, porque eres homosexual!”, no».

Algunos tal vez se podrán sorprender porque no estaban acostumbrados a escuchar a un Papa decir estas cosas, pero (una vez más), Francisco simplemente ha sido cura. La distinción entre el error y quien yerra, entre el pecado y el pecador, no es un invento bergogliano, sino pertenece a la tradición cristiana. Debería, más bien, llamar la atención que las palabras de apertura sean interpretadas o instumentalizadas tanto por los «relativistas» como por los «rigoristas», como el fin anunciado de cualquier regla en materia de moral sexual. Una buena noticia para los primeros; el apocalipsis para los segundos. En ambos casos, falta el ensimismamiento con la mirada de Jesús, que siente compasión y derrama misericordia, con la parábola del Buen Pastor que deja a las noventa y nueve ovejas para ir a buscar a la oveja extraviada. Para los primeros, cada frase del Pontífice debe ser reducida a consigna e interpretada como «¡todos libres!». Para los segundos, cualquier alusión pastoral de misericordia, cualquier llamado a la acogida y al discernimiento de las diferentes situaciones, suena como una peligrosa forma de «buenismo».

El ejemplo fulminante para describir la situación de la Iglesia contemporánea se lo ofreció a Francisco el transexual español Diego Neria Lejárrag. Es un ejemplo que vale la entrevista entera. Y así lo contó el Papa: «en el barrio en el que vivía estaban el viejo sacerdote, el viejo párroco, y uno nuevo. Cuando el nuevo párroco lo veía, le gritaba desde la acera: “¡Te vas a ir al infierno!”. Cuando se encontraba con el viejo, le decía: “¿Desde hace cuánto que no te confiesas? Ven, ven, así te confieso y puedes hacer la comunión”». Sorprenden estas actitudes tan diferentes. El cura más joven ya había condenado a Diego. El cura más viejo, que se formó en la Iglesia de los años cincuenta, trataba de acercarlo y de acompañarlo. Cuando era arzobispo en Buenos Aires, a los que le preguntaban qué habría escrito sobre su lapida, el actual Pontífice respondió: «Jorge Mario Bergoglio. Cura». Y no es difícil imaginar con cuál de los dos sacerdotes citados se identifica, proponiendo hacer lo mismo.

Cuando uno entra en contacto con las vidas, con los sufrimientos, las experiencias e veces dramáticas de las personas, en la condición en la que se encuentren, explicó el Papa durante la entrevista en el avión, hay que ensimismarse con la mirada de Jesús Ya lo indicaba San Ambrosio, en el «De Abraham»: «En donde se trata de extender la gracia, allí Cristo está presente; cuando se debe ejercer el rigor, están presentes solo los ministros, pero Cristo está ausente».

El ejemplo que le contó a Francisco el transexual español describe bien la diferencia entre los que se dedican a ser «repetidores» de doctrinas abstractas sin involucrarse verdaderamente con las vidas de los hombres y de las mujeres heridos, y los que, por el contrario, no se olvidan de que la Iglesia «no está en el mundo para condenar, sino para permitir el encuentro con ese amor visceral que es la misericordia de Dios».

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