El Papa Francisco y las vacunas contra el coronavirus

El Papa Francisco y las vacunas contra el coronavirus

En Infovaticana no hemos ocultado nuestra preocupación por la extraordinaria locuacidad del Santo Padre, especialmente porque parece tener especial querencia por lo que no es competencia de su ministerio petrino, y prefiere a menudo tratar de lo que es ajeno a la doctrina, actuando más como un líder global que como Vicario de Cristo, título que ha desaparecido del Anuario Pontificio.

 

Aunque la doctrina sobre el Papado es suficientemente clara, al menos en el sentido de que el Pontífice es un ser humano como cualquier otro, perfectamente falible en sus opiniones privadas sobre lo que no compete directamente a su función, es obvio que al Papa se le escucha por ser el Papa, y sus palabras sobre cualquier asunto comprometen inevitablemente el prestigio de la institución a ojos externos.

También hemos hablado en estas páginas de cómo su visión del panorama actual, ya sea de la Iglesia como del mundo, resulta en ocasiones desconcertantemente alejado de lo que puede ver cualquiera mirando a su alrededor, como ve como mayor amenaza para la Iglesia una “rigidez” que es difícil encontrar en parroquias reales.

VaticanNews publica parte de la introducción –de la que nos hemos hecho eco esta mañana– que escribe Francisco a un libro sobre la pandemia y en la que hace afirmaciones sobre la vacuna que no comprendemos cómo ningún asesor o consejero le ha animado a reconsiderarlas, de puro alejadas que están del mundo real. No hablo de cuestiones opinables ni entro en debate alguno en esto; solo contrasto lo que afirma con lo que cualquiera, en cualquier bando de las guerras pandémicas, puede ver con sus propios ojos.

Habla Francisco: «Gracias a la vacuna estamos volviendo a ver poco a poco la luz», y estamos saliendo de esta «fea pesadilla» de la pandemia. Pero ahora el verdadero reto «es esforzarse para que todas las personas del mundo tengan el mismo acceso a la vacuna, para que no haya «caprichos» en la elección de la dosis más famosa y, sobre todo, que sea gratuita para quien la necesite y no algo de lo que se pueda sacar un beneficio fácil». La vacuna, de hecho, «puede salvar muchas vidas, no lo olvidemos y no olvidemos lo que la historia nos ha enseñado con otras malas enfermedades del pasado».

Es difícil saber por dónde empezar, ¿verdad? Cuando en Australia están imponiendo un verdadero estado policial, en Israel -uno de los países más vacunados del mundo- se disparan las hospitalizaciones y defunciones y abogan ya por la tercera dosis, en media Europa se aprueban medidas discriminatorias y arden las calles con protestas, decir que estamos saliendo de esta “fea pesadilla” quizá pueda adscribirse a la categoría de hipérbole. Es una pena que los demás no podamos ver esa luz que contempla el Papa al final del túnel, sino más bien un panorama completamente distinto al prometido y bastante ominoso.

Pero, ya digo, eso podría calificarse meramente de exageración, siendo generosos. En cambio, es difícil calificar la afirmación de que “el verdadero reto es esforzarse para que todas las personas del mundo tengan el mismo acceso a la vacuna”. ¿Nadie informa al Santo Padre? En un momento en que en todas partes del planeta se ejerce una presión intimidatoria brutal, sin precedentes, para que el 100% de la población se someta a la vacuna, ¿de verdad puede creer alguien que el ‘verdadero’ reto es que alguien que quiera vacunarse se quede sin inoculación? Es el mundo al revés.

En cuanto a lo de los ‘caprichos’ por la ‘vacuna más famosa’, no entraré en ello. Es bastante raro. Aunque, tratándose de productos médicos de urgencia, que unos funcionen mejor que otros sería lo lógico, y por tanto una preferencia por el que mejor pueda protegerte no me parece exactamente un capricho. Pero dejémoslo pasar.

Lo que sigue es tan curioso como lo dicho sobre el acceso universal a la vacuna: “ y, sobre todo, que sea gratuita para quien la necesite y no algo de lo que se pueda sacar un beneficio fácil”. Es curioso que exista algo llamado ‘la Economía de Francisco’, con sus congresos y seminarios y participación de economistas de verdad, y puede escribir esta frase impunemente.

La vacuna es ‘gratis’ por completo por la misma razón que citábamos atrás, porque hay una verdadera y palpable obsesión desde las esferas del poder para que todo el mundo se vacune. Puede respirar tranquilo en ese sentido el Santo Padre: al menos las primeras dosis correrán a cargo del erario público.

Pero la idea de que esa ‘gratuidad’ es de algún modo incompatible “sacar un beneficio fácil” es difícil de calificar. Porque, naturalmente, las farmacéuticas no solo han sacado un “beneficio fácil”, sino unas ganancias astronómicas, sin precedentes, no a pesar, sino precisamente por esa gratuidad para el usuario. Y es que, naturalmente, es gratis para los ciudadanos porque los gobiernos han comprado a los fabricantes un número disparatado de millones de dosis, haciendo el agosto a la industria. Esta, además, prepara dosis de seguimiento, visto que las vacunas existentes ni evitan el contagio ni la enfermedad, según confesión de parte. Así que tenemos un sector que tiene como consumidores cautivos a toda la humanidad y que pretende que lo sean regularmente por tiempo indefinido. Eso yo lo calificaría de “beneficio fácil», no sé ustedes.

Y terminamos con su afirmación de que la vacuna “puede salvar muchas vidas, no lo olvidemos y no olvidemos lo que la historia nos ha enseñado con otras malas enfermedades del pasado”. Y sí, claro, naturalmente, la vacuna puede salvar muchas vidas, eso esperamos todos. Pero también podría ser que no. Es difícil saberlo, porque cuando todo el mundo se vacuna el ‘experimento’ se queda sin grupo de control con el que comparar su eficacia y seguridad. Y es que se trata, recordemos, de productos experimentales, desarrollados en cuestión de meses cuando lo normal es que se demoren varios años, de los que ignoramos los efectos secundarios a largo plazo.

De hecho, cuando Su Santidad hace referencia a lo que “nos ha enseñado la historia” en este sentido, me pregunto en qué parte de la historia está pensando. Porque la historia de los medicamentos aprobados de urgencia no es precisamente tranquilizadora.

Comentá la nota