El Papa Francisco visitó ayer a la tarde la sede de la ONU en esta ciudad de Kenia donde hizo un llamado a no permanecer indiferentes ante los sueños, las historias y las vidas que “naufragan en nuestro presente”.
Por Walter Sánchez Silva
En su visita a esta sede de las Naciones Unidas, el Santo Padre plantó un árbol en el parque de ese lugar, tras lo cual ingresó al ambiente principal de la institución en donde, en medio de un ambiente de fiesta, escuchó las palabras de varios representantes de esta organización.
"Nairobi, queremos escucharlos, están recibiendo al Papa. ¿Puedo escuchar otra vez a Nairobi aquí en las Naciones Unidas?", dijo el maestro de ceremonias del evento cuando el Pontífice ingresó al recinto.
En sus palabras de bienvenida, Sahle-Work Zewde, Directora General de la Oficina de las Naciones Unidas en Nairobi, comentó que la visita del Papa permite alentar la construcción de “un mejor futuro en un planeta más saludable y mejor”. “En nombre de todos los que trabajamos aquí le agradecemos su pasión y compromiso por buscar una mejor vida y la dignidad para todos"
Por su parte, Joan Clos, director de UN Habitat, agració al Papa su presencia y comentó que “uno de los retos es el crecimiento de las megaciudades y la concentración de la pobreza extrema. En ese sentido estamos convencidos de que el Papa y la Santa Sede, con sus representantes permanentes, apoyan la lucha para conseguir las mejores condiciones para los más pobres”.
Achim Steiner, Subsecretario Genera y Director Ejecutivo del programa ambiental de la ONU, agradeció a Francisco por “venir y hablar desde el corazón de África al corazón de la gente".
El Santo Padre obsequió a esta sede de la ONU un hermoso grabado proveniente de la biblioteca vaticana en el que se muestra el momento en el que fue colocado el emblemático obelisco que está ubicado al centro de la plaza de San Pedro.
El discurso del Papa
El Papa alertó en su alocución sobre la complicada situación de una gran cantidad de personas en el mundo y dijo que “son muchos los rostros, las historias, las consecuencias evidentes en miles de personas que la cultura del degrado y del descarte ha llevado a sacrificar bajo los ídolos de las ganancias y del consumo”.
“Debemos cuidarnos de un triste signo de la ‘globalización de la indiferencia, que nos va ‘acostumbrando’ lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal’, o peor aún, a resignarnos ante las formas extremas y escandalosas de ‘descarte’ y de exclusión social, como son las nuevas formas de esclavitud, el tráfico de personas, el trabajo forzado, la prostitución, el tráfico de órganos”.
Tras recordar el drama de los migrantes que huyen de sus lugares de origen en busca de un futuro mejor, y las peligrosas condiciones en las que suelen hacer estos viajes, el Papa resaltó que “son muchas vidas, son muchas historias, son muchos sueños que naufragan en nuestro presente. No podemos permanecer indiferentes ante esto. No tenemos derecho”.
El Santo Padre se refirió luego al desafío de la urbanización y las diversas problemáticas que se generan en las grandes ciudades como la violencia, el narcotráfico, el desarraigo, entre otros: “quiero expresar mi aliento a cuantos, a nivel local e internacional, trabajan para asegurar que el proceso de urbanización se convierta en un instrumento eficaz para el desarrollo y la integración, a fin de garantizar a todos, y en especial a las personas que viven en barrios marginales, condiciones de vida dignas, garantizando los derechos básicos a la tierra, al techo y al trabajo”.
Francisco también habló sobre la importancia de “poner la economía y la política al servicio de los pueblos donde «el ser humano, en armonía con la naturaleza, estructura todo el sistema de producción y distribución para que las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren un cauce adecuado en el ser social”.
“No se trata de una utopía fantástica, por el contrario, una perspectiva realista que pone la persona y su dignidad como punto de partida y hacia donde todo tiene que fluir”, dijo.
El Pontífice explicó que “el cambio de rumbo que necesitamos no es posible realizarlo sin un compromiso sustancial por la educación y la formación. Nada será posible si las soluciones políticas y técnicas no van acompañadas de un proceso de educación que promueva nuevos estilos de vida. Un nuevo estilo cultural”, afirmó.
“Esto exige una formación destinada a fomentar en niños y niñas, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, la asunción de una cultura del cuidado; cuidado de sí, cuidado del otro, cuidado del ambiente; en lugar de la cultura de la degradación y del descarte”.
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