Papa Francisco: la fe comienza con un «juego de miradas»

Papa Francisco: la fe comienza con un «juego de miradas»

En la homilía de la Misa celebrada en la ciudad de Holguín, el Pontífice recordó que todos somos pecadores perdonados: misericordia y no sacrificios. La primerba visita de un Papa a esta región del interior de la isla

Por GIANNI VALENTE

La fe comienza en nosotros cuando Jesús nos ve. Y solo la experiencia de si mirada misericordiosa puede hacernos también misericordiosos a nosotros y hacer que salgamos de nosotros mismos, como sucedió con los apóstoles. Papa Francisco celebró la Misa en Holguín, en el tercer día de su viaje cubano, en la Plaza de la Revolución. Hoy es la fiesta de San Mateo, el publicano deshonesto y despreciado, que colaboraba con los Romanos y que se convirtió en uno de los apóstoles y evangelistas. El pasaje del Evangelio narra que Jesús actuó sorpresivamente, que llama al recaudador para escándalo de los escribanos y fariseos. El Papa argentino ha explicado en varias ocasiones que se reconoce en aquel «pecador perdonado». Cuando iba a Roma, como obispo y cardenal, iba a menudo a admirar la obra maestra de Caravaggio que retrata esta escena y que se encuentra en la Iglesia de San Luis de los franciscanos. Así, su homilía adquirió los rasgos de una confesión de fe personal. Palabras e imágenes en las que se aprecia el dinamismo propio e incomparable de la experiencia y de la misión cristiana. Con toda su distancia de cualquier militancia cultural, ideológica o religiosa. 

En el centro de la escena está «el encuentro con Jesús que marcó la vida de Mateo». Bergoglio se detuvo para reflexionar sobre el «juego de miradas» que pudo transformar la vida del pecador. «Jesús», repitió el Papa, «lo mira primero. Qué fuerza de amor tuvo la mirada de Jesús para movilizar a Mateo como lo hizo; qué fuerza han de haber tenido esos ojos para levantarlo». 

Mateo, recordó Papa Francisco, era un publicano. Recaudaba impuestos de los judíos para darlos a los romanos. Los publicanos eran considerados pecadores y traidores por su propio pueblo. Vivían aislados: «Con ellos no se podía comer, ni hablar, ni orar. Eran traidores para el pueblo: le sacaban a su gente para dárselo a otros. Los publicanos pertenecían a esta categoría social». En cambio, Jesús se acerca a Mateo, lo mira «como nadie lo había mirado antes». Y esa mirada de Jesús «abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo, a Bartimeo, a María Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros». Y aunque no nos atrevamos a levantar los ojos al Señor, añadió, «Él nos mira primero. Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros, cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada».

Después interrumpiendo por algunos instantes la homilía, el Papa invitó a cada uno de los presentes a hacer un momento de silencio «para recordar con gratitud y alegría aquellas circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa de Dios se posó en nuestra vida». Y lo hizo pensando sobre todo en sí mismo. Justamente hoy se cumplen 62 años de un episodio que cambió su vida, y que él mismo describe como el inicio de su vocación sacerdotal. El 21 de septiembre de 1953, por la mañana, entró sin ningún motivo preciso a la Iglesia de San José de Flores, en donde encontró a un sacerdote que nunca había visto antes. Al confesarse con él, percibió claramente por primera vez la llamada al sacerdocio: «Fue la sorpresa, el estupor de un encuentro -reveló el mismo Bergoglio en el libro-entrevista ‘El Jesuita’-, me di cuenta de que me estaban esperando. Esta es la experiencia religiosa: el estupor de encontrar a alguien que te está esperando. Desde ese momento, para mí Dios se convirtió en aquel que te ‘anticipa’. Tú lo estás buscando, pero Él es quien te encuentra primero. Lo quieres encontrar, pero Él viene a tu encuentro primero».

En la homilía que pronunció esta mañana en la Plaza de Holguín, Papa Francisco dirigió nuevamente su mirada hacia la iniciativa de Cristo, que «primerea», «viene primero»: «Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él ve más allá esa dignidad de hijo, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza».

La fuerza de la mirada de Cristo, que es el inicio de cualquier paso en el camino de la fe. «Algunos -escribió en 2010 el cardenal Bergoglio en el prefacio a un libro de su amigo Giacomo Tantardini- creen que la fe y la salvación vienen con nuestro esfuerzo de mirar. De buscar al Señor. En cambio es al contrario: tú estás a salvo cuando el Señor te busca, cuando Él te mira y tú te dejas mirar y buscar. El Señor te busca primero. Y cuando tú lo encuentras, comprendes que Él estaba allá mirándote, te esperaba Él primero. He aquí la salvación: Él te ama primero… Si ni se da este encuentro, no somos salvados. Podemos hacer discursos sobre la salvación, inventar sistemas teológicos tranquilizadores, que transforman a Dios en un notario y su amor gratuito en un acto debido al que se vería obligado por su naturaleza. Pero no entramos nunca al pueblo de Dios».

Hablando sobre Mateo, el Papa explicó qué es lo que puede suceder cuando Jesús nos ve primero: «Después de mirarlo con misericordia, el Señor le dijo a Mateo: «Sígueme». Y él se levantó y lo siguió. Después de la mirada, la palabra de Jesús. Tras el amor, la misión. Mateo ya no es el mismo; interiormente ha cambiado. El encuentro con Jesús, con su amor misericordioso, lo ha transformado. Y atrás queda el banco de los impuestos, el dinero, su exclusión. Antes él esperaba sentado para recaudar, para sacarle a otros, ahora con Jesús tiene que levantarse para dar, para entregar, para entregarse a los demás. Jesús lo miró y Mateo encontró la alegría en el servicio». Porque «la mirada de Jesús genera una actividad misionera, de servicio, de entrega». Un camino en el que Jesús va adelante, «nos precede, abre el camino y nos invita a seguirlo. Nos invita a ir lentamente superando nuestros preconceptos, nuestras resistencias al cambio de los demás e incluso de nosotros mismos. Nos desafía día a día con la pregunta: ¿Crees? ¿Crees que es posible que un recaudador se transforme en servidor? ¿Crees que es posible que un traidor se vuelva un amigo? ¿Crees que es posible que el hijo de un carpintero sea el Hijo de Dios? Su mirada transforma nuestras miradas, su corazón transforma nuestro corazón». 

Según Papa Francisco, la misericordia no es un esfuerzo. No se puede obligar a nadie a ser misericordioso. Somos misericordiosos hacia los demás solamente porque se comparte, se participa de la misericordia de Jesús. De Aquel que «mira siempre lo más auténtico que vive en cada persona, que es precisamente la imagen de su Padre».

Es de esta experiencia de misericordia de donde puede florecer la misión de la Iglesia como «agente de misericordia» en el mundo. Sin esta experiencia, cualquier insistencia sobre los deberes del cristiano queda estéril. En cambio, cuando se da, la misión a la que la Iglesia está llamada no necesita «inventarse» artificios, sino darse cuenta, sencillamente, y alegrarse de lo que el Señor puede hacer que florezca, incluso en las condiciones menos favorables. No son, pues, indispensables espacios, programas, instrumentos sofisticados y potentes de propaganda. Así, en su segunda homilía cubana, Papa Francisco ofrece un homenaje al dinamismo misionero que floreció espontáneamente en la isla, en la trama de la vida cotidiana, como indica el testimonio de las «casas de misión», las miles de comunidades de base que a partir de los años setenta del siglo pasado, «ante la escasez de templos y de sacerdotes, permiten a tantas personas poder tener un espacio de oración, de escucha de la Palabra, de catequesis y vida de comunidad». Según Francisco, estas casas son «pequeños signos de la presencia de Dios en nuestros barrios».

Haber experimentado la misericordia de Cristo en uno mismo hace posible ser misericordiosos con los demás, y puede hacer renacer un auténtico y fecundo espíritu misionero. Esta es la vía que sugirió el Papa a toda la Iglesia desde la Misa en la Plaza de la Revolución de Holguín

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