Durante la Audiencia general prosiguió con «el Evangelio de la Misericordia» el ciclo de catequesis sobre la misericordia, después de una primera reflexión sobre el Viejo Testamento
Por IACOPO SCARAMUZZI
«¿Cuántas veces acusamos a los demás de ser pecadores? ¿Y tú? Cada uno de nosotros debería preguntarse: ‘Sí, ese es pecador, ¿y yo?’». Papa Francisco retomó su ciclo de catequesis sobre la misericordia durante la Audiencia general en la Plaza San Pedro. Pero primero reflexionó sobre la misericordia en el Viejo Testamento, sobre cómo «Jesús mismo la ha llevado a su pleno cumplimiento». Todos, insistió el Papa (en la semana en la que será publicada la exhortación apostólica «Amoris Laetitiae»), somos pecadores, «pero todos somos perdonados: todos tenemos la posibilidad de recibir este perdón que es la misericordia de Dios», porque «todo pecado ha sido llevado por el Hijo en la cruz».
Después de haber reflexionado sobre la misericordia en el Viejo Testamento, Francisco explicó: «hoy iniciamos a meditar sobre como Jesús mismo lo ha llevado a su pleno cumplimiento. Una misericordia que Él ha expresado, realizado y comunicado siempre, en cada momento de su vida terrena. Encontrando a la gente, anunciando el Evangelio, curando a los enfermos, acercándose a los últimos, perdonando a los pecadores, Jesús hace visible un amor abierto a todos: ¡ninguno está excluido! Abierto a todos sin límites. Un amor puro, gratuito, absoluto. Un amor que alcanza su culmen en el Sacrificio de la Cruz. ¡Sí, el Evangelio es de verdad el “Evangelio de la Misericordia”, porque Jesús es la Misericordia!».
Antes de comenzar su ministerio, recordó Bergoglio, Jesús quiso recibir el Bautismo de Juan Bautista, y «Él no se ha presentado al mundo en el esplendor del templo: ¿podía hacerlo, eh? No se ha hecho anunciar al son de trompetas: podía hacerlo. Ni mucho menos ha venido en las vestiduras de un juez: podía hacerlo. En cambio, después de treinta años de vida oculta en Nazaret, Jesús se acercó al río Jordán, junto a tanta gente de su pueblo, y se puso en la fila con los pecadores. No ha tenido vergüenza: estaba ahí con todos, con los pecadores, para hacerse bautizar». Desde el inicio de Por lo tanto, desde el inicio de su ministerio, Jesús «se ha manifestado como Mesías que asume la condición humana, movido por la solidaridad y la compasión». Y después, añadió, «todo lo que Jesús ha realizado después del bautismo ha sido la realización del programa inicial: traer a todos el amor de Dios que salva. Jesús no ha traído el odio, no ha traído la enemistad: ¡nos ha traído el amor! ¡Un amor grande, un corazón abierto a todos, a todos nosotros! ¡Un amor que salva!».
«Podemos contemplar todavía más claramente —recordó Papa Francisco— el gran misterio de este amor dirigiendo la mirada a Jesús crucificado. Mientras está por morir inocente por nosotros pecadores, Él suplica al padre: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’. Es en la cruz que Jesús presenta a la misericordia del Padre el pecado del mundo: ¡el pecado de todos! Mis pecados, tus pecados, los pecados. Es ahí, en la cruz, que Él los presenta. Y con ella todos nuestros pecados son borrados. Nada ni nadie queda excluido de esta oración sacrificial de Jesús. Esto significa que no debemos temer en reconocernos y confesarnos pecadores. Pero, cuantas veces nosotros decimos: “Este es un pecador, este ha hecho esto, aquello…” y juzgamos a los demás. ¿Y tú? Cada uno de nosotros debería preguntarse: “si este es un pecador. ¿Y yo?”. Todos somos pecadores, pero todos somos perdonados: todos tenemos la posibilidad de recibir este perdón que es la misericordia de Dios. No debemos temer, pues, de reconocernos pecadores, confesarnos pecadores, porque todo pecado ha sido llevado por el Hijo en la cruz. Y cuando nosotros lo confesamos arrepentidos confiando en Él, estamos seguros de ser perdonados. ¡El sacramento de la Reconciliación hace actual para cada uno la fuerza del perdón que brota de la Cruz y renueva en nuestra vida la gracia de la misericordia que Jesús nos ha traído! No debemos temer nuestras miserias: no debemos temer a nuestras miserias. Cada uno de nosotros tiene las suyas. La potencia del amor del Crucificado no conoce obstáculos y no se acaba jamás. Y esta misericordia borra nuestras miserias».
En Este Año Jubilar, concluyó el Papa, «pidamos a Dios la gracia de hacer experiencia de la potencia del Evangelio: Evangelio de la misericordia que transforma, que hace entrar en el corazón de Dios, que nos hace capaces de perdonar y ver al mundo con más bondad. Si acogemos el Evangelio del Crucificado Resucitado, toda nuestra vida es plasmada por la fuerza de su amor que renueva. ¡Gracias!».
Al margen de la Audiencia, el Papa bendijo a Lizzi Myers, una niña de 6 años de edad de Ohío, que sufre el síndrome de Usher de tipo 2, una rara enfermedad que va degenerando progresivamente la vista y el oído. Su deseo de conocer al Papa se cumplió hoy.
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