"Han colocado enseguida al papa Francisco en el saco de los papas herejes"
(Domenico Sorrentino, obispo de Asís).- Estamos en plena "post-modernidad". A nuestras espaldas los grandes sistemas. En los escaparates del mercado global, opiniones infinitas, pero solo opiniones. Es el tiempo del "a mi medida". Sucede también con la religión.
La última declinación de esta psicología se refiere al Papa. Sí, precisamente al papa Francisco. Aunque no en el banco de los imputados, también él ha acabado en el banco de los opinionistas. Le examinan y califican: y no todo son buenas notas. Era de esperarse, después del primer baño de multitudes y de consensos.
Paso por alto el hecho de que, desde los primeros compases del pontificado, al escucharlo reivindicar en tonos vibrantes la causa de los pobres - en realidad en el surco de la más clásica doctrina social de la Iglesia - se han alzado lobbies de la finanza mundial torciendo la nariz, y... los periódicos. Con todo el respeto, semejante reacción acaba por ser casi una garantía de la bondad evangélica del producto.
No sorprende además - habría sorprendido lo contrario - que algunos grupos católicos ultrancistas, militantes del anti-Vaticano II, hayan colocado enseguida al papa Francisco en el saco de los papas herejes. Más aún, de los "antipapas", en óptima compañía por otro lado de papas que ya honramos como beatos, ¡y uno, Juan Pablo II, santo! Con buena paz de todos.
La última novedad viene, sorprendentemente, de los periodistas católicos, algunos de los cuales beneméritos de testimonio cristiano, que se sienten en el deber de tomar distancias con el papa Francisco. Hacen de ello una cuestión de conciencia, y esta, se sabe, es siempre respetable. Pero no por esto es la verdad.
Estos siguen haciendo profesión de fe incluso acogiendo el Concilio y los papas del post Concilio. Pero hasta Benedicto XVI. Francisco - argumentan - con sus medias palabras y (presuntas) estrategias casi subliminales de renovación (véase sínodo de la familia, etc.)estaría llevando a la Iglesia a la confusión. Es hora por tanto de dar pábulo a la profecía para denunciar este peligro.
Y se propaga incluso la sospecha, con mal disimuladas ganas de exclusiva periodística, de que Francisco no sea el verdadero papa. El Papa Benedicto XVI estaría aún al timón de la Iglesia, aunque en "standby". Y esto sobre la base del título conservado por él de Papa emérito y la sospecha de que el cónclave que eligió al papa Bergoglio habría sido "irregular".
Que semejante tesis tan desestabilizante no tiene fundamento, no es algo difícil de probar por cualquier buen canonista. Más que nada, en lo que respecta a la elección, la sospecha está "en el aire", fruto de conjeturas periodísticas sobre un hecho, el conclave, sobre el que las severísimas normas de secreto impiden hacer comprobaciones.
La tesis - o la hipótesis insinuada como verosímil - está expuesta con el arte del periodismo consumado, y con un cierto pathos de héroes de la verdad pura y dura, con el evidente intento de suscitar el rechazo del papa Francisco (o al menos la perplejidad hacia él). Todo ello motivado también por los presuntos límites del magisterio del actual Pontífice, puestos en contraste con las bondades del Papa emérito. Ambos - se dice - están en contradicción.
Nosotros que amamos a ambos, de contradicciones, en sustancia, no vemos ni una huella (aunque los estilos de ambos papas, es verdad, no podrían ser más distintos). Quien sigue atentamente, no a trancas y barrancas, el magisterio del papa Francisco, y conoce mínimamente su temple evangélico, encuentra de verdad increíble que se le acuse de hacerse una platea de fans diciendo cosas que todos quieren oír. Es exactamente al contrario.
Recuerdo la bofetada saludable que nos dio en la visita a Asís: nos dijo no lo que queríamos oír, ¡sino cosas que ponen en crisis! Si acaso, se hace acoger por la sencillez y la amabilidad con las que las dice, también las más difíciles de creer y de practicar. Adopta, sí, expresiones cautivadoras, que se concentran en el anuncio de la misericordia de Dios. Pero es puro Evangelio.
Atendiendo al conjunto del magisterio producido hasta ahora, no se olvida nada de lo que constituye la verdad que no cambia y los deberes irrenunciables de una buena conciencia. Que si después, en el mercado de la religión "a mi medida", hay quien toma solo lo que le interesa, se puede, y se debe, deplorar. Pero es difícil que tenga títulos para hacerlo quien, en nombre de la profecía, practica el "a mi medida" incluso eligiéndose al Papa.
Por mons. Domenico Sorrentino, Obispo de Asís (Italia)
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