Para los musulmanes, la muerte no es el final, sino el inicio de una nueva vida. Se concibe como un paso hacia el encuentro con Al-lah y el juicio final. Por eso, se vive con solemnidad, pero también con esperanza.
El momento de la muerte es sagrado y está rodeado de rituales que expresan respeto y fe. Cuando un musulmán muere, se le realiza el ghusl (lavado ritual) con cuidado y dignidad. Se le envuelve en una sábana blanca y se le entierra lo antes posible, sin ataúd si la ley lo permite.
El cuerpo debe regresar a la tierra, sin adornos ni ostentación. La humildad acompaña también al final. El salat yanazah (oración fúnebre) se realiza en comunidad, sin prosternaciones. Es una súplica colectiva por el alma del difunto. Los familiares reciben consuelo, pero también recordatorios sobre la brevedad de la vida. La muerte es vista como una lección para los vivos.
La fe musulmana enseña que los actos, la intención y la misericordia de Al-lah determinarán el destino eterno. El paraíso es la meta, y el infierno una advertencia. Pero siempre hay lugar para el perdón divino, incluso para los grandes pecados.
Esa esperanza sostiene a los creyentes frente al dolor de la pérdida. Hablar de la muerte con serenidad y fe permite vivir con mayor conciencia.
En el islam, prepararse para la muerte no es obsesión, sino sabiduría. Tal vez sea momento de recuperar esa visión que nos reconecta con lo esencial y nos enseña a vivir con un propósito.
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