Mons. Castagna: 'El gran mal de este tiempo es haber perdido la conciencia del pecado'

Mons. Castagna: 'El gran mal de este tiempo es haber perdido la conciencia del pecado'

"La sanación de esas heridas profundas no se resuelve con la sola utilización de procedimientos psicológicos; necesita el perdón de Dios", recordó el arzobispo emérito de Corrientes.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, afirmó que “la propensión de echar al olvido la existencia del mal y del pecado es una característica ‘cultural’ de nuestra mal entendida modernidad”.

“El gran mal de nuestro tiempo es haber perdido la conciencia de pecado”, advirtió en su sugerencia para la homilía dominical.

“Se busca resolver esa causa, de manera definitiva, mediante las ciencias que, aunque son útiles, resultan insuficientes”, agregó.

El prelado recordó que “la sanación de esas heridas profundas no se resuelve con la sola utilización de procedimientos psicológicos; necesita el perdón de Dios”. 

“Jesús sana las enfermedades y perdona los pecados. Es más ‘perdonador’ que ‘sanador’. Ya que su misión, según sus propias palabras, no es juzgar ni condenar, sino salvar”, subrayó.

 

 

“La salvación es el perdón de los pecados que únicamente Dios puede otorgar. Lo hace mediante su Hijo divino encarnado”, recordó finalmente el arquidiocesano emérito.

Texto de la sugerencia

1. Ni a su Hijo respetaron. Dios tiene derecho a reclamar, de los hombres, el estado de la administración de la viña; al intentar hacerlo recibe una respuesta monstruosa. Los que debieron hacerse cargo del florecimiento de la viña se convirtieron en depredadores y asesinos. Los enviados son golpeados y muertos. Termina enviándoles a su propio hijo, pensando que lo respetarían, y, no obstante, la furia asesina se ensaña especialmente con el hijo del dueño de la vid, “¿Qué les parece que hará con aquellos viñaderos?” (Mateo 21, 40) Es impresionante el realismo y actualidad de la parábola. Una simbólica placa fotográfica de lo que hoy ocurre. Muchas personas, entre nosotros, o cercanas a nosotros, hacen de sus vidas viñas descuidadas, como si no tuvieran que rendir cuentas a su auténtico Dueño. Lo vemos a diario, con el tupé de reclamar derechos absolutos y malgastar su tiempo en una ilegítima apropiación. Es oportuno recordar la fundamentación para legislar sobre el aborto y la eutanasia. 

2.- Libertad y responsabilidad. Mientras se respete la autoridad de Dios sobre su creación. Incluido el hombre, el desarrollo de la historia será armonioso y orientado por la Verdad a toda su verdad. Un verdadero desafío para quienes constituyen la “síntesis del universo” (Gaudium et Spes. No. 14). El pecado del mundo consiste en el mal uso de la libertad, que involucra a las personas que irresponsablemente abusan del precioso don recibido.  Con la excusa de ser libres actúan sin normas, e imponen sus propios códigos, contrariando las Leyes divinas. Un mundo sin ley es un mundo a la deriva. Cuando advertimos nuestra incapacidad para responder a las cuestiones existenciales más cruciales, es entonces cuando nos asaltan la incertidumbre y un aparente “sin sentido” que dominan la vida contemporánea. No podemos mantener por mucho tiempo en silencio las inquietudes del corazón, como le ocurrió a San Agustín en la búsqueda dramática de la verdad.  Para el santo Obispo de Hipona, la Verdad, finalmente hallada, no es una conclusión filosófica sino el Dios personal, menos aún la satisfacción que proporciona el amor humano, encerrado en sus límites. Sólo Dios hace que trascendamos las propias debilidades hasta descansar en Él. 

3.- El mundo necesita a Dios. El mundo, sumergido en su inconsciencia, necesita a Dios. Su historia es una búsqueda de la felicidad; es Dios el único que puede satisfacer su hambre de Verdad y de Vida. Cristo se constituye en el Camino y, al mismo tiempo en la Verdad y en la Vida, a las que está destinado el hombre.  Ese llamado, que es la principal vocación de toda persona humana, se inicia con la creación. La puesta en la existencia del hombre, significa una vocación a la comunión con si Creador y con todos los seres personales. El amor del que Dios es fuente inagotable, encontrará en Cristo el modelo a imitar: “Este es mi mandamiento. Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. (Juan 15, 12) Las energías humanas no alcanzan para superar los conflictos espirituales que acosan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Dios viene a nuestro auxilio en su Hijo encarnado, y mediante su dramática muerte en la Cruz. De allí procede la gracia que capacita para resolver tales conflictos, en su verdadera causa: el pecado. La propensión de echar al olvido la existencia del mal y del pecado, es una característica “cultural” de nuestra mal entendida modernidad.

4.- La curación de las heridas y el perdón. El gran mal de nuestro tiempo es haber perdido la conciencia de pecado. Se busca resolver esa causa, de manera definitiva, mediante las ciencias, aunque útiles, insuficientes. La sanación de esas profundas heridas no se resuelve con la sola utilización de procedimientos psicológicos. Necesita el perdón de Dios. Jesús sana las enfermedades y perdona los pecados. Es más “perdonador” que “sanador”. Ya que su misión, según sus propias palabras, no es juzgar ni condenar sino salvar. La salvación es el perdón de los pecados que únicamente Dios puede otorgar. Lo hace mediante su Hijo divino encarnado: “Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados - dijo al paralítico - levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó y se fue a su casa.” (Mateo 9, 6-7).

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