"En la doctrina apostólica, no aparece otra alternativa que 'vencer el mal con el bien'; es decir, 'el odio con el amor'", sostuvo el arzobispo emérito de Corrientes en sus sugerencias semanales.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, recordó que “no existe otro antídoto contra el odio -manifestado en todo tipo de enemistad y, particularmente, en la guerra y el terrorismo- que el amor”.
“No están mal los intentos diplomáticos y los gestos de buena voluntad, pero no resuelven el problema de fondo”, reconoció en sus sugerencias para la homilía dominical.
“En la doctrina apostólica, no aparece otra alternativa que ‘vencer el mal con el bien’, es decir ‘el odio con el amor’”, sostuvo, y lamentó que, “para un amplio sector de la sociedad, tal propuesta constituye un imposible”.
“En Cristo, Dios hace posible lo ‘imposible’. La fe se hace cargo de la dolorosa lucha que incluye. Estamos sumergidos en ella, y es la gracia la que nos otorga la posibilidad de salir vencedores”, concluyó.
Texto de las sugerencias
1.- El amor, perfección del hombre. La pregunta de aquel maestro de la Ley se refiere al meollo de la divina Revelación. Sin la práctica de este principal Mandamiento no se logra la perfección a la que toda persona está destinada. Sin amor el ser humano no tiene vida, es un verdadero cadáver. Jesús responde a aquel tramposo maestro fariseo como un niño de la catequesis. Es tan simple y obvio que una explicación dialécticamente muy elaborada escaparía a su recto conocimiento. El primer Mandamiento, y el segundo “semejante al primero”, debe ser observado sobre toda otra preceptiva humana. Nuestra perfección humana se logra amando a Dios: “amarás a tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu”. (Mateo 22, 37) Los grandes conflictos morales y espirituales no se resuelven sin observar este Mandamiento. Los pecados no tienen, para dejar de repetirse, otra opción que los contradiga, que el amor a Dios. Grandes convertidos como San Agustín pasaron del pecado a la gracia al decidir amar a Dios.
2.- El mandamiento “nuevo” del amor. Toda ley pierde valor y perspectiva si no está inspirada por el primer mandamiento. Ante la presencia de la violencia y del odio, en sus diversas manifestaciones, no alcanzan las fuerzas morales disponibles, para hacerse cargo de su eliminación, tampoco la imposición de una disciplina legal sin misericordia. El mundo necesita ser reconstruido desde sus cimientos, sobre el mandamiento del amor. La delincuencia y la guerra, constituyen una tragedia para la humanidad. Consiste en la negación de su naturaleza, creada y redimida por amor. En consecuencia, el mundo recibe un ultimátum imparable cuando rechaza a Cristo Redentor y la instauración de su mandamiento “nuevo” del amor: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”. (Juan 13, 34). El mandamiento ya existente, sin mitigar su original versión, recibe de Cristo una nueva formulación. Jesús lleva a la perfección la Ley de la antigua Alianza y se ofrece como modelo de su cumplimiento. En otro momento, es al Padre a quien propone como modelo. Siempre San Juan, el evangelista “teólogo”, manifiesta su conocimiento del Misterio divino al formular definiciones de extraordinaria claridad.
3.- La perfección de Dios es el Amor. Jesús vino a recuperar la posibilidad de perfección, que la humanidad había perdido a causa del pecado. Vencedor “del pecado y de la muerte”, hace partícipes a sus creyentes de su victoria. Entre las pistas que deja abiertas, a quienes se dejan orientar por Él, una de ellas es significativa: “Por lo tanto sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”. (Mateo 5, 48) La perfección del Padre consiste, precisamente, en el amor. A medida que se avanza en el amor a Dios, y a los semejantes, se progresa en la perfección. Se produce una cierta deificación que, a semejanza de Jesús, convierte al hombre en hijo de Dios. Guiados por el magisterio de San Juan, logramos una conmovedora definición de Dios: “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. (1 Juan 4, 7-8) Si Dios es amor, su perfección es el amor. Creado a su imagen y semejanza, el hombre alcanza su perfección en el amor, y todo lo que contradice al amor es negación de esa semejanza. Sus consecuencias se expresan en la violencia, y su causa: el odio.
4.- El antídoto del odio es el amor. No existe otro antídoto contra el odio - manifestado en todo tipo de enemistad y, particularmente, en la guerra y el terrorismo - que el amor. No están mal los intentos diplomáticos y los gestos de buena voluntad, pero, no resuelven el problema de fondo. En la doctrina apostólica no aparece otra alternativa que “vencer el mal con el bien”, es decir “el odio con el amor”. Para un amplio sector de la sociedad tal propuesta constituye un imposible. En Cristo, Dios hace posible lo “imposible”. La fe se hace cargo de la dolorosa lucha que incluye. Estamos sumergidos en ella, y es la gracia la que nos otorga la posibilidad de salir vencedores.
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