Con la carta apostólica Trazando nuevos mapas de esperanza, León XIV actualiza la declaración conciliar Gravissimum educationis y actualiza la visión sobre el mundo de la educación católica. Lea aquí las 10 frases más importantes para entender este nuevo documento pontificio.
Por Victoria Cardiel
La educación católica no puede permanecer en silencio: debe unir la justicia social y la justicia ambiental, promover la sobriedad y estilos de vida sostenibles, formar conciencias capaces de elegir no solo lo conveniente, sino también lo correcto.
Cuando las comunidades educativas se dejan guiar por la palabra de Cristo, no retroceden, sino que se renuevan; no levantan muros, sino que construyen puentes. Responden con creatividad, abriendo nuevas posibilidades para la transmisión de conocimiento y significado en escuelas, universidades, formación profesional y cívica, en la pastoral escolar y juvenil, y en la investigación, porque el Evangelio no envejece
Ante los millones de niños en el mundo que aún no tienen acceso a la educación primaria, ¿cómo podemos dejar de actuar? Ante las dramáticas situaciones de emergencia educativa causadas por las guerras, la migración, las desigualdades y las diversas formas de pobreza, ¿cómo podemos no sentir la urgencia de renovar nuestro compromiso?
La gratuidad evangélica no es retórica: es un estilo de relación, un método y un objetivo. Allí donde el acceso a la educación sigue siendo un privilegio, la Iglesia debe abrir puertas e inventar caminos, porque «perder a los pobres» equivale a perder la escuela misma.
Las universidades y escuelas católicas son lugares donde las preguntas no se silencian, y la duda no se destierra, sino que se acompaña. Allí, el corazón dialoga con el corazón, y el método es el de la escucha, que reconoce al otro como un bien, no como una amenaza.
La educación no mide su valor únicamente en función de la eficiencia: lo mide en función de la dignidad, la justicia y la capacidad de servir al bien común.
Cualquier reducción de la educación a un entrenamiento funcional o a una herramienta económica: una persona no es un ‘perfil de habilidades’, no se reduce a un algoritmo predecible, sino a un rostro, una historia, una vocación.
La educación católica tiene la tarea de reconstruir la confianza en un mundo marcado por los conflictos y los temores, recordando que somos hijos y no huérfanos: de esta conciencia nace la fraternidad.
Desarmen las palabras, eleven la mirada, custodien el corazón. Desarmen las palabras, porque la educación no avanza con la polémica, sino con la mansedumbre que escucha.
Las universidades católicas tienen una tarea decisiva: ofrecer diaconía de la cultura, menos cátedras y más mesas donde sentarse juntos, sin jerarquías innecesarias, para tocar las heridas de la historia y buscar, en el Espíritu, sabidurías que nazcan de la vida de los pueblos.

Comentá la nota