Javier Echevarría: pastor con olor a oveja

Javier Echevarría: pastor con olor a oveja

Por Victor Urrestarazu, vicario regional del Opus Dei para Argentina, Paraguay y Bolivia.

"Padre, estoy contento de estar aquí en Roma, porque estando con personas de todo el mundo y cerca del Papa, uno amplía la mente". "Víctor, las cosas que verás si somos fieles". En estos días, esas palabras de monseñor Javier Echeverría, obispo prelado del Opus Dei, colaborador de san Josemaría por más de 25 años y luego su segundo sucesor, me han estado dando vueltas en la cabeza y en el corazón.

A las 17.10 de Argentina, el pasado lunes 12, fiesta de la Virgen de Guadalupe, el Señor se lo llevó al Cielo. En estos momentos de dolor, me surge del alma un gran "gracias" por la vida de este hijo de la Iglesia y de san Josemaría. Siempre fiel al espíritu que recibió, nos impulsó a mirar al futuro con magnanimidad y optimismo, con espíritu de servicio y generosidad. Recibí de sus manos la ordenación sacerdotal y un consejo que surgía de su propia experiencia: "Que estés siempre muy cerca de la gente". Así estuvo él, cerca de tantas personas en todo el mundo, con sus incontables viajes, sus cartas, sus audios, sus videos, abierto a todo lo nuevo que le ayudara a estar cerca de la gente, para acercar a todos a Dios. Nos ha dejado para estar ahora con nosotros de una manera nueva.

En su última carta pastoral, además de agradecer la audiencia que le había concedido el papa Francisco el 7 de noviembre y pedir oraciones por su persona e intenciones, nos invitaba —con su habitual estilo concreto y positivo— a tratar a Dios con sosiego para compartir la paz con nuestros seres queridos: "Si logramos mantener esa calma en la relación con el Señor, la ofreceremos también a los demás: la convivencia más estrecha en los días de Navidad nos apartará de discusiones, enfados, impaciencias o ligerezas, y gustaremos de descansar y rezar juntos, de alimentar buenos ratos en familia, de limar prejuicios o rencorcillos que quizá quedaron en el alma".

Ese ida y vuelta entre Dios y los demás es una luz clara de su legado. Para servir a Dios, verlo en las personas que te rodean; para servir a las personas que te rodean, tratar a Dios, ser su amigo, contar con Él. Por eso, no es de extrañar que termine su carta con una exhortación: "No dejéis de acordaros en estos días de la gente sola o que pasa necesidades, y a quienes podemos ayudar de un modo u otro, conscientes de que los primeros beneficiados somos nosotros mismos. Procurad contagiar esta solicitud tan cristiana a parientes, amigos, vecinos, colegas: qué detalle tan cristiano, entre tantos, el de algunos fieles de la Obra que durante algunas noches van a ofrecer algo de comer y de beber a personas sin hogar".

El Padre, como lo llamamos durante todos estos años, destacó por su esfuerzo en el trabajo —se comprueba en sus servicios a la Santa Sede, publicaciones, proyectos, viajes, nuevos emprendimientos— y por su buen humor constante: sabía detener una explicación para contar un chiste, tomarle el pelo con gracia a uno que como él había perdido el pelo, hacer comentarios ocurrentes, provocar simpáticamente para animar a las personas a salir adelante. Hacía que la unión con Dios fuera de carne y hueso, real, cotidiana, cercana, posible. Cuando le confesé que sentía que el encargo de vicario regional me superaba, me contestó: "Y a mí me supera ser prelado, pero los dos tenemos la gracia de Dios, y además tú tienes toda nuestra ayuda".

Monseñor Fernando Ocáriz ha relatado que en sus últimos momentos "rezaba a la Virgen de Guadalupe. Quienes lo acompañaban, le preguntaron: '¿Quiere que pongamos la imagen de la Virgen de Guadalupe a la vista?' Y él respondió: 'No hace falta, aunque no vea el cuadro, la siento conmigo'". Hoy lo sentimos al padre Javier junto a nosotros.

Luego de telefonear a Villa Tevere, la casa central del Opus Dei en Roma, para expresar su cariño, el Papa mandó un telegrama oficial, en el que señaló: "A ejemplo de san Josemaría Escrivá y del beato Álvaro del Portillo, a quienes sucedió al frente de toda esa familia, entregó su vida en un constante servicio de amor a la Iglesia y a las almas". He puesto sobre mi escritorio una foto en la que se lo ve caminando por una casa en Argentina junto a san Josemaría y al beato Álvaro. Me la dedicó el 13 de junio de 1997 con la siguiente inscripción: "Id siempre con Dios, de la mano de nuestro Padre [san Josemaría]". Interiormente ahora agrego, "de la mano de los tres".

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