Una invitación a no dividir el mundo en «buenos» y «malos»

Una invitación a no dividir el mundo en «buenos» y «malos»

Fue la parte mas innovadora del importante discurso de Papa Francisco al Congreso: frente al fundamentalismo religioso y a los conflictos no hay que caer en el «reduccionismo» que solo ve «bien y mal». Y no hay que imitar «el odio y la violencia de los tiranos y de los asesinos»

Por ANDREA TORNIELLI (WASHINGTON)

Fue la parte más innovadora del importante discurso de Papa Francisco al Congreso de Estados Unidos. Se esperaba que Bergoglio hablara sobre la inmigración, sumando a los temas «pro-life» (incluidos en el discurso) los de la pobreza y de la necesidad de una política que no se someta a la economía y a las finanzas. Pero no se podía prever que invitara de manera tan precisa a no caer en la tentación de la simplificación, cifra característica de buena parte de la política y de la información contemporánea. La simplificación que divide con mucha facilidad el mundo en «buenos» y «malos», justos y pecadores. Una simplificación muy útil cuando hay que justificar guerras e intervenciones armadas, porque se sirve de la demonización del adversario.

Francisco no ocultó la amenaza del fundamentalismo religioso, citando sus «brutales atrocidades». Pero añadió que hay que tener cuidado al «reduccionismo simplista». «El mundo contemporáneo con sus heridas, que sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a afrontar todas las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos. Sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando el enemigo interior -añadió. Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar. A eso este pueblo dice: No». 

Cómo dejar de pensar en muchos tiranos, primero aliados y socios comerciales, y hoy convertidos en «satanás», en el «mal absoluto», con campañas que saben a propaganda para justificar la guerra del momento. Cómo no recordar el financiamiento a los guerrilleros afganos para contrarrestar a los soviéticos y después el surgimiento de Al Qaeda. O los financiamientos, más o menos ocultos, a grupos de rebeldes para derrocar a Assad en Siria, que, en realidad, han tenido un papel en el nacimiento del llamado Estado Islámico. O todas esas guerras olvidadas en África, y el negocio de las grandes empresas occidentales que alimentan a las facciones en lucha.

El Papa llama al pueblo americano, a los padres fundadores, a los grandes valores que forjaron el país: «A eso este pueblo dice: No». En lugar de declarar la guerra hoy a los aliados (más o menos) de ayer, o de «demonizar» a líderes considerados socios confiables o útiles hasta poco tiempo antes, hay que analizar las causas de los conflictos. Para resolver las crisis «económicas y geopolíticas de hoy» hay que «devolver la paz, corregir las injusticias, mantener la fe en los compromisos, promoviendo así la recuperación de las personas y de los pueblos. Ir hacia delante juntos, en un renovado espíritu de fraternidad y solidaridad, cooperando con entusiasmo al bien común». 

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