Iglesia y cuestión social

Iglesia y cuestión social

De la Teología de la liberación a la contraofensiva, un recorrido por la posición de la iglesia católica frente a la pobreza y la desigualdad.

Por Diego Rubinzal

“Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”. Obispo Helder Cámara.

 

El Papa Benedicto XVI, Joseph Aloisius Ratzinger, falleció el último día del 2022. El alemán fue jefe del Estado de vaticano entre el 2005 y el 2013. Antes de eso, el cardenal Ratzinger fue un duro combatiente de la linea pastoral auspiciada por la Teología de la Liberación Latinoamericana, corriente teológica con lazos comunes entre la doctrina cristiana y socialista que interpreta al Evangelio desde la perspectiva de los explotados.

A finales del siglo XIX, la Iglesia Católica fijó una respuesta a la “cuestión social” anclada en la doctrina de la Iglesia. El origen de ese corpus ideológico se remonta a la Encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII del año 1891. Ese documento formuló una fuerte crítica a los excesos tanto del capitalismo como del socialismo.

“Rerum Novarum pretende ser una guía de acción para contrarrestar los perturbadores idearios socialistas y anarquistas entre los obreros, y promover la intervención del Estado a través de la legislación social. Desde una posición tercerista, planteaba las ventajas de un corporativismo católico”, plantea la licenciada Laura Ribeiro en su tesis “Los intereses mancomunados del catolicismo y el Trabajo Social en los orígenes de la profesión”. Esa tercera posición, distante del liberalismo y del marxismo, fue reforzada por la encíclica Quadragesimo Anno de Pio XI del 1931 que, además, resaltó el carácter social de la propiedad.

Sin perjuicio de eso, “la encíclica trata de manera diferencial a la economía capitalista y al socialismo, en tanto que, mientras que la primera no es condenable por sí misma, sino sólo en el caso donde el capital abusa de los obreros, el segundo es atacado en todos sus frentes, principalmente por el argumento de que persigue la encarnizada lucha de clases y la abolición de la propiedad privada”, explica Manuel Mallardi en el artículo “La cuestión social en el pensamiento católico: revisión de cien años de encíclicas papales (1891-1991)” publicado en Revista de Trabajo Social – FCH – Uncpba.

El Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II profundizó los tibios cuestionamientos eclesiásticos al sistema capitalista. El 28 de octubre de 1958, el cardenal italiano Ángelo Roncalli fue elegido como nuevo Pontífice. Unos meses más tarde, Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II para reformar la Iglesia “hacia adentro y hacia fuera”, invitó a abrir las ventanas “para que ingresen nuevos aires” y reclamó un mayor compromiso político-social de los cristianos.

En esa línea, Juan XXIII manifestó que “frente a los países subdesarrollados, es decir, frente a la pobreza en el mundo, la Iglesia es y quiere ser una realidad germinal y un proyecto, la Iglesia de todos y, particularmente, la Iglesia de los pobres”. Esa visión tuvo su reflejo en sucesivas encíclicas que denuncian el enriquecimiento, el consumismo y la explotación social.

El sucesor de Juan XXIII, Paulo VI (1963-1978), continuó transitando por ese sendero renovador. En 1967, la Encíclica Populorum progressio advirtió que “cuando en poblaciones enteras falta lo necesario, es grande la tentación de rechazar con la violencia tan graves injurias contra la dignidad humana”.

En agosto de ese año, dieciocho obispos del Tercer Mundo -entre los que sobresale el brasileño Helder Cámera- difunden el “Mensaje a los pueblos del Tercer Mundo”. El manifiesto pastoral plantea que “los cristianos tienen el deber de mostrar que el verdadero socialismo es el cristianismo integralmente vivido en el justo reparto de los bienes y la igualdad fundamental de todos. Lejos de contrariarse con él, sepamos adherirlo con alegría, como una forma de vida social mejor adaptada a nuestro tiempo y más conforme con el espíritu del Evangelio. Así evitaremos que algunos confundan a Dios y la religión con los opresores del mundo de los pobres y de los trabajadores, que son, en efecto, el feudalismo, el capitalismo y el imperialismo”.

En 1968, la Conferencia General del Episcopado latinoamericano (Celam) sesiona en la ciudad de Medellín con la presencia de 120 obispos. En ese encuentro, los obispos bendicen la violencia de los pobres porque “no se trata de violencia sino de justicia". Desde ese momento, las comunidades eclesiales de base se multiplican en todo el territorio latinoamericano. Los curas obreros, campesinos, villeros cumplen un rol muy importante en esa etapa revulsiva de la Iglesia Católica.

Estos vientos de cambio alertaron a la dirigencia política estadounidense. El entonces gobernador neoyorkino Nelson Rockefeller advirtió que las conclusiones del Celam suponían un riesgo para los intereses de los Estados Unidos. El influyente dirigente republicano agregaba que había que evitar que el programa de Medellín fuera llevado a la práctica. En 1970, se divulga un documento de la CIA que expone como atacar a esta nueva Iglesia mostrando a los sacerdotes como sometidos al comunismo.

La contraofensiva conservadora

La publicación del libro “Teología de la liberación” en 1971 del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez tuvo efectos revulsivos en el catolicismo latinoamericano. El texto pasó a ser una referencia ineludible para sacerdotes y laicos que reclamaban un compromiso “en el proceso histórico de liberación de los oprimidos”.

El conservadurismo católico observó con alarma esa línea argumentativa. En 1972, la contraofensiva conservadora fue apuntalada con la designación como Secretario General del Celam del “recién ordenado obispo Alfonso López Trujillo, con el expreso encargo de limpiar los Institutos del Celam de teólogos y funcionarios adscritos a la Teología de la Liberación o simpatizantes de ella”, como explica el sacerdote chileno Sergio Silva en su artículo “La Teología de la Liberación” .

Por su parte, Ratzinger comandó la ofensiva desde el Vaticano como Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe a partir de 1981. “A finales de la década de 1970, Ratzinger había rechazado incluso el tibio liberalismo de sus días de juventud, y fue ese giro el que lo llevó a colaborar con el cardenal de origen polaco Karol Wojtyla, más tarde Juan Pablo II. El núcleo del mandato de Juan Pablo II en Roma fue una campaña sostenida para acabar con el vaciamiento del Vaticano II y consolidar el control conservador sobre la Iglesia mundial. Su nombramiento como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe convirtió a Ratzinger en el principal cazador de herejías de Juan Pablo II, lo que le granjeó la reputación de Rottweiler de Dios por su papel en una serie de brutales purgas, incluso de sus antiguos amigos íntimos de Alemania”, explica el historiador Brian Kelly en su artículo “Benedicto XXI: Ninguna lágrima para el Rottweiler de Dios.

Ratzinger publicó su Instrucción sobre ciertos aspectos de la Teología de la Liberación en 1984. En ese texto, aclaró que las referencias bíblicas a los pobres se referían a la pobreza de espíritu y no a las desigualdades materiales. Ratzinger también emplazó a los sacerdotes Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff para que aclararan algunos de sus escritos. Finalmente, Boff fue condenado a permanecer en silencio durante un año por considerar herética su obra “Iglesia, carisma y poder”. Leonardo Boff abandonó los hábitos en 1992 mientras que, como ya se conoce, Ratzinger fue elegido Pontífice en 2005.

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