«Frente al dolor, no a la indiferencia del ‘zapping’»

«Frente al dolor, no a la indiferencia del ‘zapping’»

El Papa en la escuela Don Bosco en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, se reúne con los sacerdotes y religiosos y habla de quien, ante el sufrimiento ajeno, “Pasa y pasa, pero nada queda”; por el contrario, se necesita “compasión”, solidarizarse con el otro

Por DOMENICO AGASSO JR

“Pasar, Cállate, ¡Ánimo, levántate!”. Son las tres posibles respuestas al sufrimiento ajeno indicadas por Papa Francisco en el encuentro con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en el Coliseo Don Bosco de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia. El Pontífice, en esta etapa de la visita apostólica en América Latina, lanzó un fuerte “no” a la “indiferencia del «zapping»”, de quien “pasa y pasa, pero nada queda”.

“Me alegra tener este encuentro con ustedes -comenzó Papa Francisco-, para compartir la alegría que llena el corazón y la vida entera de los discípulos misioneros de Jesús. Así lo han manifestado las palabras de saludo de Mons. Roberto Bordi, y los testimonios del Padre Miguel, de la hermana Gabriela, y del seminarista Damián. Muchas gracias por compartir la propia experiencia vocacional. En el relato del Evangelio de Marcos hemos escuchado también la experiencia de Bartimeo, que se unió al grupo de los seguidores de Jesús. Fue un discípulo de última hora. Era el último viaje del Señor de Jericó a Jerusalén, adonde iba a ser entregado. Ciego y mendigo, Bartimeo estaba al borde del camino, marginado, y cuando se enteró del paso de Jesús, comenzó a gritar. En torno a Jesús iban los apóstoles, los discípulos, las mujeres que lo seguían habitualmente, con quienes recorrió durante su vida los caminos de Palestina para anunciar el Reino de Dios. Y una gran muchedumbre. Dos realidades aparecen con fuerza, se nos imponen. Por un lado, el grito de un mendigo y por otro, las distintas reacciones de los discípulos. Parece como que el evangelista nos quisiera mostrar, cuál es el tipo de eco que encuentra el grito de Bartimeo en la vida de la gente y de los seguidores de Jesús. Cómo reaccionan frente al dolor de aquél que está al borde del camino, de aquél que está sentado sobre su dolor. Tres son las respuestas frente a los gritos del ciego. Podríamos decirlo con las palabras del propio Evangelio: Pasar, ¡Cállate!, ¡Ánimo, levántate!”.

 La primera: “Pasar de largo y algunos quizás porque no escucharon. Pasar es el eco de la indiferencia, de pasar al lado de los problemas y que éstos no nos toquen. No los escuchamos, no los reconocemos. Es la tentación de naturalizar el dolor, de acostumbrarse a la injusticia. Nos decimos: es normal, siempre ha sido así. Es el eco que nace en un corazón blindado, cerrado, que ha perdido la capacidad de asombro y por lo tanto, la posibilidad de cambio. Se trata de un corazón, que se ha acostumbrado a pasar sin dejarse tocar; una existencia que, pasando de aquí para allá, no logra enraizarse en la vida de su pueblo. Podríamos llamarlo, la espiritualidad del zapping. Pasa y pasa, pero nada queda. Son quienes van atrás de la última novedad, del último best seller pero no logran tener contacto, relacionarse, involucrarse”. El Pontífice advirtió: “Ustedes me podrán decir: «Padre, pero estaban atentos a las palabras del Maestro. Lo estaban escuchando a él». Creo que eso es de lo más desafiante de la espiritualidad cristiana. Como el evangelista Juan nos lo recuerda, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Dividir esta unidad es una de las grandes tentaciones que nos acompañarán a lo largo de todo el camino. Y tenemos que ser conscientes de esto. De la misma forma que escuchamos a nuestro Padre es como escuchamos al Pueblo fiel de Dios”.

 Entonces, pasar fingiendo no sentir “el dolor de nuestra gente, sin enraizarnos en sus vidas, en su tierra, es como escuchar la Palabra de Dios sin dejar que eche raíces en nuestro interior y sea fecunda. Una planta, una historia sin raíces, es una vida seca”. 

La segunda actitud es “Cállate, no molestes, no disturbes. A diferencia de la actitud anterior, esta escucha reconoce, toma contacto con el grito del otro. Sabe que está y reacciona de una forma muy simple, reprendiendo”. Son, continuó el Papa, "los obispos, los curas, los Papas del dedo así. En Argentina decimos de las maestras del dedo así, esta es como la maestra del tiempo de Irigoyen, que estudiaban la disciplina muy dura. Y pobre pueblo fiel de Dios, cuántas veces es retado, pro el mal humor, por la situación personal de un seguidor o de una seguidora de Dios. Somos pastores, no capataces". Es el comportamiento de “quienes frente al pueblo de Dios, lo están continuamente reprendiendo, rezongando, mandándolo callar”. Esta es la tragedia de “la conciencia aislada, de aquellos que piensan que la vida de Jesús es solo para los que se creen aptos. Parecería lícito que encuentren espacio solamente los «autorizados», una «casta de diferentes» que poco a poco se separa, diferenciándose de su pueblo. Han hecho de la identidad una cuestión de superioridad”. Estas personas, denunció el Papa, “escuchan pero no oyen, ven pero no miran. La necesidad de diferenciarse les ha bloqueado el corazón. La necesidad de decirse: 'No soy como él, como ellos', los ha apartado no sólo del grito de su gente, ni de su llanto, sino especialmente de los motivos de alegría. Reír con los que ríen, llorar con los que lloran, he ahí, parte del misterio del corazón sacerdotal”.

 “Me permito una anécdota -contó Bergoglio-, que viví como en 1975, en tu diócesis. Yo le había hecho una promesa al Señor del Milagro de ira todos los años a Salta, si mandaba 40 novicios. Mandó 41. Después de una concelebración, yo salía hablando con un cura que me acompañaba, que estaba conmigo, y se acerca una señora ya a la salida, con unos santitos, señora muy sencilla, no sé sería de Salta o habría venido de no sé dónde, que a veces tardan días para llegar a la fiesta del Milagro. ‘Padre, ¿me lo bendice?’, le dice al cura que me acompañaba. ‘Señora, ¿usted estuvo en misa?’. ‘Sí, padre’. ‘Ahí, la bendición de Dios y la presencia de Dios bendice todo’. ‘Sí padrecito, sí padrecito’. En ese momento sale otro cura amigo de este y lo llama, y la señora, no sé cómo se llamaba, la señora sí padrecito me mira y me dice: ‘Padre, ¿me lo bendice usted? Los que siempre le ponen barreras al pueblo de Dios, los separan. Escuchan pero no oyen, les echan un sermón. Ven pero no miran".

 "A veces hay castas y nos separamos -indicó el Papa. En Ecuador me permití decirle a los curas que por favor también estaban las monjas, que por favor pidieran todos los días la gracia de la memoria, de no olvidarse de dónde te sacaron, te sacaron de detrás del rebaño, no te olvides nunca, no te la creas. No niegues tus raíces. No niegues esa cultura que aprendiste de tu gente. Porque ahora tenés una cultura más sofisticada, más importante. Hay sacerdotes que les da vergüenza hablar su lengua originaria y entonces se olvidan de su quéchua de su aymara de su guaraní, porque no, ahora hablo en fino. La gracia de no perder la memoria del pueblo fiel. Y es una gracia. El libro del Deuteronomio, cuántas vecesel Señor le dice a su pueblo no te olvides, no te olvides. Y Pablo a Timoteo le dice acuérdate de tu madre y de tu abuela". 

 

 Y el tercer eco es “¡Ánimo, levántate!”, que “no nace directamente del grito de Bartimeo, sino de mirar cómo Jesús actuó ante el clamor del ciego mendicante. Es un grito que se transforma en Palabra, en invitación, en cambio, en propuesta de novedad frente a nuestras formas de reaccionar ante el Santo Pueblo de Dios”. El Papa recordó que, “a diferencia de los otros, que pasaban, el Evangelio dice que Jesús se detuvo y preguntó qué estaba sucediendo. Se detiene frente al clamor de una persona. Sale del anonimato de la muchedumbre para identificarlo y de esta forma se compromete con él. Se enraíza en su vida. Y lejos de mandarlo callar, le pregunta: ¿Qué puedo hacer por vos?”. El Pontífice subrayó: “No existe una compasión que no se detenga, escuche y solidarice con el otro. La compasión no es zapping, no es silenciar el dolor, por el contrario, es la lógica propia del amor. Es la lógica que no se centra en el miedo sino en la libertad que nace de amar y pone el bien del otro por sobre todas las cosas. Es la lógica que nace de no tener miedo de acercarse al dolor de nuestra gente”. Y también indicó a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas que “Esta es la lógica del discipulado, esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros y en nosotros. De esto somos testigos. Un día Jesús nos vio al borde del camino, sentados sobre nuestros dolores, sobre nuestras miserias. No acalló nuestros gritos, por el contrario se detuvo, se acercó y nos preguntó qué podía hacer por nosotros. Y gracias a tantos testigos, que nos dijeron: «ánimo, levántate», paulatinamente fuimos tocando ese amor misericordioso, ese amor transformador, que nos permitió ver la luz”.

 Papa Francisco precisó que “no somos testigos de una ideología, de una receta, de una manera de hacer teología. Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús. Somos testigos de su actuar en la vida de nuestras comunidades”.Y esta es la “pedagogía del Maestro, esta es la pedagogía de Dios con su Pueblo. Pasar de la indiferencia del zapping al «¡Ánimo, levántate, el Maestro te llama!». No porque seamos especiales, no porque seamos mejores, no porque seamos funcionarios de Dios, sino tan solo porque somos testigos agradecidos de la misericordia que nos transforma”.  

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