Francisco dio su primer discurso en Estados Unidos ante una multitud; hubo un ambiente festivo con guardias de honor y bandas de música; fieles de todo el país viajaron a la capital para estar presentes
WASHINGTON.- Fue una fiesta; una síntesis perfecta de poder y belleza. Como nunca en los siete años de gobierno de Barack Obama, la ciudad se rindió y la Casa Blanca no sólo le abrió las puertas sino que puso a los pies de Francisco una plataforma sin igual para que su mensaje y su condición de líder espiritual que toca corazones resuenen tanto aquí como fronteras afuera.
"Quiero decirle que usualmente esto no está tan poblado", arrancó Obama, al subrayar lo extraordinario de la jornada. Salvo los 21 disparos de bienvenida, que se ahorraron para no causar un disgusto al Papa, que rechaza la pompa, no faltó nada.
No sólo la Casa Blanca fue suya sino que hasta usó uno de sus balcones para saludar con el brazo en alto, como un moderno Juan Perón, sólo que flanqueado por el presidente y la primera dama.
Hubo guardia de honor, bandas de música y 15.000 asistentes, que siguieron el primer discurso del Papa en los Estados Unidos desde las butacas blancas milimétricamente distribuidas sobre el cuidado verde de los jardines.
Una acogida con todo el poder estético pero sin boato; un escenario por el que, a los 78 años y afectado de ciática, Francisco exhibió su renguera y, para esa primera ocasión, un inglés cargado de acento.
Luego de los discursos, Obama y Francisco mantuvieron un encuentro a solas, en el Salón Oval. Duró 40 minutos, pero, por su carácter privado, el vocero Josh Earnest no quiso dar detalles.
"Lamento decepcionarlos", se excusó ante los periodistas. Es posible que en ella hayan avanzado en la alianza que exhiben en cuestiones como inmigración, cambio climático y desigualdad.
El tiempo que ambos pasaron juntos fue mayor. Pudo verse que Obama acompañó personalmente a Francisco en el largo recorrido entre el Jardín Sur y el Salón Oval, que se acopló con cuidado a su ritmo lento de caminata y que durante todo ese tiempo ambos conversaron primero solos y luego con asistente.
Todo acompañó. Bajo un brillante primer sol de otoño, la espectacular bienvenida se multiplicó en significados con sabor a futuro. A saber: el primer presidente negro que recibe al primer papa de la región; el más ilustre visitante de habla española en una tierra donde, pese a que es el idioma de 60 millones de sus habitantes, todavía es tenido como expresión de segunda.
Intuitivo, no hizo esperar ni un segundo más a los miles de personas que hicieron fila y soportaron hasta siete horas a la intemperie sólo para verlo pasar, cual exhalación, por apenas un par de segundos
Buena parte de ellos eran hispanos y, otros muchos, inmigrantes indocumentados, sólo parte de los once millones que, se estima, viven aquí a la sombra y con miedo.
"Como hijo de una familia de inmigrantes, quiero decir que estoy muy contento de estar en un país que, en buena medida, fue construido por ellos", arrancó Francisco.
Fueron sus primeras palabras en Estados Unidos y, con el retardo, apenas, que les demandó recorrer las ondas de radio y de Internet que las llevaron a los miles que esperaban afuera, las primeras en generar una ovación. "Viva el Papa", fue el grito que resonó en las veredas. Un grito en español, cargado de emoción y de esperanza.
Verlo pasar justificó todo. Hubo lágrimas, gritos de entusiasmo y certeza compartida de que ese instante no se olvidaría nunca. "Es un hombre bueno", decía uno. "Lo tengo grabado", decía otro. A esta altura, ya es una obviedad el protagonismo de los teléfonos móviles.
Entre todos, la heroína de la jornada fue una niña de cinco años, hija de padres indocumentados, que sorprendió a la custodia del servicio secreto cuando, a la hora del paseo en papamóvil, hizo detener el vehículo para entregarle su carta a Francisco.
"Tengo miedo, me gustaría que no me pasara nada y que a mis padres, tampoco", diría después, convertida en estrella de noticiero.
Por el rigor de la seguridad no existe, casi, posibilidad de acceder a los eventos programados del Papa sin contar con una entrada. La única excepción, ayer, fue el breve paseo de cuarto de hora que hizo en papamóvil cuando se trasladó desde la Casa Blanca hasta la iglesia de San Mateo, donde se reunió con los obispos.
Hubo esperas de hasta siete horas para acceder a un sitio tras las vallas de metal que cercaron la avenida. "No importa, venimos de Arizona, estamos acostumbrados a todo", dijo una familia de hispanos que compartió parte de esa vigilia con LA NACION. El acceso fue lento y a través de arcos de seguridad. Nadie llegó cerca del Papa sin ser revisado.
El ingreso a la Casa Blanca también arrancó a hora temprana. En la zona de invitados especiales estuvieron el vicepresidente, Joe Biden, y su mujer, casi todo el gabinete de Obama y una buena representación de legisladores. Entre ellos, el último ex candidato a la vicepresidencia de los republicanos, Paul Ryan. "El Papa es un hombre extraordinario", dijo, antes de pasar por el arco de seguridad.
Hubo, también, una orgullosa representación de argentinos. Algunos de ellos, acompañados por el embajador de los Estados Unidos en nuestro país, Noah Mamet, que viajó especialmente para seguir la agenda papal y la estuvo comentando activamente en las redes sociales.
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