Domingo de Ramos y la valentía del Papa Francisco

Domingo de Ramos y la valentía del Papa Francisco

“Agua en las cuerdas” de la misericordia

 

El 13 de marzo de 2013, el Papa Francisco fue elegido. La ceremonia del comienzo del ministerio tuvo lugar el 19 y el 24 pronunció la primera homilía en San Pedro. Era el Domingo de Ramos, jornada mundial de la juventud, caracterizada por la fiesta y la alegría. Este año será un día particular. La plaza de San Pedro estará vacía, pero no desierta. Estaremos juntos de una manera diferente pero igualmente intensa.

Las tres palabras de su primer sermón fueron: alegría, cruz, jóvenes. Fueron recibidas por todos con entusiasmo. Hermosas palabras, mensaje simple y atractivo con algunas alusiones al pueblo y a los pobres, un pastor aparentemente “tranquilo”.

Conocerlo a poco a poco ha sido una sorpresa para muchos. El primer papa que no participó en el Concilio, y que no habla sobre el Concilio, no habla del Concilio, sino que “habla el Concilio”, es decir promueve la verdadera fraternidad entre los hombres inaugurada por Jesucristo; la Iglesia “en salida”; la Iglesia del pueblo de Dios; la Iglesia pobre con los pobres. Y además la lucha en contra del clericalismo, de los privilegios, de la corrupción, del abuso infantil; y la reforma de la teología. De “tranquilo” a “incomodo” ha sido un abrir y cerrar de ojo.

Muy fuerte ha sido el “Documento sobre la fraternidad humana, por la paz mundial y la convivencia común”, del 4 de febrero de 2019 firmado en Abu Dhabi. Los cristianos de oriente y de occidente y los musulmanes en ese documento declaran en nombre de toda la humanidad, especialmente de la que sufre, “asumir la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio”.

Se rompió el silencio y la pasividad de los gobernantes, de los que “conocen y pueden”, de las élites iluminadas.

El domingo de Ramos nos recuerda el “valor”. Roma, 10 de septiembre de 1586. El arquitecto Domenico Fontana fue encargado de recolocar en el centro de la plaza de San Pedro el obelisco egipcio alto 25 metros y de 350 toneladas de peso. La difícil operación requirió 900 hombres y 140 caballos. El pueblo podía estar presente con la obligación del silencio. Como instrumento de disuasión de hablar había sido montada la horca. En el momento más delicado para izar el obelisco, las cuerdas se sobrecalentaron a punto de romperse. Los obreros estaban asustados, temían por su vida, pero nadie tenía el valor de hablar. El arquitecto y los responsables estaban más lejos y no percibían el peligro inminente. Desde la multitud se levantó un grito: “¡agua en las cuerdas!”. La indicación fue inmediatamente ejecutada y la operación fue llevada a cabo con éxito. Quien levantó la voz fue el marinero de Sanremo Benedetto Bresca, quien fue inmediatamente detenido por haber desatendido la orden del silencio. El Papa Sixto V, quien había presenciado al evento desde el balcón, lo mandó llamar y en lugar de condenarlo lo recompensó con varios beneficios, entre los cuales concedió el privilegio, todavía en vigor, para él y sus descendientes, de ofrecer al Papa los ramos de palmeras para el Domingo de Ramos.

No era una cuestión de coraje belicoso, sino del impulso hacia el bien movido por la compasión y la misericordia. El mismo valor, la parresía, que vemos en el Papa Francisco, despertado por el amor de Jesucristo y la cercanía al pueblo que sufre. En el documento de Abu Dhabi el Papa Francisco y los otros jefes religiosos gritaron “aguas en las cuerdas” de la misericordia y del amor. Un año después reconocemos una verdadera profecía frente a la pandemia de covid-19. Nos conmovemos en leer: “La protección de los derechos de los ancianos, de los débiles, los discapacitados y los oprimidos es una necesidad religiosa y social que debe garantizarse y protegerse a través de legislaciones rigurosas y la aplicación de las convenciones internacionales al respecto”. ¡Hoy qué cierto es todo esto!

En la homilía de la oración para la liberación del coronavirus en la Plaza de San Pedro, el Papa vuelve a lanzar el grito por la fraternidad: “Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.

En los estados llamados modernos e iluminados, frente a la emergencia hemos tenido respuestas aterradoras: medidas discriminatorias para curar ancianos, discapacitados, enfermos graves, pobres, excluyéndoles del acceso a los soportes respiratorios, con la consecuencia de muchas personas abandonadas y fallecidas en sus casas. A pesar de la abundancia de declaraciones y de reuniones, asistimos a la incapacidad de los gobiernos de llegar a acuerdos para garantizar la asistencia sanitaria suficiente e iniciar programas de ayuda a las poblaciones.

También en esta circunstancia el Papa ha expresado la voz del pueblo de Dios, que ha mostrado con los hechos y a través de varias iniciativas, la compasión y la misericordia, en la fraternidad. En este sentido es muy valiente y bella la “Carta en la tempestad”, una petición lanzada por algunos profesores de la Facultad Teológica de Italia meridional, Sección de San Luís, juntamente con religiosos, seglares, sacerdotes, intelectuales, médicos y Jesuitas, contra la prioridad de los gastos militares a expensas de la salud pública, de la acogida y del cuidado de todos. Allí leemos que “nuestros arsenales son absolutamente incapaces de defendernos de un virus; e irónicamente, ¡se ha adoptado un lenguaje y simbolismo de guerra para describir la lucha contra el coronavirus! [...] Las intervenciones de protección social para enfrentar los efectos de la pandemia deben prepararse «para todas las personas y en la medida de cada persona», y no solo en beneficio de los que ya están garantizados, para que no surjan nuevas desigualdades”.

Intercambiemos las felidades para la Semana Santa y las fiestas de Pascua, con la conciencia de que el Señor llega para librarnos: “¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor; paz en el cielo y gloria en las alturas!”. Hay quien nos quisiera callar: “Algunos fariseos, de entre la gente le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos». Pero Jesús respondió: «Os digo que si éstos callaran, empezarían a gritar las piedras»”.

 

* Don Paolo Scarafoni y Filomena Rizzo enseñan juntos teología en Italia y en África, en Addis Abeba. Son autores de libros y artículos de teología

Comentá la nota