El dedo en la llaga

El dedo en la llaga

“Laudato sii”. ¿El Papa Francisco condena el capitalismo en la nueva Encíclica?

por Luis Badilla

El cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa y miembro del Consejo de cardenales (C9) definió ayer la Encíclica como “una delicia de texto” que pondrá “el dedo sobre la llaga” y por eso, agregó, “será una gran sacudida que nos hará reflexionar a todos”.

La incógnita ronda, a veces con cierta ansiedad, en algunos ambientes políticos, económicos y financieros, periodísticos y académicos, sobre todo en Estados Unidos y algunos países europeos. Y comenzó a circular hace más o menos un año, cuando resultó claro que Francisco se había embarcado en la elaboración y redacción de una Encíclica que desde el principio se presentó como “ecológica”, aunque ésta sea una definición reductiva o por lo menos parcial. Por otra parte, muchas críticas que previenen contra el documento (que obviamente los críticos no han leído y que por tanto deberán esperar hasta el próximo jueves 18) tienen su origen último en el temor de que la Encíclica contenga una condena del sistema capitalista, de su modelo de producción y de consumo y del tipo de relaciones sociales que genera. Es oportuno recordar, para mayor claridad, que por lo general este sistema se identifica con la globalización, lo que en gran medida es cierto pero no de manera automática y mecánica en todos los órdenes. En resumidas cuentas, los “temores” de los críticos se refieren fundamentalmente a la globalización tal como se la conoce, se la vive y se la experimenta, para bien o para mal, en la actualidad.

Obviamente nosotros tampoco conocemos el texto de la Encíclica. La leeremos junto con todos el jueves que viene a la mañana. Pero sí conocemos algunos contenidos del magisterio pontificio (incluyendo las Encíclicas de otros Papas que desde 1891 se ocuparon de las grandes cuestiones sociales), de la Doctrina Social de la Iglesia y del pensamiento teológico y pastoral propio del cardenal Jorge Mario Bergoglio. Y de acuerdo con lo que conocemos, consideramos que no es de esperar que la Encíclica consista en una especie de “manifiesto papal” contra el capitalismo y la globalización. No es ése el propósito del documento, no se condice con el ministerio petrino ni con el pensamiento o las intenciones del Papa Francisco. Con toda probabilidad el Papa desea hacerse oir para ofrecer a la humanidad -a todos y no solo a los católicos- un aporte autorizado a la reflexión sobre  la realidad actual del hombre y en consecuencia sobre el futuro de cada ser humano y de la comunidad de las naciones. Y consideramos que siempre el punto de partida de su reflexión pastoral se podría resumir de la siguiente manera: el actual sistema económico-social visto como causa-efecto de la globalización es el que ha demostrado en los hechos concretos que puede ofrecer los mayores niveles de crecimiento tecno-material, de progreso y de libertad. Otros modelos, especialmente lo que en un tiempo se llamaba “socialismo real”, han fracasado en la competencia histórica.

Fue Nikita Krusciov, líder máximo en aquel momento de la Unión Soviética, en el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS (14 al 26 de febrero de 1956) -llamado “Congreso de la desestalinización”- quien lanzó al capitalismo el histórico desafío: que vean y decidan los pueblos, dijo, cuál de los dos sistemas y modelos puede ofrecer y garantizar más consumo, desarrollo y progreso. Desde entonces pasaron 59 años y del “socialismo real”, sustancialmente y en la práctica, no queda el más mínimo rastro, salvo alguna nostalgia retórica o lingüística. De hecho, los gobiernos o países que siguen definiéndose comunistas y/o socialistas, desde el punto de vista económico no lo son. Todos estos países son una híbrida combinación de dictadura del proletariado (desde el punto de vista político) y economía capitalista, en mínima parte “parcialmente planificada”. Son países que se han adaptado a las leyes del mercado y al mismo tiempo han abandonado esencialmente el concepto de “plan/planificación estatal”.

Sin duda la Encíclica no entrará en estas cuestiones teóricas, históricas y técnicas. Con toda probablidad el razonamiento de base partirá del dato real: éste es el sistema vigente y ampliamente difundido, éstos son sus frutos, para bien o para mal. Probablemente haya una decidida valoración de las muchas cosas buenas del sistema, de todos los beneficios y progresos que se han transformado en realidad, pero al mismo tiempo hará una denuncia y una descripción de muchos aspectos, leyes, mecánicas, estilos, valores y consecuencias que no permiten verdaderos y auténticos progresos ulteriores. En otros casos corren el riesgo de volverse no solo contra la humanidad sino también contra el modelo mismo. Probablemente hará comprender que los defectos, insuficiencias y distorsiones del modelo en muchos aspectos no son marginales e intrascendentes, sino que por el contrario son distorsiones estructurales que desnaturalizan el modelo mismo, llamado a servir al hombre y no a fagocitarlo como un mísero engranaje para “salvar” las divinidades paganas del dinero y el lucro a cualquier precio. Todo hace pensar que la Encíclica, redactada en un lenguaje lineal, simple y directo, incluso cuando trate problemas complejos y articulados, afrontará –como una especie de diagnóstico global sobre la situación de la humanidad- los principales desafíos para el futuro, más aún, aquellos que ya existen y que probablemente están llegando al límite de vencimiento; desafíos cuya soluciones reales pueden condicionar el futuro de millones de personas. Estas denuncias o advertencias del Papa (especialmente en el caso de los comportamientos de las corporaciones), y no solo las que estarán contenidas en la Encíclica, al revés de lo que se puede pensar no son una expresión de pesimismo. Por el contrario, ponen de manifiesto, con gran optimismo, una ilimitada confianza en los seres humanos, en su inteligencia, en su razón y en su corazón.

El cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa y miembro del Consejo de Cardenales (C9), definió ayer la Encíclica como “una delicia de texto” que “meterá el dedo sobre la llaga”, y agregó, “será una gran sacudida que nos hará reflexionar a todos”. Poner delante de los ojos de toda la humanidad los desafíos del hoy y del mañana significa tener una gran confianza en los seres humanos. Probablemente el Papa Francisco conoce una frase muy aguda de una gran mujer estadounidense: “No temo que me llamen pesimista, porque sé que un pesimista como yo no es más que un optimista bien informado” (Clare Boothe Luce).

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