“Debemos rezar no para ganar la guerra, sino para ganar la paz”

“Debemos rezar no para ganar la guerra, sino para ganar la paz”

En la canonización de siete nuevos santos, Francisco invitó a los fieles a descubrir el sentido auténtico de la oración. Durante el Ángelus: «Unamos nuestras fuerzas para luchar contra la pobreza que degrada y mata»

GIACOMO GALEAZZI - CIUDAD DEL VATICANO

«Debemos rezar no para ganar la guerra, sino para ganar la paz —exhortó Francisco. Rezar es luchar, no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadirse a una falsa tranquilidad egoísta». En la fachada de la Basílica vaticana están los retratos de los siete beatos proclamados santos hoy, domingo 16 de octubre. En la Plaza San Pedro estaban las delegaciones oficiales y muchos grupos de peregrinos de sus cinco países. Los nuevos ejemplos de santidad «han alcanzado la meta, han adquirido un corazón generoso y fiel, gracias a la oración: han orado con todas las fuerzas, han luchado y han vencido». En la homilía de la Misa, Francisco comentó las lecturas del día e invitó a ser hombres de oración. Este, recordó el Pontífice, es «el estilo de vida espiritual que nos pide la Iglesia: no para vencer la guerra, sino para vencer la paz». El compromiso de la oración, de hecho, «necesita del apoyo de otro. El cansancio es inevitable, y en ocasiones ya no podemos más, pero con la ayuda de los hermanos nuestra oración puede continuar, hasta que el Señor concluya su obra». Y esta, insistió Bergoglio, es la forma en la que actúa un cristiano: «estar firmes en la oración para permanecer firmes en la fe y en el testimonio».

Un gran aplauso llenó la Plaza San Pedro cuando durante la misa de canonización Papa Francisco leyó la fórmula ritual para proclamar a los siete nuevos santos. Había muchos devotos de Isabel de la Santísima Trinidad Catez, monja profesa de la Orden de los Carmelitas Descalzos, la primera que utilizó la expresión «Dios Madre» en sus profundos escritos espirituales, y que anticipó los magisterios de Luciano y Bergoglio en esta materia. Concelebraron la misa con el Pontífice el cardenal Jorge Urosa Savino, arzobispo de Caracas, Javier Navarro Rodríguez, obispo de Zamora (México), Manuel Herrero Fernández, obispo de Palencia (España), Ricardo Pinila Colantes, superior general de los Hijos de María Inmaculada, Giuseppe Giudice, obispo de Nocera Inferiore-Sarno (Italia), Santiago Olivera, obispo de Cruz del Eje (Argentina), Roland Minnerath, arzobispo de Digione. «Orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadirse a una falsa tranquilidad —afirmó Francisco. Por el contrario, orar y luchar, y dejar que también el Espíritu Santo ore en nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos»

En la Plaza San Pedro también estaban la Ministra italiana para las Reformas, Maria Elena Boschi, guiando la delegación de su país; el presidente de la República Argentina, Mauricio Macri; la Ministra francesa del Ambiente, Segolene Royal; el Ministro del Interior español Jorge Fernández Díaz, el director general adjunto de Asuntos Religiosos, Roberto Herrera Mena, guiando la delegación mexicana. Los santos son hombres y mujeres que «entran hasta el fondo del misterio de la oración —recordó el Papa. Hombres y mujeres que luchan con la oración, dejando al Espíritu Santo orar y luchar en ellos; luchan hasta el extremo, con todas sus fuerzas, y vencen, pero no solos: el Señor vence a través de ellos y con ellos».

Entre los nuevos santos hay uno muy importante para Francisco, el argentino José Gabriel del Rosario Brochero, el «cura Brochero», que en el siglo XIX recorrió en su mula distancias enormes para llevar a los más pobres el consuelo de Jesús. Los italianos son dos sacerdotes: Lodovico Pavoni de Brescia, fundador de la Congregación de los Hijos de María Inmaculada, y Alfonso Maria Fusco, de Salerno y fundador de la Congregación de las Monjas de San Juan Bautista. Otros dos nuevos santos son mártires: José Sánchez del Río, un niño de 14 años asesinado en 1928 durante la guerra cristera en México. Resistió a los que lo torturaban y se negó a renegar de su fe, y cuando fue hallado su cadáver se encontró un mensaje para su mamá: «Te prometo que en el Paraíso les guardaré un buen lugar a todos ustedes. Tu José muere en defensa de la fe católica y por amor de Cristo Rey y de la Virgen de Guadalupe». El otro fue asesinado en 1792, durante la Revolución francesa: fue el primer mártir lasallista: Salomone Leclercq. También entraron al santoral el español, de Palencia, Manuel González García, que falleció en 1940 y fundó la Unión Eucarística Reparadora y la Congregación de las Monjas Misioneras Eucarísticas de Nazaret, y la mística francesa Isabel de la Santísima Trinidad, Carmelita descalza que falleció en 1906 a los 26 años debido al morbo de Addison.

Al final de la celebración, dijo Papa Francisco, «deseo saludarlos cordialmente a todos ustedes, que han venido desde diferentes países para homenajear a los nuevos santos». El Pontífice dedicó un pensamiento especial a las delegaciones oficiales de Argentina, España. Francis, Italia, México: «que el ejemplo y la intercesión de estos luminosos testimonios sostengan el compromiso de cada uno en sus respectivos ámbitos de trabajo y de servicio, por el bien de la Iglesia y de la comunidad civil».

Antes de recitar el Ángelus, el Papa recordó que mañana es la Jornada Mundial contra la Pobreza: «Unamos nuestras fuerzas, morales y económicas, para luchar juntos contra la pobreza que degrada, ofende y mata a tantos hermanos y hermanas, poniendo en práctica políticas serias para las familias y para el trabajo. Encomendamos a la Virgen María cada una de nuestras intenciones, especialmente nuestra insistente y fuerte oración por la paz». 

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