Viaje por la isla a tres meses de la llegada del Papa. De la persecución a la colaboración: “El gobierno necesita una ética para la transformación”
Por Alver Metalli
La Habana
“Éste es tiempo virtuoso y hay que fundirse en él”. La frase estampada en letras rojas cerca del Capitolio es de José Martí, héroe de la independencia, y es la consigna del momento. A cien metros más o menos, en plena Habana vieja, el padre Bruno Roccaro responde al eslogan del gobierno con las palabras del independentista Félix Varela, sacerdote y héroe a su manera/a su particular estilo, quien advierte a los hombres de su tiempo que es necesario cultivar las cualidades más elevadas del espíritu porque ”no hay Patria sin virtud, ni virtud con impiedad”. Martí, Varela y el Papa Francisco son los nombres que mejor expresan este momento de la historia cubana. Bruno Roccaro ya vio pasar por Cuba a dos papas y espera el tercero desde lo alto de sus 94 años bien llevados, 45 de los cuales vivió en la isla. Todo un record. Junto con Brasil, Cuba será el único país del hemisferio que haya recibido la visita de tres pontífices. Roccaro tiene buena memoria y recuerda perfectamente las palabras que pronunció Juan Pablo II en 1998: “Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba, para que este pueblo… pueda mirar el futuro con esperanza”. Tuvo que esperar casi medio siglo –tanto como el embargo de Estados Unidos a su patria de adopción- para ver concretado el auspicio del pontífice polaco, que ahora también es santo.
Roccaro llegó a Cuba en 1970 proveniente de la región italiana del Véneto, con el Concilio a sus espaldas y una misión que cumplir: colaborar en la formación de los futuros sacerdotes en una situación difícil, cuando los expulsaban o los enviaban a los campos de trabajo forzado. “Desde que era monaguillo soñaba con las misiones”, se justifica, “y ya tenía un hermano en Chile y una decena de sobrinos misioneros”. Llevó adelante la tarea de “formador de sacerdotes cubanos” durante 25 años. Levanta la mirada hacia el jardín de la casa donde vive. “Después de 45 años todavía estoy aquí, contento de haber venido”, asegura con una sonrisa franca. El padre Roccaro pone el anuncio de Obama y Raúl Castro en diciembre del año pasado en la cuenta de los cambios que comenzaron con el Concilio Vaticano II. Cuba asimiló con atraso el Concilio Vaticano II, observa. La mentalidad conciliar se abrió camino en la Iglesia de la isla quince años después de que éste había terminado. El “pentecostés cubano”, como él lo llama, se produjo con la tercera conferencia general del episcopado latinoamericano de Puebla, en 1979, que desde la ciudad mexicana saltó a Cuba solamente en 1986 y culminó con la gran asamblea del ENEC, sigla que designa el Encuentro Nacional Eclesial Cubano. Fue una piedra angular en la historia religiosa de Cuba. “Cuando llegué a Cuba quedaban solo 200 de los 800 sacerdotes que había antes de la revolución, y las religiosas se habían reducido de 2200 a menos de 300”. Al principio la Iglesia sufrió mucho y trato de sobrevivir como pudo a los golpes de un marxismo leninismo embebido de ateísmo militante al estilo soviético. Después encontró en sí misma los recursos necesarios para responder al desafío del socialismo científico mezclado por Fidel Castro con ingredientes caribeños.
En la iglesia de María Auxiliadora, en el centro de La Habana, donde vive esta última etapa de su vida, Roccaro es toda una institución, como los cigarros Cohiba o el ron. “Lo mismo que la Iglesia universal, la Iglesia cubana también está en movimiento”, afirma. “Hoy la Iglesia ha vuelto a las calles, ha reorganizado sus estructuras pastorales, ha intensificado las obras de caridad y creado nuevas diócesis”. Señala que el Directorio 2014 de la Conferencia Nacional Cubana de religiosos registra 585 religiosas y 189 religiosos. De las religiosas, el 25,5 por ciento son cubanas, y de los segundos el 23%. Los sacerdotes superan los 400, aproximadamente la mitad de los que eran antes de la revolución.
El salesiano Roccaro ha transitado todas las etapas cruciales de la historia cubana: los intentos estadounidenses de eliminar la anomalía que creció como un hongo venenoso en el patio trasero de la casa, las invasiones de los que huyeron, el bloqueo económico, la economía de guerra con la caída del comunismo ruso, la intransigencia contra los católicos de los años setenta, cuando se hicieron las principales expropiaciones y la legislación revolucionaria cambio la fisonomía de la sociedad. “Cuando llegue aquí, católico era sinónimo de contrarrevolucionario”, recuerda. Después fue la visita de Juan Pablo II y las señales de una tímida apertura. Algún dirigentes comunista destacado que critica una cierta visión del fenómeno religioso como “restos del pasado”, algún intelectual que se propone rectificar una ideología del Estado excesivamente tributaria de “un materialismo vulgar e iluminista”. Algún otro que se adentra en distinciones poco practicadas en otros tiempos, entre “discriminación” y “persecución”, para observar que la oficialización del ateísmo en Cuba “nunca significo prohibición de culto, cierre de iglesias o acciones represivas, como en el caso de la revolución mexicana, china o soviética” y que en realidad, en el fondo, “la inflexibilidad nunca fue la característica dominante de los lideres revolucionarios cubanos”.
Bajo la superficie del revisionismo oficial se tendían los hilos de un dialogo con la Iglesia, primero subterráneo y después cada vez más a la luz del sol. “El gobierno ha comprendido que no lograba preservar los valores sociales y que la moral de la revolución se transmitía cada vez menos de una generación a otra”, comenta el padre Roccaro, y después hace una descripción bastante insólita de los jóvenes cubanos: “Son despiertos, inteligentes, más intuitivos que razonadores, dispuestos a discutir sobre cualquier tema, alegres y astutos. Se entusiasman con facilidad y se desalientan con la misma rapidez”. El hecho es que a partir de un determinado momento la Iglesia ya no se vio como una amenaza sino como un recurso útil para la supervivencia de la revolución o lo que queda de ella. Y aquí recupera actualidad el pensamiento de Martí. “Todo pueblo necesita ser religioso. No solo lo es esencialmente, sino que por su propia utilidad debe serlo”, decía el padre de la independencia, consciente de que “un pueblo no religioso está destinado a morir, porque en él nada alimenta la virtud”. Un Martí recuperado por Raúl Castro que se entrelaza con el católico Félix Varela en olor de beatificación. Pero los jóvenes cubanos no son los únicos que no tienen memoria. Los que eran adolescentes en la época de la revolución hoy ya pasaron los setenta años y muchas generaciones de cubanos no saben nada de la Iglesia, no conocieron la iglesia cubana prerrevolucionaria ni han recibido la tradición de sus padres; probablemente nunca en su vida conocieron un sacerdote y poco o nada leyeron o escucharon hablar sobre el catolicismo. Es muy verosímil lo que dice el padre Roccaro cuando observa que la mayoría de los jóvenes que hoy se acercan a las iglesias “son católicos recientes, que han recibido previamente una formación antirreligiosa y que vivieron su adolescencia y primera juventud con una completa ignorancia de la ética católica en todas las dimensiones de la vida”. Para la mayoría de ellos el cristianismo se presenta como un descubrimiento, una novedad no imaginada, algo de lo que nadie les había hablado antes. “Muchas veces vienen jóvenes que plantean preguntas sobre la fe. Lo que siempre repiten, con diferentes palabras, es que no están satisfechos con las respuestas que la educación marxista les ofrece sobre las principales cuestiones de la existencia, el sentido de la vida y de la muerte, el amor, el trabajo, la verdad… Y no saben si la respuesta está en el cristianismo o no, pero quieren conocerlo”.
Bruno Roccaro nunca sintió la tentación de irse en los cuarenta y cinco años que vivió en Cuba. Mira el futuro, el inmediato con la llegada del Papa en septiembre y el que vendrá después de su partida, con confianza: “No soy profeta pero pienso que este proceso de acercamiento del poder político y la Iglesia seguirá profundizándose”.
Comentá la nota