Cuba después de Francisco

Cuba después de Francisco

Se está trabajando para diseñar un nuevo marco jurídico e institucional para la vida de las iglesias, especialmente la católica

por Luis Badilla

El impacto de la visita del Papa Francisco a Cuba es de grandes proporciones y solo con el tiempo se podrán calcular y evaluar todas las consecuencias. El Papa entró profundamente en el corazón de las autoridades de la nación cubana y obviamente también en el corazón generoso y combativo del pueblo cubano, y por lo tanto en la vida de la iglesia local, que es parte esencial e indispensable de ese pueblo. Este entrelazado ya es una primera y fundamental conclusión y consecuencia del viaje del Santo Padre. Se esperaba al Papa con emoción. Y fue despedido con inmenso afecto. Con gratitud sincera los cubanos esperaban a un “amigo”, es más, a un “amigo especial” –el Vicario de Cristo-, tal como en el pasado esperaron a Juan Pablo II y a Benedicto XVI; un amigo que sabían que estaba dispuesto a “hacerse cubano” para transmitir y sembrar solidaridad, cercanía, diálogo y encuentro. Y ese “amigo especial” no los desilusionó ni siquiera un instante. Es otra conclusión del viaje que la nación cubana siente profundamente.

Los cínicos, y sobre todo los expertos en sembrar antagonismo porque no saben vivir sin estar “contra alguien o contra algo”, afirman con sarcasmo que no ocurrió ni ocurrirá nada. Afortunadamente la historia real sigue adelante sin tener en cuenta sus opiniones. Por eso cuando escuchen decir, dentro de algunas semanas o algunos meses, de todos modos dentro de poco tiempo,  que entre Cuba y la Santa Sede se iniciaron formalmente las conversaciones para avanzar en un proyecto jurídico e institucional para superar las muchas incertidumbres y debilidades de la vida de las iglesias en la Isla del Caribe, en particular la católica, ampliamente mayoritaria, quizás no sabrán cómo reaccionar con una óptica actualizada.

Y así será en efecto, porque el Papa Francisco y sus colaboradores más cercanos dejaron en Cuba una huella profunda, sembrando reconciliación, dignidad, libertad, diálogo, consensos, y no solo entre los cubanos que viven en el país, sino también entre estos y los residentes en el exterior. El Papa fue para eso, no para dividir y conquistar el aplauso de los que se dicen amigos de la nación cubana. Fue para dialogar con todos, desde el primero hasta el último ciudadano, y poco después de llegar, lo primero que dijo fue: “Desde hace varios meses, estamos siendo testigos de un acontecimiento que nos llena de esperanza: el proceso de normalización de las relaciones entre dos pueblos, tras años de distanciamiento. Es un signo de una victoria de la cultura del encuentro, del diálogo, del “sistema del acrecentamiento universal… por sobre el sistema, muerto para siempre, de dinastía y de grupos”, decía José Martí (ibíd.). Animo a los responsables políticos a continuar avanzando por este camino y a desarrollar todas sus potencialidades como prueba del alto servicio que están llamados a prestar a favor de la paz y el bienestar de sus pueblos, de toda América, y como ejemplo de reconciliación para el mundo entero. El mundo necesita reconciliación en esta atmósfera de Tercera Guerra Mundial”.

De Cuba llegan no pocas señales sobre la nueva etapa que probablemente se abrirá dentro de muy poco tiempo. En el diálogo, dentro del marco institucional del país, las “partes”, sostenidas por la confianza recíproca que supieron construir progresivamente desde las visitas de Fidel Castro al Vaticano (1996) y de san Juan Pablo II a Cuba (1998), sabrán poner sobre la mesa todas las cuestiones y, al mismo tiempo, sabrán alcanzar acuerdos fundamentales en el respeto de la soberanía cubana y de la misión específica de la Iglesia.

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