Celebran la canonización de la primera santa argentina, que visitó Catamarca

Celebran la canonización de la primera santa argentina, que visitó Catamarca

La gran ceremonia será el próximo 11 de febrero.

El Papa Francisco canonizará a María Antonia de San José, más conocida como Mama Antula, quien se convertirá en la primera santa Argentina.

La ceremonia está prevista para el domingo 11 de febrero, a las 5.30 (hora de Buenos Aires), en la basílica de San Pedro.

En la basílica de Nuestra Señora de la Piedad, donde descansan los restos de la futura santa, y en otros puntos del país se preparan actividades para esperar y celebrar la canonización de Mama Antula.

Mamá Antula (Villa Silípica, actual Provincia de Santiago del Estero, 1730 - Buenos Aires, Virreinato del Río de la Plata, 7 de marzo de 1799) fue una religiosa de gran obra misionera con fuertes vínculos con el territorio catamarqueño.

Enseñaba ejercicios espirituales y la trataron de extraviada, loca, y bruja. Sus cartas, traducidas a varios idiomas, tuvieron impacto mundial, pero marcó a fuego al pueblo argentino: Fue Mamá Antula, por ejemplo, quien instaló aquí la imagen de San Cayetano, quizás el más popular de todos los santos en el país.

Visitó más de una vez Catamarca. A los 15 años decide consagrarse a Dios, bajo la forma de lo que entonces se llamaban “beatas” -hoy conocidas como “laicas consagradas”-. Las beatas vivían en comunidad, sin votos de clausura, colaborando con las tareas de los jesuitas.

A partir de entonces, su función fue enseñar el catecismo a los niños, coser, bordar, repartir limosnas y cuidar a los enfermos.

Prácticas benéficas que le permitían desarrollar nuevos roles, que la ponían en contacto con otros sujetos sociales, incluidos los provenientes de sectores populares, y salir de la esfera doméstica a la que estaban relegadas las mujeres por entonces. En el ejercicio del apostolado que ella había elegido por vocación primaba el amor, la paciencia y la entrega.

En 1767, ante la polémica decisión de Carlos III de expulsar a los jesuitas de todos los reinos españoles -también de América-, y la siguiente supresión de la Compañía de Jesús por parte del papa Clemente XIV, María Antonia, que por entonces tenía 37 años, no se queda lamentando el derrumbe de una obra tan colosal como eran las reducciones, sino que pone manos a la obra. 

Inicia la segunda evangelización de nuestro territorio mediante una catequesis que va más allá de la “instrucción” religiosa, y está orientada a la conversión de los corazones, de donde procederá la conversión de la sociedad. Así decide continuar con la obra de los jesuitas, organiza los ejercicios espirituales al modo de San Ignacio, primero en su ciudad natal y, poco a poco, empieza a caminar los polvorientos caminos del campo santiagueño. Luego, con el permiso del obispo de Tucumán, decidió extenderlos por los pueblos del noroeste argentino.

La provisión episcopal concedida le permitía solicitar limosnas, pudiendo fundar casas de recogimiento, realizar ejercicios y propender a “reformar las costumbres” por lo que se la exhortaba a que continuase tan altos fines.

“Mama Antula” era una mujer con un estilo muy peculiar. Los viajes los hacía caminando descalza y pidiendo limosnas. No quedan testimonios de cuántas veces preparó ejercicios en algunas ciudades, pero solo en San Miguel de Tucumán se hicieron sesenta. A pesar de sus viajes por montañas, desiertos y parajes que desconocía, jamás sufrió percance alguno. 

En Catamarca padeció una enfermedad y fue desahuciada por el médico. “Me encomendé al Sagrado Corazón y me encontré curada pronto, sin ningún remedio”, aseguró. Una vez se rompió una costilla, en otra ocasión se dislocó un pie “pero fui curada una y otra vez por una mano invisible”, repetía.

 

 

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