Catedral de san Patricio, la casa de Dios en la quinta avenida

Recibe cinco millones de visitas al año, muy por encima del millón y medio del Empire State

Bella y majestuosa, en medio de enormes rascacielos que parecen querer engullirla. Pero la catedral neoyorquina de San Patricio llegó antes a la Quinta Avenida (su construcción comenzó en 1858 y finalizó en 1865) y tiene pensado seguir aquí. Rodeada de gigantes y frente por frente al Rockefeller Center, el templo del dios Mamon. Pero "non praevalebunt".

Mamon contra Cristo. Prometeo contra el Dios creador. De hecho, un enorme Prometeo de bronce, que carga el mundo sobre sus hombros mira desafiante a la fachada de la catedral neoyorquina, presidida por una simple cruz. "In hoc signo vinces".

Me parece la escenificación evidente de la sempiterna lucha del Bien y el Mal, que surca las aguas de los siglos. Y llega hasta el corazón del imperio USA. Un imperio encarnado por el magnate Rockefeller, el del golpe de Estado contra Pinochet, el de 'la contra' nicaragüense en el primer gobierno sandinista, con Ernesto cardenal de ministro.

El rey del petróleo que promovía las dictaduras desde la Escuela de las Américas de Panamá. El mismo que puso en marcha un plan para acabar con la Teología de la Liberación en Latinoamérica y decapitar a la Iglesia progresista de Romero, Helder Cámara, el cardenal Arns o los hermanos Lorscheider.

Para frenar y, si fuera posible, acabar con la predicación de la opción preferencial por los pobres y con la denuncia profética de los teólogos de la liberación que prendía en las comunidades de base, el dueño del mastodóntico templo que mira desafiante a la catedral de San Patricio, inyectó ingentes sumas de dinero en su desactivación por medio de una invasión pagada de iglesias evangélicas fieles al capitalismo salvaje.

Pero ni allí ni aquí se salió con la suya. Más bien todo lo contrario. Tras una época de hierro, en Latinoamérica florecen las democracias y la Teología de la Liberación vuelve por sus fueros, arropada por el mismísimo Papa Francisco. Y tampoco en NY, donde el catolicismo recupera influencia y prestigio social, tras los años duros y oprobiosos de los abusos sexuales del clero.

La casa de Dios de la Quinta Avenida y la sede del cardenal Dolan es bella en sí misma, y no sólo por el contraste con los rascacielos que la rodean. Esbelta, estilizada, una copia casi perfecta de la gótica catedral alemana de Colonia y la mayor seo católica de América.

Pequeña en comparación, pero elegante y recogida, San Patricio luce con todo su esplendor y se convierte en in imán para el turista. Hasta cinco millones pasan al año por ella, dejando muy atrás al millón y medio de visitas al año que recibe el Empire State.

Y eso que está en continua restauración, casi desde el momento de su inauguración. En estos momentos, tanto el presbiterio como la girola y la parte posterior de la fachada están recubiertos de andamios. Y, como es lógico, la primera impresión al entrar en el templo es de cierto desagrado, que se va superando, poco a poco, con la visita a los altares laterales.

La reconciliación estética con el templo se hace total, al colocarse en las gradas del presbiterio, mirar hacia atrás y contemplar el espléndido rosetón y el magnífico órgano.

El rosetón colorido que filtra el sol del atardecer es obra del artista Charles Connick, mientras los vitrales están hechos por artesanos de Chartres, Birmingham y Boston. Debajo del rosetón, resplandece un enorme órgano de más de 7.000 tubos que resuena majestuoso.

La Iglesia vive exclusivamente de sus fieles

Los 21 altares laterales, dedicados a santos y santas de diversas latitudes, entre ellas a Santa Rosa de Lima y a la virgen de Guadalupe. Delante de todos los altares, grandes lampadarios. Porque aquí la iglesia vive de sus fieles. Ni un céntimo del Estado. Y hay que estimular la generosidad de los millones de visitantes que pasan cada año por el templo. A dios rogando...

De hecho hay cepillos petitorios en todas partes. En la parte trasera, están instaladas incluso cuatro máquinas de recuerdos. Y, por supuesto, la tienda donde se vende todo tipo de objetos religiosos.

Me paseo con calma por el templo y descubro las tumbas sencillas, en el suelo, del cardenal Cooke a la derecha y del cardenal O'Connor a la izquierda.

En el presbiterio, entre los tubos de los andamios, la única referencia al Papa Francisco que pude ver: Un cartel, con una foto del Papa rezando, y el lema 'Ofrece tus oraciones por el Santo Padre Francisco'.

Justo en medio de la catedral, un espacio reservado a la campaña para pedir donativos para terminar de restaurar la catedral. Con folletos, vídeos y sobres para las aportaciones. En el video y los folletos se cuenta con total transparencia lo que se ha recogido y lo que queda por recaudar. Y las aportaciones que pueden hacer los fieles y visitantes.

Desde los 200 dólares que cuesta limpiar un tubo del órgano hasta los 2.500 euros de la limpieza de cada cristal de los vitrales, pasando por los 10.000 para limpiar cada capilla lateral o los 10.000 de la limpieza de las puertas de bronce que dan a la Quinta Avenida. Transparencia total.

El templo es una cuidada máquina de hacer dinero, pero dando cuentas al público de cada céntimo de sus donativos. De ellos vive el templo.

En los bancos de madera, libros de canto en inglés y en español; el Misal del Pueblo, también en inglés y en español con las partes de la misa y las lecturas de domingos y fiestas; y, por supuesto, sobres para depositar dinero: "Su aportación para la misión".

Llama la atención el uso del español para algunas cosas, aunque, como después me explicará el padre Tomás del Valle, "lo hispano sigue sin gozar del reconocimiento social y eclesial que se merece".

Por aquí pasaron tres Papas: Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y pronto vendrá el Papa Francisco. Aquí se celebraron grandes funerales, como el de Robert Kennedy, Andy Warhol o el de la tragedia del 11 S.

Aparte de las grandes ocasiones, la catedral de San Patricio es una especie de pulmón católico en pleno corazón de la capital del imperio americano. Hace presente a Dios en una ciudad cosmopolita, convertida en el icono del capitalismo más puro y duro. Aquí todo huele a dinero y a desenfreno consumista.

El lujo se exhibe y el capitalismo muestra todos sus encantos. De una forma visible y seductora. Basta asomarse a Times Square, sentarse en un estrado colocado para la función, y dejarse mecer por los anuncios de todo tipo de productos en enormes pantallas. El templo del consumo.

A pocos pasos, bajo el neón del banco HSBC, dos mendigos duermen sobre cartones. Y en la Quinta, frente al Rockefeller Center, la catedral de San Patricio es (o debería ser) el símbolo-denuncia del Cristo que viene a salvar a los pobres y de la Iglesia-hospital de campaña del Papa Francisco.

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