La comunidad judía recibe, a partir de la puesta del sol de hoy, 16 de mayo, la celebración de Lag Baomer.
En esta fecha, se llega al día treinta y tres de la “Cuenta del Omer”, que es aquella que registra el período de cuarenta y nueve días entre el segundo día de Pésaj y la festividad de Shavuot.
Sobre fecha especial en el calendario hebreo, reflexionó el rabino de AMIA, Eliahu Hamra, en un mensaje dirigido a toda la comunidad:
Una mirada al pasado y un llamado al presente
Lag BaOmer es el día número treinta y tres de la cuenta del Omer, y es considerado en el judaísmo como un día tradicional de alegría y un punto de referencia para el fin de las costumbres de duelo durante los días de la cuenta del Omer.
El júbilo se debe a que cesaron las muertes de los discípulos de Rabí Akiva durante el período de los tanaítas. Para comprender el significado de esta alegría, debemos entender el motivo del duelo durante los treinta y tres días desde su inicio, que corresponde al segundo día de la festividad de Pésaj.
Eliahu Hamra, rabino de AMIA.
Durante la cuenta del Omer se guarda luto por los doce mil pares de discípulos de Rabí Akiva que murieron en este período. Nuestros sabios nos enseñaron, en el tratado de Yevamot (62b), que “todos murieron en un mismo período porque no se respetaban unos a otros”. Como respuesta a esto, el pueblo de Israel adoptó especialmente en estos días la práctica de fortalecerse en el respeto mutuo entre las personas.
La pregunta que surge es: sin duda, los discípulos de Rabí Akiva eran personas de gran espíritu y poseían elevadas cualidades. ¿Por qué, entonces, no se respetaban entre sí? Y además, ¿por qué no cambiaron su comportamiento al ver que cada día morían muchos de ellos? ¿Por qué continuaron por el mismo camino hasta que todos murieron en ese mismo período?
Si profundizamos en el asunto, notaremos que el Talmud enfatiza que todos los que murieron eran “discípulos de Rabí Akiva”. El significado de “discípulo” es recibir enseñanza de su maestro. El discípulo desea comprender y establecer las palabras de quien le enseñó con claridad, y para ello se esfuerza mucho y se dedica intensamente en captar completamente su pensamiento. Sin embargo, este deseo de captar con precisión sus enseñanzas lleva casi inevitablemente a que los discípulos menosprecien las opiniones de los demás, ya que uno se ha esforzado mucho y ha comprendido las palabras de su maestro de cierta manera, mientras que su compañero se ha esforzado y las ha comprendido de una manera diferente. La comprensión de uno contradice necesariamente la del otro, hasta el punto de que menosprecia a su compañero y daña su honor.
Una persona dedicada al estudio profundo de la Torá, que vive su papel de discípulo con autenticidad, puede encontrarse, casi sin querer, cayendo en actitudes de desvalorización hacia su compañero. La pasión, el esfuerzo intelectual y la intensidad que exige el aprendizaje de la Torá pueden llevar a una cierta rigidez, incluso a un juicio severo hacia quienes interpretan de forma diferente. Como lo señala la Guemará (Kidushín 30b), incluso entre un padre y su hijo, o entre un maestro y su alumno que estudian juntos Torá, puede surgir una tensión tan profunda que momentáneamente los convierta en adversarios.
Si es así, ¿cuál fue entonces la acusación contra los discípulos de Rabí Akiva?
La falta de respeto mutuo entre ellos no fue por falta de simpatía hacia la personalidad del otro, sino un menosprecio hacia la comprensión de la Torá del otro. Cada uno de los discípulos de Rabí Akiva se dedicó al estudio con todas sus fuerzas, llegó a una conclusión personal, y menospreció la conclusión diferente a la que llegó su compañero.
Debemos reconocer que en toda diferencia de opiniones, ya sea en la familia, en la sociedad o en el lugar de trabajo, existen dos etapas fundamentales. Es natural y comprensible que cuando tenemos una diferencia de opinión con otro, reaccionemos con firmeza e incluso con una pérdida momentánea de respeto. La discrepancia de opiniones es algo natural y necesario en toda sociedad sana. Pero nuestra obligación es entender que después del debate, viene una segunda etapa: debemos llegar al diálogo y a la comprensión. Y puede que tengamos que ceder nuestra opinión ante la del otro, ya sea siguiendo a la mayoría o a quien posee mayor sabiduría o experiencia.
Aquí nos preguntamos: ¿cómo es posible llegar al amor después del ardor del debate y del conflicto?
Para ello, debemos entender que la vida es una fuerza grande y elevada, mucho más allá de nuestra capacidad intelectual y de nuestra comprensión de la realidad, que es limitada. Cuando soy consciente de que mi vida es algo mucho más grande de lo que puedo captar, ahí es cuando puedo dar lugar a aceptar que hay otra idea, aun cuando no acuerdo con ella
Esta perspectiva nos permite aceptar la decisión de una tercera persona, incluso si decide a favor de nuestro compañero con quien estamos totalmente en desacuerdo, y aun así, podemos tratarla con respeto.
El mensaje de Lag BaOmer no es sólo una mirada al pasado, sino un llamado al presente. Nos recuerda lo que aconteció incluso entre personas sabias y comprometidas. Los discípulos de Rabí Akiva no fallaron por maldad, sino por no saber sostener la dignidad del otro en medio del desacuerdo.
Hoy también enfrentamos desafíos profundos. En un mundo atravesado por la confrontación, la polarización y la fragmentación, es tiempo de alzar la voz: por la dignidad humana, por la libertad, por el respeto a la diferencia y por el valor de las ideas. Es tiempo de decir no a toda forma de violencia, exclusión y silenciamiento.
Apostemos por una sociedad donde podamos pensar distinto y aún así escucharnos. Digamos sí al respeto y que éste sea el punto de partida y la empatía el camino.
Solo así construiremos una sociedad más justa, más libre y profundamente humana.
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